Sostiene
Pereira es uno de esos libros que perduran una vez
leídos. Gran parte de culpa la tiene su personaje protagonista, al que la
maestría de Antonio Tabucchi da vida casi corpórea. Porque ¿quién dice que
Pereira no haya existido, fuera olvidado y su alma, vagando en otra dimensión,
se materializara en la imaginación del escritor italiano? Casi se sugiere en el
epílogo, donde el propio Tabucchi cuenta cómo construyó o mejor dicho, como
poco a poco se le manifestó Pereira, un
ánima que erraba en el espacio del éter, que le visitaba durante ese privilegiado espacio que precede al
momento del sueño. Cuando por fin tuvo la historia, después de meses de
apariciones, temblando en la punta de sus dedos, fue cosa de escasas semanas de
febril maquinación para darle vida. Y ahí sigue Pereira, encerrado en sus
páginas y formando parte de la memoria de millones de lectores, lo que es
también otra forma de vida alternativa a la de “la carne”. Si os dieran a
elegir, ¿qué os parecería convertiros en un personaje literario, creado por un
escritor a partir de su imaginación y experiencias propias y ajenas, formar
parte del recuerdo de tantas personas, ser recreado en una película, vivir para
siempre (mientras se siga leyendo)? El entrañable Pereira duda durante toda la
novela de su ortodoxia católica, porque rechaza la resurrección de la carne: el alma sí, claro (…) pero toda esa carne,
aquella que circundaba su alma (…) ¿para qué? Todo aquel sebo que le acompañaba
cotidianamente, el sudor, el jadeo al subir a las escaleras ¿para qué iban a
renacer?, pero seguro que no había pensado en esa posibilidad de
resurrección a través de la literatura.
Pereira es un hombre que vive su madurez, viudo, obeso y con cardiopatías. Después de treinta años de carrera como cronista de sucesos, se ha retirado a la página cultural de un diario católico, donde traduce cuentos de autores franceses y ha ideado una sección de efemérides para escritores muertos. Pensando en que debería contar con un archivo, para responder rápido a una muerte inesperada, contrata a un joven de origen italiano, Monteiro Rossi, pero este resulta ser un inconformista, opositor al régimen, que le entrega efemérides impublicables. Aún así, a Pereira le atrae el muchacho, le parece que bien podría ser el hijo que nunca tuvo y lo protege. Pero el ímpetu idealista de su joven amigo irrumpe en su conciencia y le arrastra por caminos donde nunca había transitado. Y contar más no sería conveniente.
Sostiene Pereira es
una lección de cómo construir una novela: unos pocos personajes pero bien
definidos y memorables, un entorno físico (Lisboa y sus alrededores, de lo
mejor del libro, cobra vida junto a Pereira) y espiritual, un contexto
(Portugal durante la dictadura salazarista y en vísperas de la Segunda Guerra
Mundial, la guerra civil española de fondo también, quizá el aspecto menos
conseguido), una trama que engulle al protagonista y lo transforma, que
engancha al lector y un final que te deja helado, con una mezcla de
sensaciones, con ganas de seguir el rastro a ese Pereira renacido, una vez
tomado el mando de su multiplicidad de almas, definitivamente, un yo nuevo,
inconformista, valiente, honesto e íntegro.
Porque
sí, el título, el personaje, su acertadísimo andamiaje, pero Sostiene Pereira también es de esas
novelas que pueden cambiarte la vida. Por su mensaje, claro y que remueve al
lector. En la vida uno puede tratar de ser neutral, convertirse en piedra,
mimetizarse con el entorno, o tomar partido, alimentar la
conciencia y no desterrarla, enfrentarse a los hechos y manejarlos con la razón. Ese es el tema de Sostiene Pereira. Llega un momento en la vida en el que hay que
hacerlo, y esto puede suponer un cataclismo en el orden cósmico que en la madurez construimos para guarecernos y sentirnos seguros. ¿A
cuántos lectores no habrá conmovido Pereira? ¿Cuántos no habrán sentido que
tienen que retomar las riendas de su vida? Ese poder transformador de la
literatura, su capacidad para agitar nuestra alma, está en Sostiene
Pereira. Su idealismo es lo que la dota de perdurabilidad.