Portada de la edición de Piel de Zapa, de donde he extraído la foto. |
Antonio Priante nació en Barcelona en 1939. Aparte de su actividad en la administración pública, ha estado vinculado al mundo editorial principalmente como traductor. Ha publicado diversas novelas con personajes relevantes de la literatura y el pensamiento como protagonistas: Lesbia mía (Cátulo), La encina de Mario (Cicerón) y El corzo herido de muerte (Larra). Su última obra es un ensayo titulado Del suicidio considerado como una de las bellas artes.
En El
silencio de Goethe (Piel de Zapa en 2015), trata de imaginar la última noche de Arthur
Schopenhauer. El inicio, con el anciano filósofo escrutándose delante del espejo, reconociendo sus ojos vivaces y malignos en el reflejo
proyectado, introduce con solvencia al lector nada menos que en la mente de una
figura capital en la historia del pensamiento.
En principio el tema parecería bastante osado,
casi pretencioso, pero Priante maneja el ritmo de la narración de tal manera
que todo fluye sin artificios, sobre el lecho de un purismo formal muy de mi
gusto, con ironía, algo de humor y por momentos, es fácil olvidar que estamos
ante una obra de ficción y creer que es el propio Schopenhauer el que nos
habla, con voz de ultratumba.
Revivir
la personalidad de un filósofo parece sencillo a priori. Aunque la
conciencia de Schopenhauer se apagara al morir, quedó una fracción atrapada en su obra y por tanto puede
ser reconstruida. Ahora, vaya tarea la que se echó Priante a las espaldas. Imagino que ya solo la fase de documentación
ha debido de ser muy laboriosa. Y el libro son poco más de cien páginas, por lo
que hay que sumarle un tremendo trabajo de síntesis, casi de destilación para
captar la esencia del filósofo alemán.
Reconozco que encaré al anciano Schopenhauer
durante su última noche con miedo, porque temía que el tema me acabara superando. Un vulgar bípedo como yo tenía
muchas posibilidades de sentirse abrumado por la propuesta de Priante. Pero soy
de los que prefiere probar antes de opinar. Así que busqué, como Schopenhauer,
el silencio nocturno de mi casa, cuando mi familia duerme. Apenas la luz blanca
del flexo sobre la mesa, Priante-Schopenhauer y yo.
Schopenhauer con 71 años de edad, fotografía de J. Schäfer (Foto: Wikipedia) |
Ya he comentado que el inicio es
magistral. En apenas media página de monólogo, ya había alcanzado ese
momento de trance que provoca la lectura cuando te engancha. Todo lector conoce
esa sensación, de pérdida de noción del tiempo. Parece que el cuerpo se
ralentizara para dejar al cerebro reconstruir, reviviendo lo que uno lee.
Lo digo con sinceridad. Que nadie tenga
miedo a El silencio de Goethe, porque
es una obra totalmente digestiva, no un ladrillo imposible de roer. De
hecho, durante su lectura, en la que consumí tres paréntesis nocturnos,
abandoné el thriller histórico que tenía entre manos, en principio más accesible (y que por cierto, no he retomado).
En el largo monólogo del filósofo nacido
en Gdansk (en la actual Polonia) en 1788, Priante despliega diferentes técnicas
para no perder la atención del lector. Así, Schopenhauer piensa en voz alta, mantiene
conversaciones imaginarias, rememora pasadas controversias e incluso se dirige
a su perro Butz. Nos relata su infancia,
de la que guarda un sentimiento de soledad y desamparo, la relación con sus
padres, su juventud en Le Havre y Hamburgo. Desgrana en pequeñas dosis lo que
supongo que es la base de su filosofía, sus opiniones diversas sobre cuestiones
como el nacionalismo alemán, el mundo académico (con Hegel no tiene piedad) y
el sentimiento que impulsa y se despliega en el filósofo de extrañeza ante el espectáculo del mundo,
ante el hecho de existir.
Schopenhauer y Butz, en la imagen que Google dedicó al filósofo con motivo de su 225 cumpleaños. (Foto: mcclernan.blogspot.com) |
Reflexiona sobre el silencio que
siguió a la publicación de su obra capital, El
mundo como voluntad y representación y su tardía aceptación, no
entre los círculos académicos, sino entre personas alejadas de ese mundo, que
él considera falso y viciado. Se tratan también temas más livianos y jocosos, como
su relación con las mujeres y sus frustradas experiencias sentimentales. Hay
numerosas puyas dispersas aquí y allá, de total actualidad, como ésta que bien
se podría aplicar al universo Facebook o similar: todo el mundo se comporta como si lo único realmente importante e
imprescindible fuera él mismo o la dedicada al nacionalismo: el del patriota es el orgullo más
barato…basta con decirse perteneciente a determinada nación, que casualmente es
la más grande del mundo, para que el ridículo pigmeo se sienta transformado en
Titán.
No todo es luz, hay algún momento oscuro
en la narración de Priante, como cuando se presenta un diálogo en italiano sin
traducir o se embrolla explicando su teoría del conocimiento al perro Butz.
Esta parte, de todos modos, es entendible, ¿de qué va a hablar un filósofo si
no es de filosofía? Y hace aflorar el sentido del humor del autor, cuando de
boca de su personaje dice: ¿Te canso,
Butz?... si te aburres te duermes, te doy permiso. Lo mismo le diría a
cualquier lector….Le diría: lector, si te aburres, te duermes, te doy permiso,
o cierras el libro y te dedicas a pensar por tu cuenta, si es que sabes cómo
funciona eso, o pasas por alto unas páginas hasta dar con un pasaje más
entretenido, haz lo que quieras, lector… Tentado estuve, pero es
precisamente a partir de ahí cuando el relato revive hasta su final.
Y como un tenue hilo conductor, que
refuerza la narración y da título al libro, Goethe. El poeta alemán fue uno de
los primeros en leer la obra de Schopenhauer y aunque les unía una estrecha
relación, no llegó a hacerle ningún comentario profundo sobre ella ni dejó nada
escrito al respecto. Este silencio obsesiona y causa desasosiego a
Schopenhauer. El lector se siente totalmente empapado por esta angustia y a lo largo
del texto Goethe aparece y reaparece hasta el final.
Monumento a Goethe en Berlín, realizado por Fritz Schaper (Foto: uned.es) |
El
silencio de Goethe es un valioso artefacto literario, accesible
y con una prosa precisa y elegante. Ponernos en la piel del filósofo alemán,
incluso en nuestra condición (la mía) de miserables bípedos, diferentes de un
perro en que ellos tienen cuatro patas y nosotros dos (según Schopenhauer), es
sugerente, a ratos incluso divertido, un poco exigente y arduo en ocasiones, no lo voy a negar. Es un
libro que consigue sustraerse del corsé del género, porque lejos de quedarse
limitado a las convenciones y tópicos de la novela histórica o biográfica,
ofrece mucho más. Y en poco más de cien páginas.
Concluyo con una hermosa y evocadora
frase extraída del libro, no se me ocurre mejor colofón:
Un hombre es muchas cosas al mismo tiempo; un hombre es un mundo; el hombre es el mundo.