Comienzo
esta reseña con tres reflexiones en torno a la escritura, extraídas de las páginas finales de En movimiento. Una vida (On the move. A life, traducción de Damià
Alou), autobiografía póstuma (en su edición española) de Oliver Sacks,
neurólogo y escritor británico:
El acto de escribir es suficiente en sí mismo; sirve para clarificar mis pensamientos y sentimientos. El acto de escribir es una parte integral de mi vida mental; las ideas surgen y cobran forma en el acto de escribir.
El acto de escribir, cuando ocurre con fluidez, me proporciona un placer, una dicha incomparables. Me lleva a otro lugar —da igual cuál sea el tema— en el que me hallo totalmente absorto y ajeno a pensamientos, preocupaciones y obsesiones que puedan distraerme, incluso del paso del tiempo.
Para bien o para mal, soy un narrador. Sospecho que esta afición a las historias, a la narrativa, es una inclinación humana universal, que tiene que ver con el hecho de poseer un lenguaje, una conciencia del yo, y una memoria autobiográfica.
Aparte
de identificarme, en mi insignificancia, con los sentimientos de Oliver Sacks
(y que se podrían extender a la buena lectura, porque también implica un acto creador,
reconstructor si se quiere, donde interviene la imaginación), creo que estas
palabras contienen la esencia de En
movimiento: honestidad al hablar de sí mismo, una sencillez balanceada con
aguda perspicacia y sobre todo, pasión por saber, entender y narrar. Fueron,
deduzco, las directrices de Oliver Sacks hasta que una inesperada metástasis le
privó de una vida de la que supo estrujar hasta la última gota. Podéis —debéis—
leer su artículo de despedida que publicó meses antes de su muerte.
Olivers
Sacks (1933-2015), celebrado por sus libros de casos clínicos El hombre que confundió a su mujer con un
sombrero y Despertares, del que
Hollywood hizo una adaptación nominada a los Oscar, traza la trayectoria de su
vida desde su juventud (la infancia ya la contó en El tío Tungsteno). Está todo: peripecias personales, profesionales, una
pasión irrefrenable por escribir y como en toda vida, la búsqueda incesante de la felicidad.
Imagen de Olivers Sacks junto a Robin Williams durante la preparación de Despertares (foto: ni un libro al día) |
Ya decía que la franqueza define las páginas
de En movimiento, así que Sacks no
evita cuestiones a priori tan espinosas como su sexualidad, el autocelibato que se impuso durante
décadas o su adicción a las drogas, todo expuesto sin pizca de autocompasión.
La familia ocupa un lugar esencial: George, su hermano pequeño esquizofrénico, su tía Lem, que dejó
una dulce impronta o una madre, generosa y de inteligencia punzante, pero a la
que le costó encajar la homosexualidad de su hijo. Me ha sorprendido la entrega
de sus progenitores a la profesión médica. Con noventa años, Sacks trató de
convencer a su padre, médico de profesión, para que bajara el ritmo y al menos
renunciara a las visitas a domicilio. No lo consiguió. Y es que cuando
profesión y vida se amalgaman y la pasión define los minutos, casi los
segundos, no hay lugar para pensar en jubilaciones anticipadas.
Sacks
cultivó aficiones que a algunos le parecerán insólitas, hablando de un estudioso,
neurólogo y demás, pero ya se sabe que no hay mayor ceguera que el prejuicio.
En la bien nutrida colección de fotografías que acompañan al libro,
vemos al bueno de Sacks practicando la halterofilia, el buceo o recorriendo
California en motocicleta, con una estética que recuerda al Marlon Brando de Salvaje. Sobre todo, se le ve cuaderno
en mano (calcula haber gastado unos mil, más o menos) escribiendo, en cualquier
contexto. De hecho, en el libro y es un punto a su favor, hay
intercaladas correspondencia y fragmentos de diarios del autor.
Uno
de los elementos más fascinantes de En
movimiento y que define la obra de
Oliver Sacks, es el relato de casos clínicos, en concreto de enfermedades
neurológicas que provocan trastornos inimaginables y que Sacks aborda con gran
humanidad. Quizá en este punto sea más conveniente leer el citado El hombre que confundió a su mujer con un
sombrero. Estas partes añaden cierta dificultad al texto, por el lenguaje
técnico y sus implicaciones a veces incluso filosóficas. En concreto, el
capítulo dedicado a las teorías sobre la conciencia de Gerald Edelman me costó lo
suyo.
En movimiento resume
la trayectoria intelectual y vital de Oliver Sacks. Es una obra valiosa,
honesta y cuya lectura me ha dejado cierto consuelo (lo que no consiguen las
noticias), cierta alegría de haber compartido solar y especie con alguien tan
extraordinario, de saber de su vida, pensamientos, pasiones, aciertos y
equivocaciones, de haber podido conocer con perspectiva la vida de alguien tan extraordinario. Dejo una última cita, esta vez no del libro, sino de su
artículo de despedida:
Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.