El único hombre en Alemania que tiene
aún vida privada es aquel que duerme. Esta cita del jerarca nazi
Robert Ley, quien se quitó la vida en 1945 tras ser encausado en los juicios de
Nuremberg, sirve para abrir el primer capítulo de El Tercer Reich de los sueños. Después, se nos transcribe el sueño
de un empresario socialdemócrata, tras el ascenso de Hitler a la cancillería.
En él, recibe en su fábrica la visita de Goebbels y se ve obligado a levantar y
mantener el brazo en alto ante sus empleados. Humillado e incapaz de descomponer el gesto, su
columna vertebral se quiebra por el esfuerzo.
Charlotte Beradt
(1907-1986) era una joven periodista de familia judía y cercana al KPD (el
partido comunista de Alemania), cuando el NSDAP logró adueñarse de las instituciones de la República de Weimar. Entre 1933 y 1939, hasta
que se exilió a EE.UU., la autora se dedicó a reunir de manera clandestina numerosos
testimonios de ciudadanos comunes para documentar aquel periodo. Lo singular,
es que estos pertenecen a la parcela más íntima, la de los sueños. Beradt
utilizó transcripciones de los propios soñantes, testimonios recogidos por ella
o por un médico amigo suyo entre sus pacientes para tratar de comprender las
repercusiones que el control de masas aplicado por el nuevo estado totalitario
tenía en la esfera privada de las personas. A su recopilación aplicó un sesgo,
de tal modo que quedaron excluidos tanto simpatizantes del NSDAP como sus
enemigos ideológicos más señalados, para centrarse en la “masa neutra”.
Suelo
traer a la llanura obras de literatura, o algún ensayo lúdico como mucho, pero este
libro llamó mi atención desde el primer minuto. Su extensión es breve, ya que incluyendo
el prólogo de los traductores y un posfacio de la edición alemana más reciente,
se queda en 144 páginas. Resulta perturbador sobre todo por su carácter
anticipatorio, aunque la autora no carga las tintas en esa cuestión. Pero resulta
imposible no pensar en lo que el nazismo implementó en los años de la guerra
cuando uno lee este libro. Imaginamos que Beradt, apartada del desempeño de su
profesión por la aplicación del llamado “párrafo ario” en todos los ámbitos de la vida
pública, se jugó el tipo con sus pesquisas. De hecho, como medida de seguridad tuvo que encriptar y esconder sus notas. Después, las envío por correo a diferentes
corresponsables extranjeros y logró reunirlas de nuevo en el exilio. No fue
hasta 1966, alentada por la filósofa Hannah Arendt, que se decidió a
sistematizar y publicar lo que sería El
tercer Reich de los sueños. Esta edición de Pepitas de Calabaza es la primera que se hace en español, según
aseguran sus traductores en el prólogo.
Con
un estilo directo y conciso e intercalando numerosas transcripciones, Beradt
organiza los sueños en diez capítulos con título doble que abre también con dos
epígrafes. La hipervigilancia del régimen y el aislamiento, soledad y
alienación consecuente afloran en los sueños de estas personas normales a las
que aplasta el rodillo burocrático. Sueño
que en mitad de la noche me despierto y veo cómo los dos angelitos que tengo
colgados sobre la cama ya no miran hacia arriba, sino que me observan de modo
penetrante. Me sobresalto y escondo bajo la cama. Los objetos cotidianos se
convierten en instrumentos de espionaje, como en el de una estufa que repite a
un oficial de las SA los improperios contra Goebbels vertidos por una familia
en la intimidad de su hogar. La angustia lleva al delirio: Sueño que hablo ruso como medida de precaución ante la posibilidad de
decir algo en contra del Estado. Esto lo hago para yo misma no lograr
entenderme ni que lo pueda hacer el resto. Los soñantes se avergüenzan por
su complicidad silenciosa con una situación que saben no debían tolerar. Y en progresión, las leyes raciales
exacerban el complejo de inferioridad: Entro
a una tienda. Miro ansiosamente a la vendedora rubia y de ojos azules y no me
sale una sola palabra. Entonces noto, con un suspiro de alivio, que al menos
tiene las cejas negras, y me atrevo a decir: Quiero un par de medias. Hay
desesperación, como no, en los testimonios de personas que muestran una
resistencia activa al nazismo, como un ama de casa que en su sueño descose la
esvástica de la bandera nazi por la noche, pero le sirve de poco porque al
despertar el símbolo nazi sigue firmemente cosido a la bandera. Pero también
una aceptación, un amoldarse a la situación que expresa el subconsciente. Una
soñante discute con una amiga, que la expulsa de su casa por no mostrar la
debida adhesión al dictador. La mujer, abochornada, sube a un autobús y frente
a todos sus ocupantes grita: ¡Heil Hitler! Igual que el deseo de oponerse, está
el de pertenecer y seguir la corriente, donde incluso Beradt intuye un componente
erótico nada desdeñable. El final del libro y colofón son los sueños de judíos.
Ya sabemos cómo acabó la experiencia del Tercer Reich para ellos, pero la
autora evita los sueños proféticos y se centra más en las secuelas de la
exclusión y en especial de aquellos (mestizos y conversos) que por las Leyes de
Nuremberg acabaron apartados de una sociedad y nación de la que se creían
miembros de pleno derecho.
La
recopilación onírica de Beradt, aparte de su valor como documento histórico, nos
muestra el impacto social de un sistema que se consolida a través de la
alienación y sumisión de una mayoría de la población. Tal y como afirma Barbara
Hahn en el posfacio: “Sin gente que siga la corriente los regímenes
totalitarios no pueden sobrevivir”.