Era
una tradición televisiva programar películas de contenido religioso en Semana
Santa. En su mayor parte películas de romanos, porque Roma fue la cuna del
cristianismo y bajo sus águilas se irguió la cruz. Durante un tiempo las juzgué
como meras reliquias. Pero con los años he aprendido
que uno debe acercarse al arte en cueros, sin la túnica de apriorismos y con los
sentidos preparados para la deflagración. Los delirios de Peter Ustinov en Quo Vadis no pueden pasar desapercibidos
al degustador de lo sublime. Tampoco la carnal dignidad de Kirk Douglas en su
lucha por la libertad. Las televisiones autonómicas, denostadas pero que tienen
a los mayores entre su público más fiel y quizá sean de los pocos espacios donde se piensa en ellos, son tercas en lo tocante a
tradiciones. Los diez mandamientos, Quo Vadis, Rey de Reyes, Espartaco, Ben-Hur, entre otras, son fósiles de la
época dorada del cine que resisten en la pequeña pantalla. Un espacio
exiguo, lejos de la grandilocuencia para la que fueron concebidas. Esta Semana
Santa hemos vivido un encierro forzoso por culpa de la plaga, ocasión para volver a disfrutar un cine tan espiritual como grandilocuente. No es fácil elegir, pero de hacerlo me quedaría con la épica Ben-Hur
de William Wyler. La he vuelto a ver
y a estremecerme. También he aprovechado para leer la novela en la que se basa
la película.
La
palabra superproducción adquiere todo su sentido en Ben-Hur. Rodada en su mayor parte en los estudios Cinecittà de
Roma (concebidos por Mussolini para competir con Hollywood), requirió el
trabajo de unos 50.000 extras y más de 300 actores. Se construyeron un millón de
elementos de atrezo, incluida una réplica de la puerta de Jaffa de 23 metros de
altura y en total se filmaron 340.000 metros de película, para un metraje final
de 213 minutos y 5.800 metros. Recibió 11 premios Óscar y en su año de estreno
fue vista por 98 millones de espectadores solo en EE.UU.
Su
concepción no fue menos monumental. Había que trasladar una novela de casi 600
páginas al formato cinematográfico, una novela que se escribió cuando no
existía el cine y que ya había sido adaptada en una versión muda. Versión en la
que, curiosamente, Wyler había participado como asistente. La historia
del guión es un lío considerable, se elaboraron al menos una decena de
versiones, hubo varios guionistas que casi se sacan los ojos, se escribieron diálogos
a pie de obra y entre tantas enmiendas, transformaciones y recortes, surgió una
historia coherente y majestuosa. Fuera quien fuera el mayor responsable: Karl Thunberg, Gore Vidal, Christopher
Fry u otro, lo cierto es que lo hizo magníficamente. Los momentos álgidos de la
novela se mantienen en la película, que los encadena de manera sublime sin dar
un respiro (en esto supera al libro).
Hay
algo de Ben-Hur que siempre me ha fascinado y es Charlton Heston. Comprenderéis mi estupor cuando vi Bowling for Columbine, aún reconociendo
la manipulación poco sutil que hace Moore del anciano, no esperaba aquello.
Pero al César lo que es del César. La interpretación de Heston, que llegó al
papel de rebote porque a Rock Hudson no le hizo tilín y Paul Newman no se veía con
toga, es puro fuego. Su mirada
convierte el plomo en oro. Atraviesa el hormigón. Sufre Ben-Hur y yo sufro.
Odia, y yo odio. Encuentra la redención y yo me siento en paz con él.
Ben-Hur como galeote, maquinando su venganza. Foto: https://www.fotogramas.es/noticias-cine/g16156698/benhur-pelicula-1959-reparto-oscars/ |
Después
de lo dicho, ¿cómo no leer la novela del general Lewis Wallace? El año pasado ya hice un amago, la tenía cargada en el ebook
y este año aprovechando la inmovilidad cayó en mis redes. Lo de Lewis
Wallace (1827-1905) confirma que bien puede escribir sobre aventuras el que las
ha vivido. El general tuvo una vida con poco lugar para el tedio. El hombre era
un alma renacentista: militar, escritor, abogado, político, músico, incluso
registró varias patentes. Durante la
Guerra de Secesión alcanzó el rango de general, en la lucha contra los
confederados tuvo un papel controvertido, que la historia juzgó sin resolver
claramente. Desobedeció las órdenes y estuvo a punto de arrastrar a los suyos a
una derrota total en la batalla de Shiloh, pero salvó Washington de caer en
manos del enemigo. Fue gobernador de Nuevo México en la época de Billy el Niño
(que le prometió una bala en la frente) y Pat Garrett. Ejerció un cargo
diplomático en el Imperio Otomano y septuagenario trató de alistarse para
luchar contra España en la guerra de 1898. Incluso formó parte del tribunal que
juzgó a los asesinos de Lincoln, ¿qué no
hizo este hombre?
Según
se cuenta, la idea de la novela surgió cuando Wallace sostuvo una animada conversación con un célebre agnóstico
de la época, un tal Robert Ingersoll. El general quedó anonadado y se prometió
a si mismo investigar sobre los orígenes del cristianismo, una religión que
había adoptado sin saber en realidad nada sobre ella. Necesitó siete años de
escritura, la mayor parte bajo un haya de su jardín. Antes llevó a cabo un
trabajo de documentación meticuloso, para plasmar con veracidad hasta el más
mínimo detalle de la época. Tanto que, al parecer, cuando después visitó Jerusalén afirmó
que no veía necesario cambiar ni una coma de lo que había escrito.
Ponerse a fabular sobre el nacimiento de Cristo y su muerte llevó a Wallace por el trillado camino de la iluminación y reforzó su fe. Como cristiano heterodoxo siempre lo hizo a su aire, sin plegarse a ninguna iglesia. Quizá por eso el libro logra ese equilibrio entre religión y aventura, entre épica y espiritualidad. Me temo que un descreído o un dogmático de capilla habría arruinado la combinación escorándola según sus intereses.
Ponerse a fabular sobre el nacimiento de Cristo y su muerte llevó a Wallace por el trillado camino de la iluminación y reforzó su fe. Como cristiano heterodoxo siempre lo hizo a su aire, sin plegarse a ninguna iglesia. Quizá por eso el libro logra ese equilibrio entre religión y aventura, entre épica y espiritualidad. Me temo que un descreído o un dogmático de capilla habría arruinado la combinación escorándola según sus intereses.
Con
todo, la novela se considera uno de los libros cristianos más influyentes. Escrita
por Wallace con tinta morada, su arranque fue tímido, pero en un par de años se
hizo un hueco y arrasó. Antes de acabar el siglo había despachado un millón de
ejemplares y era traducida a veinte idiomas. Su adaptación teatral
estuvo en los tablados de Broadway durante veintiún años ininterrumpidos. Wallace
se convirtió en un héroe y según he leído, es el único escritor que tiene una
estatua en el National Statuary Hall del Capitolio de Washington, representando
a su Indiana natal.
Imagen del National Statuary Hall, donde está Wallace. Foto: USCapitol - National Statuary Hall since July 1864, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=50738699 |
Poco
estoy hablando de la historia de Ben-Hur, porque asumo que es conocida por
todos. La novela comienza con el encuentro de tres sabios venidos de los confines del mundo: Baltasar el egipcio, Melchor el hindú y Gaspar el griego. Un espíritu,
en el que reconocen la verdad que buscaron toda la vida, les conmina a acudir
ante la inminente llegada del Salvador. La escena está relatada con verdadero
misterio y devoción. Resulta sugestiva, ¿entonces es una novela religiosa? Sí pero
también algo más. Wallace escribió la historia de Cristo, pero no la dejó en
primer plano, sino como ruido de fondo.
El
mensaje cristiano, en cualquier caso, influye en la evolución del protagonista.
Este es ficticio. Se llama Judá Ben-Hur, es un príncipe saduceo de Jerusalén al
que una fatalidad le hace caer en desgracia. Una desgracia aprovechada (y
alentada) por el que había sido su amigo en la infancia y pasa a convertirse en
enemigo mortal: el cínico y descreído romano Mesala (Stephen Boyd). Ben-Hur será condenado a
galeras y su madre y hermana encerradas de por vida en una lúgubre mazmorra. Solo
el ansia de venganza y la caridad de un extraño que da de beber a Ben-Hur
cuando estaba a punto de sucumbir, mantienen en pie a nuestro héroe.
La casualidad teje extraños encuentros, finiquita o da segundas oportunidades. Hasta en las vidas más insignificantes deja su impronta, no la iba a dejar en la de este héroe. Ben-Hur llama la atención del duunviro Quinto Arrio, que se embarca en una lucha contra los piratas que dificultan el comercio de Roma en el Egeo. La galera naufraga, pero Ben-Hur salva de morir a Quinto Arrio. Este le hace su hijo adoptivo, un giro total del destino que le permite regresar en busca de su madre y querida hermana, de las que nada sabe y de paso vengarse de Roma, personificada por el cruel Mesala. En Antioquía, toma contacto con Simónides, un antiguo sirviente de su padre que ha logrado a pesar de las torturas de Roma, mantener a salvo parte de la fortuna de la familia Hur y con el jeque Ilderim (genial Hugh Griffith), un árabe apasionado por la carreras de caballos. Los tres comparten el odio a Roma y darán su escarmiento a Mesala en el circo.
No quedará aquí la venganza, porque traman levantarse contra el Imperio y viven animados por el rumor de que ha nacido el rey de los judíos. Sueñan con que lidere su rebelión y conduzca a la victoria sobre Roma. Pero el Mesías no trae un mensaje bélico, ni mucho menos. Aunque da muestras sobradas de su poder. Ben-Hur entonces entra en cortocircuito y por ahí viene su transformación y apoteosis final.
La casualidad teje extraños encuentros, finiquita o da segundas oportunidades. Hasta en las vidas más insignificantes deja su impronta, no la iba a dejar en la de este héroe. Ben-Hur llama la atención del duunviro Quinto Arrio, que se embarca en una lucha contra los piratas que dificultan el comercio de Roma en el Egeo. La galera naufraga, pero Ben-Hur salva de morir a Quinto Arrio. Este le hace su hijo adoptivo, un giro total del destino que le permite regresar en busca de su madre y querida hermana, de las que nada sabe y de paso vengarse de Roma, personificada por el cruel Mesala. En Antioquía, toma contacto con Simónides, un antiguo sirviente de su padre que ha logrado a pesar de las torturas de Roma, mantener a salvo parte de la fortuna de la familia Hur y con el jeque Ilderim (genial Hugh Griffith), un árabe apasionado por la carreras de caballos. Los tres comparten el odio a Roma y darán su escarmiento a Mesala en el circo.
No quedará aquí la venganza, porque traman levantarse contra el Imperio y viven animados por el rumor de que ha nacido el rey de los judíos. Sueñan con que lidere su rebelión y conduzca a la victoria sobre Roma. Pero el Mesías no trae un mensaje bélico, ni mucho menos. Aunque da muestras sobradas de su poder. Ben-Hur entonces entra en cortocircuito y por ahí viene su transformación y apoteosis final.
Lew Wallace en su estudio (Foto: https://www.religionenlibertad.com/cultura/51629/lew-wallace-era-agnostico-escribio-benhur-para-aprender-sobre-cristianismo.html) |
El
estilo de Wallace es como corresponde al tema. Sobrado de descripciones, con
continuas llamadas al lector. Las casualidades están por doquier, a los
lectores descreídos esto les molestará, pero así se hacen los libros de
aventuras creo yo. Algunas transiciones se resuelven con tres frases, la trama
da algún que otro bandazo. Las cosas más increíbles pasan cuando menos te lo
esperas.
La
confusión de Ben-Hur, que espera encontrar un rey inclemente, ungido de
dignidad imperial y se topa con un joven humilde y compasivo, con extraordinarios
poderes que rechaza emplear para evitar su muerte en la cruz, es uno de los
momentos más logrados de la novela. Luego están los pasajes míticos de la película,
tan emocionantes como en
formato panorámico. A pesar de perder el factor sorpresa, leerlos no me ha privado de todo un aluvión de emociones. La lectura y el cine se complementan, pero creo que tocan fibras diferentes de la sensibilidad humana.
La recreación de la vida en las galeras, el encuentro y la salvación de Arrio es excepcional. La carrera de cuadrigas y toda la intriga previa, te enardece hasta tal punto que pierdes la noción del tiempo y el espacio. Esa sensación de arrebatamiento, de ser trasladado a otro lugar, de vivir emociones intensas nunca experimentadas es lo que me ha hecho vibrar con la lectura, hacer que los días de encierro dedicado a sus páginas hayan transcurrido en Antioquía, Jerusalén y cerca de un vergel con palmeras datileras y corceles de raza árabe (en la película son españoles), en lugar de en mi piso con paredes de cartón. La literatura hace viajar, te lleva a universos paralelos. También lo hace el cine, pero de manera menos introspectiva y por menos tiempo. La pasión y crucifixión de Cristo conmoverán al más acérrimo de los ateos. La liberación de la madre y hermana de Ben-Hur, su piel leprosa, estremece tanto como en la película, si no más.
Según he leído, la novela de Wallace, junto a la Biblia y Lo que el viento se llevó nunca han estado fuera de catálogo en EE.UU. ¿Quiere esto decir que es un clásico a la altura de, por citar su principal referente, El conde de Montecristo? No creo. Su mensaje cristiano y la adaptación de Wallace, le dan punto extra. No ha perdurado solo por su valor literario. Para la mayoría de cinéfilos la película es superior, si medimos lo que cada obra representa en su respectivo arte, la adaptación de Wyler se lleva el laurel. Pero es una gran novela de aventuras con una gran impronta espiritual. Cristo, en realidad, hace un cameo. Deja su mensaje redentor, pero no es el protagonista. Es Ben-Hur, encarnado en el cine por la mirada humeante de Charlon Heston. Merece la pena ver la película y leer el libro, sea la semana santa o pagana, sea entre rejas o en libertad.
La recreación de la vida en las galeras, el encuentro y la salvación de Arrio es excepcional. La carrera de cuadrigas y toda la intriga previa, te enardece hasta tal punto que pierdes la noción del tiempo y el espacio. Esa sensación de arrebatamiento, de ser trasladado a otro lugar, de vivir emociones intensas nunca experimentadas es lo que me ha hecho vibrar con la lectura, hacer que los días de encierro dedicado a sus páginas hayan transcurrido en Antioquía, Jerusalén y cerca de un vergel con palmeras datileras y corceles de raza árabe (en la película son españoles), en lugar de en mi piso con paredes de cartón. La literatura hace viajar, te lleva a universos paralelos. También lo hace el cine, pero de manera menos introspectiva y por menos tiempo. La pasión y crucifixión de Cristo conmoverán al más acérrimo de los ateos. La liberación de la madre y hermana de Ben-Hur, su piel leprosa, estremece tanto como en la película, si no más.
Según he leído, la novela de Wallace, junto a la Biblia y Lo que el viento se llevó nunca han estado fuera de catálogo en EE.UU. ¿Quiere esto decir que es un clásico a la altura de, por citar su principal referente, El conde de Montecristo? No creo. Su mensaje cristiano y la adaptación de Wallace, le dan punto extra. No ha perdurado solo por su valor literario. Para la mayoría de cinéfilos la película es superior, si medimos lo que cada obra representa en su respectivo arte, la adaptación de Wyler se lleva el laurel. Pero es una gran novela de aventuras con una gran impronta espiritual. Cristo, en realidad, hace un cameo. Deja su mensaje redentor, pero no es el protagonista. Es Ben-Hur, encarnado en el cine por la mirada humeante de Charlon Heston. Merece la pena ver la película y leer el libro, sea la semana santa o pagana, sea entre rejas o en libertad.