Diversas
ocupaciones me han hecho descuidar el blog. Quizá por ese motivo se han escapado un puñado de mis escasos
seguidores, qué se va a hacer. Cosas de la blogosfera. En cualquier caso, sigo
con el tríptico en torno a los pioneros del género negro en España. Si antes
fue García Pavón ahora le llega el turno a Manuel Vázquez Montalbán y Juan
Madrid.
En
ambos casos sobran las presentaciones. Vázquez Montalbán fue una especie de torbellino
hiperactivo, escribió y opinó sobre casi todo. Ha sido traducido (según El
País) a más de 24 idiomas, Islandia, Noruega y demás países nórdicos incluidos
(¿plantó Carvalho el huevo de la narrativa negra de aquellas latitudes?) y voy a pegar una breve descripción de Enric González en El Mundo, que le va como anillo al dedo.
Hablamos de un tipo enfermizamente tímido y de un tipo formidablemente ingenioso y divertido. Hablamos de un tipo que revolucionó la literatura negra, la literatura deportiva, la literatura política, la literatura gastronómica, la literatura a secas y la columna periodística.
Tatuaje fue la primera novela
de la serie que protagonizó este detective singular, Pepe Carvalho. Antes hizo
una incursión en Yo maté a Kennedy,
pero aquí es donde se comienza a dar forma definitiva al personaje. Estamos en
1974, Franco tiene los días contados y España está a punto de sacudirse la
caspa autoritaria. La novela, sin embargo, surge en principio de una cena
etílica. Después de vaciar varias botellas de vino, Vázquez Montalbán se apostó
con unos amigos que era capaz escribir lo que luego fue Tatuaje en tres semanas.
La historia comienza con un
muerto, faltaría más. Un joven con la cara desfigurada aparece flotando en la
playa con un tatuaje que dice “he nacido para revolucionar el infierno”. El
señor Ramón, capo de barrio descasado, le encarga a Carvalho averiguar la
identidad del fallecido. Mientras tanto, una redada policial nunca vista pone
patas arriba el Barrio Chino, ¿existirá alguna relación con el muerto? Sus
pesquisas le llevarán a Ámsterdam y de nuevo a Barcelona.
Vázquez
Montalbán va modelando lo que será su personaje fetiche. Un sociópata que se
define a sí mismo como “ex-marxista, ex-policía y gourmet”. Precisamente este
delirio por lo gastronómico y el contraste entre su refinamiento y
comportamiento brutal en ciertas ocasiones es lo fascinante de Carvalho. Es un
personaje ambivalente, curioso, rudo, desquiciante. No estoy muy familiarizado
con el género negro, pero creo que Vázquez Montalbán agrega matices al
arquetipo clásico y le aporta un barniz interesante. No me extraña que Enric
González en su artículo aluda a esa metamorfosis autor-personaje.
Aparte
de Carvalho en sí, cuya sola presencia aporta interés a Tatuaje, hay otras cuestiones de fondo. Las alusiones literarias,
por ejemplo. Nuestro detective tiene la sana costumbre de prender su chimenea
quemando un libro. Y no uno cualquiera, se trata de España como problema de Laín Entralgo y nada menos que El Quijote, ante el que siente algo de
remordimientos por las bonitas ilustraciones del ejemplar en cuestión. ¿Es una
puya de Vázquez Montalbán a la España eterna, un rechazo marxista hacia la alta
cultura o un simple gesto provocador? En el propio Quijote las sobrinas de
Alonso Quijano encienden una pira con las novelas que habían trastocado la
mente del hidalgo y el impulso pirómano de Carvalho es casi de mitómano si lo
miramos bajo esta luz.
Reciente adaptación de "Tatuaje" al cómic por Migoya y Seguín (fuente: https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20171106/carvalho-comic-tatuaje-migoya-segui-6375709) |
El retrato de la sociedad tardofranquista es patente, aunque deformado al nivel de caricatura. La clase alta es tratada con un desdén absoluto, especialmente Teresa Marsé, guiño total a Últimas tardes con Teresa. La hidalguía y orgullo hispánico es despachado como un rasgo hipócrita y rancio, deleznable. Vázquez Montalbán solo parece apiadarse de los emigrantes españoles, “productores” según el eufemismo franquista que a pesar de las penurias no dejan de amar a su país. Hay una escena especialmente patética y tierna en este sentido, que no desvelo.
La
principal debilidad de Tatuaje es la
abrupta resolución de la historia. Además, Vázquez Montalbán deja varios cabos sueltos
y un bouquet final de novela mal
rematada. Esta al menos fue la impresión de la mayoría de los lectores.
Toni
Romano, el detective pergeñado por Juan Madrid es
de otra pasta. Mientras Carvalho teoriza sobre la superioridad del pan con
tomate respecto a la pizza o las miserias del menú del día patrio, a Toni Romano —bautizado
como Antonio Carpintero, conserva su apodo de boxeador en homenaje a Rocky Marciano—le basta un bocadillo de queso y un paquete de cigarrillos.
La novela
se titula Beso de amigo, la primera
de una serie de ocho entregas. Juan Madrid también es conocido por sus guiones
para televisión y su novela Días contados
fue llevada al cine por Imanol Uribe. Película que por cierto es icónica de
una época. En traducciones le va la zaga a Vázquez Montalbán, dieciséis según
la Wikipedia.
En esencia,
se trata de una adaptación patria bastante digna de la novela negra americana.
Su protagonista es rudo, desarraigado, sin ambivalencias. No hay refinamiento alguno,
salvo en su “pico de oro”. También tiene su colección de ex: ex-policía, ex-boxeador.
Y punto. Es firme, resuelto, habla con frases lapidarias (se podría sacar un
buen ramillete de ellas), casi siempre con sarcasmo y parece, solo parece, poco
dado a los sentimentalismos.
Nos
cuenta la historia en primera persona, a lo Jim Thompson. Todo comienza con una
rubia imponente (con sorpresa final) que encarga a Romano la localización de su
marido, el cual tiene en su poder ciertos documentos comprometedores para cierto preboste. La cuestión de
fondo es una trama inmobiliaria donde están implicados politicastros, hombres
de negocios que aprovechan los nuevos vientos democráticos para llenar la buchaca y grupos de extrema derecha. Un contexto verídico que encuentra la
inspiración en los tiempos de Juan Madrid como periodista de investigación. De
hecho, el escritor afirma que las novelas le permitían contar todo lo que los
periódicos, por presiones de diverso tipo, se negaban o no se atrevían a publicar.
Trama
de corruptelas aparte, Beso de amigo tiene
un interés notable. Se lee de un sorbo, es adictivo y entretiene. Se pueden
poner peros, claro que sí, la trama principal se diluye, cae en la indefinición
y el final es peliculero, deudor del cine macarrero, reactualizado por
Tarantino. Pero es que quizá lo verdaderamente importante no es el tema en sí,
sino el retrato de una época en transición. Una época en la que la homosexualidad
y el travestismo estaban proscritos y se movían en la marginalidad. En la que
los delincuentes de guante blanco, bien relacionados con las altas esferas, desplazaban
a los chulos y extorsionadores de toda la vida. Un barrio, Malasaña antes de la "movida", sobre el
que Juan Madrid toma una instantánea imperecedera. Un mundo que ve sus
principios degradados, se olvida la lealtad, el honor, la amistad, todo en aras
del dinero fácil. En este sentido, Toni Romano es un caballero de los de capa y
espada, con principios, leal con los suyos. Méritos más que sobrados para darle
una vuelta y pasar un buen rato de lectura noir.
La
semana que viene, esta panorámica dará un salto de cuarenta años y se plantará
en la época actual, con la conferencia de un autor que se fogueó con la
etiqueta de “novela negra”, aunque Carlos Zanón se mueve en otras y variadas
latitudes. Pero eso lo dejamos para el 1 de marzo, Dios mediante.