viernes, 26 de mayo de 2017

"Reconstrucción" de Antonio Orejudo

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Es en el Renacimiento, uno de los periodos más apasionantes de la historia, cuando se asientan las bases del mundo moderno. Visto en lo positivo, Europa brilla como un diamante y se prepara en la rampa de lanzamiento para iniciar su preponderancia. En la otra cara de la moneda, el viejo continente padece guerras de religión, intolerancia y fanatismo. La casi total devastación de la población nativa en América y el trasvase de millones de africanos, conducidos por la fuerza a las plantaciones de caña de azúcar, tabaco o algodón, también entran en la ecuación y matizan gran parte del optimismo. La cara o la cruz: podemos pensar en la cúpula de San Pedro y la imprenta de Gutenberg o en los barcos que cruzan el Atlántico con las bodegas repletas de hombres y mujeres encadenados y las hogueras donde crepita la carne de los heterodoxos. Bien, pues Antonio Orejudo sitúa su novela Reconstrucción en esta época apasionante.

El título, al principio, induce a pensar en algún artefacto posmoderno. Así lo creía yo, cuando después de leer un par de artículos del autor en Eñe, busqué en la biblioteca por si tenían algún libro suyo y me topé con este. Y puede que no fuera del todo desencaminado. Pero en principio, se trata de una novela histórica. Un tanto atípica, eso sí. Tanto que al final no estoy muy seguro de si le va bien esa etiqueta. En cualquier caso, los hechos transcurren entre 1533 y 1553, con las turbulencias provocadas por la reforma protestante como telón de fondo.

En la primera parte, que se titula conversación, se describe la rebelión anabaptista de Münster. Estos señores, los anabaptistas, se tomaron la reforma religiosa a la tremenda. Defendían el bautismo de las personas adultas y la comunidad de bienes. También estaban convencidos de la llegada del fin del mundo. En Münster crearon una comunidad ideal y resistieron un asedio de varios meses, hasta que fueron aniquilados por las huestes católicas, aunque entre calvinistas y luteranos no gozaban de mejor reputación. El protagonista es un tal Bernd Rothmann, que tiene el privilegio de ser la chispa que enciende la mecha, pero luego se queda al margen, superado por los propios acontecimientos.

El capítulo está armado como un largo monólogo, apenas interrumpido por un interlocutor que exige cuanto menos coherencia. Está aligerada del típico aparato erudito de la novela histórica canónica; se trata de una narración ágil, con las pinceladas precisas para lograr una ambientación creíble. Tiene picos de humor, no hay miedo al anacronismo, y se agradece su afilada ironía. Todo envuelto en un estilo nada ampuloso, sencillo, de frases cortas. Antonio Orejudo es filólogo, entre su currículum figura una edición anotada de algunas novelas ejemplares de Cervantes. La claridad de su estilo nos lleva, arrastra en la lectura.


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Tipos móviles de Gutenberg. La imprenta permitió la difusión de ideas y la universalización de la cultura. Es otra de las protagonistas de "Reconstruccion" (Foto: https://disenopreimpresionsuamon.wordpress.com/2011/12/11/sobre-como-la-palabra-se-hizo-plom/)

Reconstrucción es un libro donde, en contra de lo que se pueda pensar, todo el contexto político-religioso no pesa nada, es liviano, incluso entretenido. Antonio Orejudo logra hacer digestivo un hueso bien duro y eso solo puede ser una virtud. Sus fuentes son diversas, las cita al comienzo. Entre ellos están Stefan Zweig y Antonio Alcalá. Expone su deuda con estos autores, pero no con las obras en concreto, lo que no costaba tanto trabajo. Porque investigando, uno descubre que hay pasajes que son casi calcos. Bueno, pues en el caso de Zweig se trata de Castellio contra Calvino y el tal Alcalá es el responsable de las obras completas de Miguel Servet, nada menos.

Después de la utopía de Münster, que como he leído en algún sitio, al contacto con la realidad se convirtió en distopía, pasan veinte años y los hechos se trasladan a Lyon. El protagonista ahora es un orfebre que fabrica tipos de imprenta, Joachin Pfister. Aquí la novela cambia de registro por completo y se inicia una trama detectivesca que es como sigue. En manos de la inquisición francesa (hubo inquisición en Francia) cae el mayor compendio herético desde los tiempos de Lutero: La restitución del cristianismo, firmado por un enigmático MSV. Encarcelando aquí y torturando allá, la inquisición da con la pista de Pfister y como mal menor (para él), le piden que les ayude a descubrir la identidad del nuevo hereje.

Así que Pfister, supervisado por un peliculero agente del Santo Oficio que tiene la orden de matarle si intenta huir, inicia la búsqueda del misterioso MSV y tiene lugar la “reconstrucción” a la que alude el título. Con variedad de recursos narrativos, MSV se configura ante el lector primero como Michel de Villeneuve, un estudiante de medicina políglota y culto, que ha intuido el funcionamiento de la circulación menor de la sangre y, por lo que en realidad tiene la soga al cuello, la incoherencia, Biblia en mano, del dogma de la trinidad. Finalmente, como Miguel Servet, nacido en Huesca y pieza codiciada para calvinistas y católicos por igual, que inician una colaboración insólita para quemarlo en la hoguera.

En paralelo, lo que es uno de los puntos interesantes de esta novela y por eso digo que quizá no habría que desdeñar la etiqueta de posmoderna, se produce también la “reconstrucción” de Pfister y me callo por no fastidiar esta intriga, aunque se intuye enseguida. El personaje sufre una evolución, notable y que otorga profundidad al relato y lo convierte en algo más que una novela histórica. En ella hace un ejercicio de reconstrucción, de su propio pasado y asume su verdadera identidad, pasaje que supone la conclusión del libro.

En Reconstrucción, como novela de ideas, también hay una crítica al dogmatismo y una defensa de la libertad de expresión. Por desgracia, los defensores intransigentes de una ideología (religiosa o no) con frecuencia esconden motivaciones mundanas cuando no el mero interés personal detrás de sus actos. Los que no se pliegan al pensamiento único, son perseguidos o silenciados. Los que amenazan sus intereses, también.

Miguel Servet y acudo a Antonio Alcalá, aparte de ser un auténtico hombre del renacimiento, fue el primero en defender una libertad de expresión sobre la que ninguna autoridad, civil o eclesiástica, tiene derecho alguno. El primero, según el filósofo Marian Hillar, en expresar la idea de que era un crimen perseguir y matar por ideas. Tan (ingenuamente) convencido estaba que ni corto ni perezoso envió un ejemplar de su libro herético al arzobispo de Zaragoza y otro a Juan Calvino. Como agradecimiento por tan envenenado presente fue quemado dos veces: en efigie por los católicos y en persona por los calvinistas. Con madera húmeda, para que sufriera más. Antonio Orejudo pone en boca de uno de sus personajes las palabras de Castiello, que también recogió Zweig: todas las sociedades tienen derecho a defenderse, pero matar a un hombre, no es purificar una iglesia. Es matar a un hombre. Y añadiría Castellio: la defensa de una doctrina no es un asunto de jueces sino de maestros.  

domingo, 21 de mayo de 2017

Sobre Dostoyevski y "Los hermanos Karamázov"

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Aunque ya había publicado su primera novela unos años antes, fue frente a un pelotón de fusilamiento, el 22 de diciembre de 1849, cuando nació el Dostoyevski escritor que todos conocemos. Por ese motivo, Stefan Zweig incluyó el episodio en Momentos estelares de la historia de la humanidad. No es para menos, porque la lectura de Los hermanos Karamázov me confirmó lo que tantos y tantos han dicho ya: que el autor ruso fue un punto de inflexión en la historia de la literatura y llevó el arte de contar a una nueva dimensión. La pena de muerte le sería conmutada por el zar en el último instante. Todavía, eso sí, tenía por delante varios años de trabajos forzados en Siberia. Así se lo contaba a su hermano:

¿Será posible que no vuelva a coger la pluma? Creo que dentro de cuatro años tendré posibilidad de hacerlo. Te enviaré todo lo que escriba, si escribo. Dios mío, cuántas imágenes creadas por mí se extinguirán en mi cabeza, perecerán o, como un veneno, se mezclarán con mi sangre. Sí, pereceré si no puedo escribir. Más vale quince años de reclusión pero con la pluma en la mano.
Juan Eduardo Zúñiga: Desde los bosques nevados: Memoria de escritores rusos.

Acabada la lectura de Los hermanos Karamázov, no me he resistido a investigar sobre la novela y su autor, del que tan solo conocía vaguedades. En parte escribo este post para poner orden a todas esas notas e ideas propias o que he ido cazando aquí y allá. Espero no ser demasiado prolijo y perdonad cierto desorden en mi exposición.

Podemos empezar hablando, por ejemplo, del punto de vista. Dostoyevski emplea un narrador ficticio, que en apariencia conoce de primera mano o por testimonios al clan Karamázov y es incluso testigo directo de algunos hechos, como el juicio de Dimitri. Así consigue dar una sensación de veracidad, interesante porque involucra al lector desde el primer momento. Sin embargo, en el capítulo El gran inquisidor ese narrador es desplazado por uno de los hermanos, Iván. Este lee a su hermano Aliocha un largo poema donde se imagina la segunda venida de Cristo en la Sevilla del s. XVI. Todavía humean los rescoldos por la quema masiva de conversos y al ser reconocido, Cristo es conducido a la cárcel inquisitorial, donde escucha impávido el alegato materalista del inquisidor. En el siguiente libro, el narrador vuelve a ceder el protagonismo, esta vez al starets Zósimo, que nos cuenta sus memorias por mediación de Aliocha. Los pensamientos de Iván y Zósimo son contrapuestos, irreconciliables. El drama familiar se transforma en el escenario de un pulso ideológico sobre dos formas de concebir el cristianismo, la idea de pecado, la libertad y la naturaleza del hombre.

Acabado el combate, regresamos al momento álgido de la novela: el asesinato de Fiódor, el interrogatorio a Dimitri, el juicio y su resolución. Aquí brilla, intercalada, la parte más optimista y luminosa: la mediación de Aliocha en las disputas de un grupo de niños. Dostoyevski está contando la vida de un santo, su ejemplo moral y se posiciona en la senda del starets Zósimo. Aliocha se dirige a los niños con estas bellas palabras:

Sabed que no hay nada más noble, más fuerte, más sano y más útil en la vida que un buen recuerdo, sobre todo cuando es un recuerdo de la infancia, del hogar paterno. Se os habla mucho de vuestra instrucción. Pues bien, un recuerdo ejemplar, conservado desde la infancia, es lo que más instruye. El que hace una buena provisión de ellos para su futuro, está salvado. E incluso si conservamos uno solo, este único recuerdo puede ser algún día nuestra salvación. Tal vez lleguemos a ser malos, incapaces de abstenernos de cometer malas acciones; tal vez nos riamos de las lágrimas de nuestros semejantes (…) Pero, por malos que podamos llegar a ser..., ¡aunque Dios nos libre de la maldad!..., por malos que podamos llegar a ser, cuando recordemos estos instantes en que hemos enterrado a Iliucha, y lo mucho que lo hemos querido estos días, y las palabras que hemos cambiado junto a esta peña, ni el más cruel y burlón de nosotros osará reírse en su fuero interno de los buenos sentimientos que han llenado su alma en este instante. Es más, tal vez este recuerdo le impida obrar mal, tal vez se detenga y se diga: «Entonces fui bueno, sincero y honrado» 
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Foto: Wikinedia Commons
Fiódor, el padre de los Karamázov, es un hombre odioso, hedonista, que ha maltratado a sus hijos y a sus mujeres. Despierta poca empatía y esto es esencial en el desarrollo de la historia. El genio de Dostoyevski nos hace aborrecerlo, tanto, que nos convierte en partícipes, casi cómplices, del crimen. Así enloquece Iván, que está convencido de haber matado a su padre por desearlo y dejar el camino libre a Dimitri y Smerdiakov. 

El deseo de matar o sustituir al padre es antiguo. La teogonía griega se fundamenta precisamente en el conflicto de los hijos con su padre: Cronos castra a Urano, y luego uno tras otro devora a sus hijos, hasta que Zeus se rebela. El padre de Dostoyevski era un médico alcohólico, déspota y violento. Las relaciones con sus hijos fueron difíciles, tormentosas, imagino que no muy diferentes a las de Dimitri o Iván con el cínico Fiódor. Como ellos, el joven escritor fantaseó alguna vez con la muerte del padre, incluso quién sabe, con su asesinato. Pero el crimen fue consumado por sus sirvientes. Dos años antes había muerto su madre de tuberculosis. Freud quiso ver en este parricidio frustrado el origen de la epilepsia del autor.

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En 2015 mi tocayo Gerardo Vera dirigió una adaptación teatral, que cosechó buenas críticas. Hay también una versión cinematográfica de Richard Brooks, con Yul Brynner en el papel de Dimitri.
En cualquier caso, la experiencia vital de Dostoyevski marcará su obra. Se crió entre los muros del hospital de beneficencia donde trabajaba su padre y estuvo en contacto con la degradación y el sufrimiento humano en toda su expresión física. Experiencias que normalmente le están vetadas a un niño. Mencionamos al principio que sobrevivió a un pelotón de fusilamiento y fue condenado a trabajos forzados en Siberia. En la cárcel tuvo que convivir con presos comunes, asesinos, ladrones, en una habitación maloliente donde se hacinaban treinta o cuarenta personas. Presos que sentían cualquier cosa menos aprecio por un aristócrata como Dostoyevski. Personas capaces de actos deleznables, pero también poseedoras de sentimientos nobles, generosos y valientes. Y es que la naturaleza humana es compleja. Por eso los personajes de Dostoievski no expresan un ideal, sino que testimonian el conflicto. Sufren, dudan, yerran y tratan de enmendarse. Hay verdadera humanidad en esta novela, no arquetipos. Los hermanos Karamázov no habla de la vida: es la vida.

Las relaciones amorosas de Dostoyevski, que no era una persona fácil por lo que he leído, tampoco fueron ajenas al sufrimiento. Como en la novela, donde el conflicto interno, la desazón, define a los personajes. En palabras del autor, el hombre ama el sufrimiento: siempre encuentra alguna razón para torturarse. Tres mujeres pasaron por su vida: la primera murió de tuberculosis; la segunda era veinte años más joven y su perfil me recuerda al de Grushenka. La tercera fue la definitiva. No fueron historias de amor insustanciales: hubo abandonos, infidelidades, reproches, etc. Mujeres capaces de una absoluta entrega amorosa y de la traición más vil en igual medida, actitud que ejemplifica el personaje de Katerina al final de la novela. Marilyn Monroe sentía devoción por Los hermanos Karamázov y trató por todos los medios de impulsar una adaptación, en cine o teatro, en la que ella encarnaría nada menos que a Grushenka. ¿No os parece que la actriz norteamericana encaja en ese perfil humano proclive a “amar apasionadamente, terriblemente, el sufrimiento” que describe Dostoyevski?

En Los hermanos Karamázov, el hedonismo y tendencia al despilfarro de Dimitri choca con unos principios aristocráticos donde lo que más importa es la salvaguarda del propio honor. Esta colisión le atormenta y es el motivo de sus arrebatos violentos, en escenas que quitan la respiración. Dostoyevski padeció similar arrebatamiento por su adicción al juego, descrita en El jugador. Sus viajes a Europa, de casino en casino, empeoraron su enfermedad. Al parecer, creía estar en posesión de un método infalible para ganar en la ruleta, lo que da idea del efecto distorsionador de la ludopatía incluso en personas de una inteligencia abrumadora. Se arruinó en varias ocasiones y lo curioso es que esto tuvo un efecto colateral en lo literario. Por ejemplo, engordando sus novelas. Al publicarse a menudo por entregas se beneficiaba de unos ingresos extra con los que lograba apaciguar a sus acreedores. De esta imperiosa necesidad nació el boceto de Crimen y castigo y se pergeñó El jugador.

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En sus manuscritos Dostoievski añadía todo tipo de dibujos y garabatos. Más ejemplos y la fuente original en libropatas.com
Los hermanos Karamázov gira en torno a una trama, la del asesinato de Fiodor. Se presenta a los personajes, tiene lugar el crimen, la investigación y el juicio. Entre medias, las historias intercaladas del starets Zósimo y los escolares. Se habla de novela psicológica y también de su contenido ético, filosófico, político y social. Su complejidad es de tal magnitud que, aunque he ejercido mi derecho (u obligación) como lector de entender, sobre todo quiero hablar, ya para ir concluyendo de mi derecho a disfrutar, a sentir, a conmoverme. Es la parte pasional, con frecuencia y no la cerebral, la que nos engancha a la literatura. De hecho, arrastrado por la vorágine de los Karamázov, la historia del gran inquisidor o del padre Zósimo, aún con toda su carga ideológica, se pueden ver como en un aparte.

Esta novela me ha engullido, literalmente. Su ritmo endiablado te arrastra como un torrente. Una vez que nos arrojamos al mar de los Karamázov, es imposible regresar a la orilla. He leído algunas partes con una tensión inaudita. Yo creo que si alguien intenta en ese momento acuchillarme por detrás la hoja se quiebra o dobla como si mi espalda fuera un escudo espartano. He tenido que parar la lectura porque estaba exhausto y necesitaba asimilar toda su carga de profundidad.

Dostoyevski concluyó la novela solo tres meses antes de su muerte. Esperaba darle continuidad, pero así se quedó. Creo que cualquier amante de la literatura debe leerla. Que no se deje amedrentar por sus mil páginas: es una tragedia monumental y así debía ser contada. Que se quede con la parte que más le convenga, con el drama psicológico, con la reflexión moral, social o religiosa. Dostoyevski decía que el hombre es un misterio y precisamente la literatura ayuda a ahondar en ese misterio. 

miércoles, 10 de mayo de 2017

"La vida negociable" de Luis Landero

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Leer La vida negociable de Luis Landero ha sido como quedar con ese viejo amigo del que nos sabemos todas sus historias, pero con el que, en cualquier caso, estamos a gusto. La sensación de familiaridad acude enseguida tras las primeras páginas. No es que ya lo haya contado —o quizá sí—, es también el recuerdo de la narración oral. Yo lo comparo con un embrujo: caes en una especie de sopor y la mente reconstruye, como si el narrador en lugar de hablar pintara y las palabras se fueran llenando de corporeidad. Así transcurren las páginas con Landero, raudas, se deshacen entre los dedos. Te dices, esto ya lo he leído, aquí me recuerda a El guitarrista o a Juegos de la edad tardía, pero sigues. Imagino que Landero tiene sus temas, sus obsesiones y por mucho disfraz de argumento, trama, giros fatales y demás que le quiera poner, afloran.

La historia está narrada en primera persona, en un tono de confesión o testimonial. Buena lombriz para cebar el anzuelo. Ese gusto por la historia personal, por narrar el drama ante un público, es antiguo de narices. Creo que Ulises ya lo practicó en la Odisea, para amenizar la cena al rey de los feacios, antes de regresar a su querida Ítaca. En nuestra era posmoderna, la telebasura cogió el relevo, con personas de la calle (¿o actores?) que se sientan en el diván del plato y enumeran sus desgracias. Luego el show añade o intensifica el morbo, pedida de matrimonio o perdón de los hijos, según toque.

Pues en la novela el que habla es Hugo Bayo, peluquero de profesión. La historia comienza en uno de esos momentos decisivos que cambian la vida de uno. Ese tema es recurrente en La vida negociable. Las encrucijadas, tantas vidas son posibles o eso parece. Porque Landero las enfrenta, en una particular antítesis, al destino: un cruel tirón de correa que devuelve, una y otra vez, a Hugo Bayo a su lugar y ocupación, que es la de barbero. ¿En qué quedamos? ¿Todo cambia en segundos, hay instantes que decantan nuestra vida hacia un lado u otro? ¿O estamos predestinados, por nuestros genes, por nuestro temperamento, por nuestras inclinaciones o por fuerzas desconocidas a ser lo que somos?

La historia de Hugo Bayo pasa por varias fases, donde flota cierto aire de parodia de otros géneros, por ejemplo el de la novela de detectives al final. Hay varios episodios brillantes. Entre ellos, me quedo con las peripecias del personaje durante el servicio militar, que incluyen escenas de un erotismo insólito. Tampoco quiero destripar mucho, solo decir que la historia tiene sus bajones, sus momentos tedio, sobre todo cuando Hugo entra en una deriva obsesiva y se pone a enumerar proyectos ridículos, poco creíbles, que ocupan páginas. Landero ridiculiza un tanto al protagonista, que desde luego no es un héroe y aunque podría pasar por novela de iniciación, porque asistimos al periplo vital de un personaje, desde su adolescencia hasta bien entrada la edad adulta, no parece que madure en ningún momento.

Los que escriben reseñas de forma profesional y saben de lo que hablan mencionan en esta novela una especie de cruce entre Cervantes y Quevedo, si esto es posible. Hay un toque cervantino, es verdad, especialmente en la relación tipo Quijote-Sancho que establece Hugo con su maestro barbero o por qué no, con la propia Leo. También es clara la alusión a la novela picaresca y el tono de caricatura de la mayoría de personajes. Me gusta que Landero escoja la tradición de nuestro Siglo de Oro como sustrato, aunque por mi ignorancia tan solo sea capaz de reconocer los mimbres. Y creo que por ahí engancha al lector, con su lenguaje pulcro y su argumento que no es sino destilación de muchos siglos de literatura en castellano. Espero no haberme pasado con esto.

Para acabar, os recomiendo esta entrevista que hizo una compañero bloguera (Marisa, de books and companies) a Landero, donde, no sé si por verse lejos de foros oficiales o porque es así de accesible, se explaya a gusto.