sábado, 15 de julio de 2017

¿Cuánta poesía hay en la música pop (y rock)?


Voy a salirme un poco de lo habitual para cerrar la temporada antes de abrir un pequeño paréntesis de vacaciones blogueras. Hay un sarpullido típico del verano que es la canción de moda, para la que no existe vacuna y solo sirven medidas profilácticas, como un estricto aislamiento. Difícil, con tantas horas de luz y ese peculiar estilo de vida hispánico, que en general acepto y me gusta, a pesar de que atrae a cierto tipo de moscardón septentrional. Canciones que necesitan de una letra sencilla y pegadiza, sin más arreglos.

Esto me hace reflexionar sobre el vínculo que hay entre poesía y música popular, ya que la propia poesía nació para cantarse. Tenemos a Bob Dylan como ejemplo extremo y reconocido por la academia sueca. Aunque no es fácil de equiparar, porque la música es una salsa con poder saborizante, incluso para la letra más insípida y hay letras hermosas que no funcionan cantadas. Es complejo, lo digo por experiencia porque he hecho mi incursión en ese mundo.

He buscado ejemplos de letras excelsas, más bien fragmentos, de artistas que cantan en español y han logrado momentos de, para el que escribe, gran eficacia musical y hondura poética. Repito que no es fácil ligar estos dos ingredientes, que en muchos casos se comportan como el agua y el aceite. Estos ejemplos son los que me gustan y conozco, unos pocos, pero podéis añadir otros. He obviado, por supuesto, aquellos poemas adaptados por cantautores y otros trovadores modernos con aspiraciones rimadas. Aquí se trata de música pop y rock hecha desde abajo, sin ayuda, sin “intertextualidad”.

No quiero empezar con la típica paliza de si la música de antes, porque aberraciones las ha habido en todas las décadas, incluyendo los mitificados ochenta. Me voy a centrar en lo bueno, pero para que se note el contraste, aquí va un ripio de la canción de moda. Recomiendo enjuagarse la boca después de leer, para que el bouquet no amargue el buen vino que seguirá a continuación.

Vamos a hacerlo en una playa en Puerto Rico 
hasta que las olas griten Ay Bendito 

Me he quedado tan ancho. Pero no condenemos a la hoguera a toda la música de verbena. Ha habido buenos letristas, gente bohemia, culta y creativa, no tan interesada en sacar un producto comercial y ver dividendos rápido como en expresar emociones entendibles y encajadas en un contexto musical. Por ejemplo, Carlos Berlanga en Ni tú ni nadie y ese superlativo: mil campañas suenan en mi corazón. La canción habla de una ruptura amorosa, pero se ha convertido en un himno: ni tú ni nadie puede cambiarme.

Carlos-Berlanga-
Alaska y Carlos Berlanga casi frente a frente. Faltaría Nacho Canut para completar el trío de ases de "Ni tú ni nadie" (foto y más info en bigmaud)
Enrique Bunbury es un gran aficionado a la poesía y lo cierto es que tiene un buen arsenal de versos “prestados” de otros autores en sus letras. Esto generó polémica en su día. A mí, por ejemplo, me gusta mucho el estribillo de La chispa adecuada:

No se distinguir entre besos y
raíces
no se distinguir lo complicado
de lo simple
y ahora estás en mi lista de
promesas a olvidar
todo arde si le aplicas la chispa
adecuada

Viendo una película emblemática del llamado “cine quinqui”, Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981), me llamó la atención la letra de un tema de Los Chunguitos. Era Me quedo contigo, firmado por Enrique Salazar (muerto de enfermedad hepática en 1982), una rumba que asume el amor como renuncia: Si me das a elegir, entre tú y la riqueza, con esa grandeza que lleva consigo, ay amor, me quedo contigo.

Y en el terreno de la rumba, pero aderezada con otros géneros también fronterizos, Kiko Veneno tiene grandes letras. En un Mercedes blanco se puede leer como un poema, de cabo a rabo:

En un Mercedes blanco llegó
A la feria del ganado
Diez duros de papel Albal
Y el cielo se ha iluminado

Y esta, del tema Echo de menos, ¿qué?:

Si tú no te das cuenta de
lo que vale
el mundo es una tontería
si vas dejando que se
escape
lo que más querías
Es difícil hablar de letras favoritas, porque siempre está la canción de por medio. Destaco Lucha de gigantes, por el propio tema, la sentida interpretación de Antonio Vega y versos como:

Vaya pesadilla corriendo
con una bestia detrás
dime que es mentira todo
un sueño tonto y no más
me da miedo la enormidad
donde nadie oye mi voz …

Y en un terreno más duro, no puede faltar Roberto Iniesta. De nuevo, elegir alguna de sus letras es cuestión de gusto o de nostalgia más bien. Por ejemplo en Stand by, que además comienza con un recitado del poeta Francisco Ortega Palomares.

Vive mirando una estrella
siempre en estado de espera.
Bebe a la noche ginebra
para encontrarse con ella.

Sueña con su calavera
y viene un perro y se la lleva,
y aleja las pesadillas
dejando en un agujero
unas flores amarillas
pa' acordarse de su pelo.

Sueña que sueña con ella
y si en el infierno le espera...
Quiero fundirme en tu fuego
como si fuese de cera.

Antes de hacer la maleta
y pasar la vida entre andenes,
deja entrar a los ratones
para tener quien le espere...

            

Jorge Martínez de Ilegales tiene en su haber algunas de las letras más ácidas del rock en español, por ejemplo en Yo soy quien espía los juegos de los niños. Pero yo tiro por el desamor y me quedo con El corazón es un animal extraño.

El corazón es un animal extraño;
siente extraños deseos, busca extrañas compañías.
El corazón es un animal extraño;
sufre extrañas costumbres y oye extrañas voces.

El gran Rosendo Mercado además de excelente músico es un letrista eficaz, contundente, pero poco "poeta". Aún así, me parece muy evocadora Flojos de pantalón, quizá por sus múltiples lecturas y su tono épico, solo de guitarra cantable incluido:

Surge la escena en un salón
niñas en promoción
momias poniendo precio
ambigüedad.

Para ir acabando, no podía faltar Joaquín Sabina, reconocido letrista y poeta popular, no solo músico. Otro corazón marchito en Cerrado por derribo:

No abuses de mi inspiración,
No acuses a mi corazón
Tan maltrecho y ajado
Que está cerrado por derribo.
Por las arrugas de mi voz
se filtra la desolación
de saber que estos son
los últimos versos que te escribo

Y menos conocidos, pero con algunas de las mejores letras del rock español en su haber, los granadinos 091. Sin duda, José Ignacio García Lapido sabe cómo escribir buenos temas de rock y aderezarlos con letras sensibles e inteligentes y el bueno de Pitos logra insuflar vida con su voz a toda esa poesía y dramatismo. Un claro ejemplo en Buen día para olvidar, del álbum Más de cien lobos.

Hay días que agobia respirar el mismo aire que la gente.
Pues que la suerte se tapó los ojos hoy para no verme.
Pasa de largo si me ves,
hoy sólo te podría decir hola y adiós.

Es de esos días que te da por quemar libros de poesía.
Y si no arden suavemente se te viene el mundo encima.
No hay broma que pueda animarme,
ni nada que puedas hacer.
Buen día para olvidar,
buen día para olvidar,
cansado de andar, cansado de andar,
de andar siempre y de no ir a ningún lado.

Es de esos días que mejor no hubiera amanecido nunca.
Es cuando al vaso una gota solamente lo desborda...


            

Y bueno, aquí acabo, pero el tema sigue abierto. Podéis incluir vuestras sugerencias en los comentarios. A partir del lunes estaré menos activo en la blogosfera y la llanura queda clausurada hasta septiembre, si Dios quiere. Disfrutad del verano y leed mucho.  

jueves, 6 de julio de 2017

"Un viejo que leía novelas de amor" de Luis Sepúlveda


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Siempre se dice de la selva amazónica que es el pulmón del mundo. Y la farmacia. Un territorio impenetrable, cambiante, cuyo fulgor esmeralda es muy diferente a la llanura donde vegeto. Aquí, solo hay horizonte. Es un paisaje en pausa. Se me hace por tanto difícil concebir un espacio en continua palpitación. Mi tierra parece un decorado, un telón pintado de añil. En la selva, aún cuando la lluvia cae con una densidad que impide ver un metro por delante, la vegetación contiene el aguacero en su cúspide y solo a intervalos se derrama en pequeñas cataratas. Luis Sepúlveda dice “el cielo era una inflada panza de burro colgando amenazante a escasos palmos de las cabezas”, ¿qué tiene que ver con el techo de cristal, casi en contacto con el espacio sidéreo de la llanura? La llanura es tan transparente que apenas guarda algún secreto. Las pedrizas se yerguen a la vista, como cicatrices entre los retales de parcelas, amarillas, ocres, el verde transitorio del cereal o las viñas. Ni siquiera el monte abigarrado, los manojos de tomillo, las escasas encinas de gruesa corteza. No hay donde esconderse. En la selva, bajo el fango, duermen escorpiones y serpientes de varios metros. La lluvia arrastra una cascada de insectos que engullen los peces. Los shuar, mal llamados “jíbaros”, “unos hombres semidesnudos, los rostros pintados con pulpa de achiote y adornos multicolores en las cabezas y los brazos” conocen “el arte de convivir con la selva”. En la llanura, antes de la industrialización, bastaba un lazo, un pozo y agachar las corvas para arañar la costra caliza y hurgar dentro de la tierra. No era poco, desde luego, pero no requería tanta simbiosis. Exigía más bien el cambio, la transformación, para sobrevivir: desbrozar, retirar la piedra, arar, sembrar y recoger la cosecha. Arrinconar el poco bosque y sus alimañas. Levantar una vivienda de tapial y otra, hasta tener un pueblo. 

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Imagen de la selva amazónica (foto: tocadacotia.com) y la llanura manchega. 
Antonio José Bolívar Proaño es un viejo que vive en un reducto aislado de la amazonia, un pueblacho llamado “El Idilio”, gobernado por un gordo sudoroso, único representante del estado en aquel paraje selvático. Allí consume su vejez leyendo con ayuda de una lupa, “lentamente, juntado las sílabas, murmurándolas a media voz como si las paladeara”, novelas de amor, de las que le provee cada seis meses el doctor Rubicundo Loachamín. Un pícaro que extrae los dientes podridos a los lugareños valiéndose de una particular anestesia: “ya sé que duele. ¿Y de quién es la culpa? ¿A ver? ¿Mía? Del Gobierno! Métetelo bien en la mollera. El Gobierno tiene la culpa de que tengas los dientes podridos. El Gobierno es culpable de que te duela.” Bolívar tiene amistad con el médico, porque le extrajo las piezas podridas y le dejó una prótesis a buen precio, que lleva envuelta en un pañuelo descolorido, “¿y por qué no los usas, viejo?” “No estaba ni comiendo ni hablando. ¿Para qué gastarlos entonces?”.

El viejo fue joven una vez y con su esposa, Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, bajó de la sierra mordiendo el señuelo que el gobierno había dispuesto para poblar zonas remotas de la amazonia, disputadas al Perú. Allí comenzó una estéril lucha con la lluvia, los mosquitos, las fiebres, la crecida incesante del río y las serpientes. Hasta que los shuar, compadecidos, adoptaron a Bolívar, que aprendió de ellos el lenguaje de la selva. Tuvo que volver a la civilización, sin embargo.  Desde su choza el viejo contempla la depredación de los colonos, cazadores furtivos y buscadores de oro, “construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto”. Ignorantes de las leyes de la selva, al quebrantarla la vuelven contra ellos. Por eso la aparición de un gringo muerto desata los acontecimientos. Una hembra de tigre se ha cobrado la vida del cazador y vaga con sed de venganza. No tardan en aparecer otros muertos y la autoridad de El Idilio, decide salir a darle caza. ¿Será el último encuentro de Antonio José Bolívar Proaño con el lugar que le permitió dar a la palabra “libertad” un sentido?

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Fotograma de la película basada en el libro (foto: fantasmasculturales.wordpress.com.) No sé por qué, imaginaba al viejo Bolívar de otra manera...

"Un viejo que leía novelas de amor" es un alegato ecologista de 137 páginas, con personajes memorables, palpitante, donde también se rinde un pequeño homenaje a esas “palabras hermosas que a veces hacen olvidar la barbarie humana” y que nosotros llamamos literatura. Escrita por Luis Sepúlveda en 1988, recibió el Premio Tigre Juan de Oviedo. Según dice la Wikipedia, ha sido traducida a 60 idiomas, ha vendido 18 millones de libros en todo el mundo y fue adaptada al cine con Richard Dreyfuss como Antonio José Bolívar. Así que poco voy a poder añadir que no se sepa. Ha sido después de su lectura cuando he descubierto que la novela en cuestión era todo un fenómeno, pero nunca es tarde. Primer libro de estas vacaciones.    

Actualización abril de 2020: acabo de conocer la triste de noticia del fallecimiento de Luis Sepúlveda. Vivirá en sus novelas y será bien acogido, seguro, en el cielo de las letras. Sirva esta humilde reseña como tributo a su talento imperecedero. D.E.P. 

domingo, 2 de julio de 2017

ÚLTIMAS LECTURAS


Iba a titular este post “cosecha de primavera” o de forma más prosaica “lecturas de primavera”, pero es que este año la estación de los brotes verdes le ha robado casi dos meses al verano. El calor asfixiante, los embalses exhaustos dejando la rebaba conforme menguan, como anillos de espuma en una jarra de cerveza, los eucaliptos de repoblación convertidos por el calor en auténticas cerillas…Solo la tos asmática y las amapolas se han asomado a este cuadro primaveral. Dos meses donde apenas he leído, para qué voy a mentir. Ya me resarciré en julio y agosto. Esto me recuerda al general Maceo en la guerra de Cuba, la del Maine, que se vanagloriaba de sus invencibles generales “junio, julio y agosto”. Pues mi mes de junio, ahí, ahí. 


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De momento estoy reuniendo algunos libros, he hecho un hueco en la estantería y me gustaría poner un neón con una flecha, como las de los hoteles retro. Allí acumulo las posibles lecturas caniculares. Es provisional, tiene aún el andamio puesto. De momento está Manhattan transfer, de John dos Passos, el libro que inspiró a Camilo José Cela La Colmena. Y echándole un vistazo, la estructura es prácticamente idéntica, pero claro, poco tendrá que ver el Madrid de la posguerra con el Nueva York de los locos años veinte, aunque según he leído la novela de dos Passos pretende precisamente desmitificar y dar voz a los perdedores, a la otra cara de la moneda del éxito fácil. Eso gusta, a mí al menos. 

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Y bueno, en curso y casi acabando, tengo La larga marcha de Rafael Chirbes. Fantástica novela que a mi parecer sigue la línea de La buena letra. Es una obra extensa, ambiciosa, con múltiples personajes y dos generaciones que se acaban entrecruzando y entreverando. Todos surgen del fango de la guerra civil. Hay de los dos bandos, aunque del ganador Chirbes, de forma insólita al menos para el que escribe, no extrae una muestra triunfal. Casi no se distinguen de los perdedores. La evolución y los caminos que toman los personajes son sorprendentes. No falta el pesimismo y la prosa absorbente, marca de la casa. Me parece una pieza esencial para comprender nuestra historia reciente, lejos de los caminos trillados y un artefacto literario de muchos quilates. Yo estoy leyendo una reedición de Anagrama, porque en su tiempo pasó sin pena ni gloria. No en Alemania, donde fue premiada y un crítico (Marcel Reich-Ranicki) le dedicó las siguientes palabras: 
En La larga marcha se habla una y otra vez de una “nueva España”, y todo el que cree en la posibilidad del cambio deposita en esa idea siempre el mismo ingenuo entusiasmo. Lo que ocurre con Rafael Chirbes es que ha escrito una historia de las grandes esperanzas y las grandes promesas, pero también de los grandes desencantos
Entre muchas, voy a destacar una de ellas que me ha emocionado especialmente por su patetismo, la del médico republicano, condenado a muerte tras la guerra, degradado por los vencedores, que pierde los estribos ante las incipientes inquietudes políticas de su hija, la insulta y acaba quemando los mismos libros marxistas que el leía y ensalzaba en su juventud.

Aparte de esta joya, por suerte revalorizada, al fin pude con un libro de Javier Marías. Seguí las indicaciones de otros amigos blogueros, no podía ser menos y me hice con Corazón tan blanco. A propósito de Javier Marías, hace unos días estuvo en la picota digital por pensar diferente a la mayoría. Y eso que lo dijo con educación y buenos argumentos, pero parece que los tiempos de “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo", frase atribuida a Voltaire (al parecer es obra de algún biógrafo, pero expresa a la perfección su pensamiento), están finiquitados. Por suerte, creo que al autor le resbala e incluso puede que le guste tirar piedras a la jaula de los monos, para ver como se cabrean en Twitter.


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Bueno, pues Corazón tan blanco es un artefacto interesante. No soy filólogo, pero creo que su sintaxis es en ocasiones un tanto enrevesada. La de vueltas que da para decir algo. También, sin ser crítico, me parece que se le va la mano con las digresiones y qué decir de los paréntesis. Confieso que he practicado el salto de párrafo y el salto de línea, deporte olímpico cuando una lectura te aburre y en el que tengo pericia. Pero a pesar de todo, hay situaciones brillantes, escenas que perduran y merecen una relectura. En ocasiones es casi un ensayo, es un libro complejo, no en su trama, sencillísima (como a mí me gusta, dicho sea de paso), pero si en otras facetas. El inicio, esto se ha dicho mil veces, es magistral. Destaco la que para mí es la espina vertebral de la novela, su visión pesimista del amor y las relaciones personales, pero hay otras, que se podrían sintetizar a través de estas citas (con el subtítulo “para pensar…”):

La gente quiere en buena medida porque se la obliga a querer.

Hay veces en que la vida de los otros, de otro (…) depende de nuestras decisiones y vacilaciones, de nuestra cobardía o arrojo, de nuestras palabras y de nuestras manos, también a veces de que tengamos dinero y ellos no lo tengan.

Cualquier relación entre personas es siempre un cúmulo de problemas, de forcejeos, también de ofensas y humillaciones.

A veces tengo la sensación de que nada de lo que sucede sucede, de que todo ocurrió y a la vez no ha ocurrido, porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera ni se recuerda incesantemente y hasta la más monótona y rutinaria de las existencias se va anulando y negando a sí misma en su aparente repetición.

Para acabar esta exigua cosecha, en cantidad, pero no en calidad, compré en un mercadillo la novela póstuma de Yukio Mishima, La corrupción de un ángel. Forma parte de una tetralogía, “El mar de la fertilidad”. Fue entregada a la imprenta por el escritor japonés poco antes de ejecutar una performance de corte fascista o poética, según se mire (aunque pese, el nacimiento del fascismo estuvo vinculado a cierta poesía de vanguardia). El 25 de noviembre de 1970 se dirigió con cuatro de sus seguidores del takenotai — una especie de organización paramilitar fundada por el propio Mishima— al cuartel general de Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa de Japón y tras maniatar al comandante al mando, arengó a un grupo de soldados pidiendo la restauración imperial. Fue abucheado y acto seguido, se quitó la vida a través de la ceremonia del seppuku. Nadie lo había hecho desde el final de la guerra mundial.


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Ya había leído antes a Mishima, con fascinación. Era un personaje especial. Conocía bien la literatura europea y de hecho, según los críticos, su obra expresa la simbiosis entre tradición y modernidad. En Youtube hay algunos videos, incluida su estrambótica aparición frente a las tropas, desplegando dos pancartas con soflamas patrióticas. La obra en sí trata sobre un adolescente que es adoptado por un anciano acaudalado, por razones místicas. El joven pronto desvela una insólita inclinación hacia el mal. La novela alterna las descripciones preciosistas, la pausa y lo contemplativo, con escenas fulgurantes de gran viveza. El crisantemo y la espada, frase con la que la antropóloga Ruth Benedict quiso sintetizar la singularidad de la cultura nipona.

La corrupción de un ángel contiene una teoría sobre el suicidio (existe una variedad que acepto: las personas que se suicidan para afirmarse como tales), no podía faltar y la novela en general tiene una gran carga filosófica y poética. Entre sus ideas directrices, el desencanto por la juventud que irremediablemente se pierde y lo que es peor, se malgasta y al envejecer repara uno en la sangría que ya no se puede detener: solo con la edad sabía uno que existía una riqueza, una embriaguez incluso en cada gota. Mucho que decir tienen también sus personajes, nada arquetípicos, profundos y de los que me quedo con el viejo Honda y Keiko, cuya fealdad sublima su locura, haciéndola creer la mujer más bella del mundo. Os dejo para acabar un reportaje sobre el autor.