No
había leído a Emilia Pardo Bazán hasta ahora, que lo he hecho por partida
doble. Me condujo Pérez Galdos y tiene gracia el asunto, porque ambos
escritores mantuvieron una intensa relación, que tuvo su reflejo epistolar. La
fuente de mi interés fue la noticia, hace unas semanas, de un coleccionista con
demasiados escrúpulos que al parecer posee —y no quiere vender— las cartas de Galdós con la escritora. Ya que la de Emilia Pardo Bazán a
Galdós se conoce y publicó hace años, de cruzarse ambas correspondencias, más allá del morbo,
creo que constituiría un gran hallazgo y el sueño de muchos lectores. A veces en torno a
figuras de esta magnitud se crea una maraña mítico-académica que impide apreciarlos
como seres humanos que fueron.
Los Pazos de Ulloa se
publicó en 1886. Yo tenía a La Regenta
como lo mejor del siglo, pero puede que esta se le acerque. Es, claro, la opinión
de un lector, no más. La historia, ambientada en la Galicia rural, se desarrolla a partir de contraposiciones: la vida primitiva de la aldea, frente
al convencionalismo de la ciudad, la lucha entre la moral y el instinto, etc. Esas
cosas. Todo comienza con la llegada de Julián Álvarez a los Pazos. El cura,
recién salido del seminario, apocado y en extremo linfático, acude para servir a don Pedro Moscoso, un hidalgo asilvestrado
que vive a merced de Primitivo, su astuto criado y su hija, con la que ha
tenido un niño al que llaman Perucho. Pardo Bazán, en la línea del naturalismo, hace un estudio
detallado de la personalidad de cada uno de sus personajes, que se conducen
ante las diversas situaciones que se les presentan tal y como se espera de su
temperamento. Julián, en cierto momento, trata de enmendar la disolución moral
que reina en los Pazos y convence a don Pedro Moscoso para que vaya a la ciudad
a visitar a su tío don Manuel Pardo de la Lage, otro marqués en la ruina y de
paso elegir esposa entre sus primas. Así ocurre, pero la vuelta triunfante de
Julián, tras consagrar el matrimonio de don Pedro con Marcelina, Nucha,
(de la que el cura parece enamorado, al menos de manera platónica), desemboca
en un drama con un estremecedor final.
Entreverado,
se describen los tejemanejes de los caciques locales durante las elecciones,
soberbio retrato de las miserias políticas decimonónicas. No siempre lo pasado
fue mejor. En política. En lo que respecta a literatura, la prosa de Pardo
Bazán es magnífica. Qué más voy a decir. Y la intensidad de estos personajes,
su profundidad y el modo vivísimo en el que se exponen sus conflictos, constituye
uno de los grandes alicientes de este novelón. En especial el joven capellán, Julián, un ser
cuya inocencia es quebrada para siempre en los Pazos. Es el sino de las
personas hipersensibles, en algún momento la vida les escalda.
Lo bueno (grande) de la literatura es cuando te reconoces en algún personaje
como frente a un espejo y su destino atraviesa el tuyo.
Castillo de Pambre, Palas de Rei (Lugo)
Tras acabarlo, supe que a los pocos meses Pardo Bazán dio a la imprenta una
segunda parte, La madre naturaleza y allí que me fui. Es bien distinta a la
primera, considerarla mejor o peor dependerá de gustos, porque las virtudes de
narradora de Pardo Bazán brillan con el mismo fulgor. Cambia, eso sí, el
enfoque. Si Los Pazos es una novela de personajes, aquí el decorado acapara mayor protagonismo. La Galicia rural es descrita con poética precisión, un
paisaje de ensueño, poblado de tipos humanos singulares, que parece anclado en los
márgenes del tiempo. Los mismos personajes serpentean por las lindes
de La madre naturaleza, pero esta vez
el protagonismo lo tienen los dos niños ya crecidos, Perucho y Manuela. Y una nueva aparición,
Gabriel, el hermano pequeño de la mujer de Moscoso, que llega a los Pazos para
hacerse cargo (y casarse) de su sobrina. La
cuestión es si Manuela aceptará la proposición de su tío, porque anda enamorada
de Perucho, el hijo que Moscoso tuvo con la criada y que
por tanto es su hermano de padre aunque ambos desconocen tan espinoso asunto. El tema del incesto no gustó y
he leído que fue el motivo de que en su época, público y crítica dieran la espalda a esta
gran novela.
El
final, como en la primera parte, es de un patetismo sobrecogedor. Quizá La madre naturaleza aporta mayor
placer estético y me gustan mucho sus descripciones y los incisos etnográficos, aparcada la cuestión
política de la primera parte. En cualquier caso, creo que es bueno leer ambas obras de manera consecutiva. Juntas constituyen un díptico
imprescindible si se quiere ahondar en la gran literatura en español.