Un año que acaba sirve para hacer balance. Esta tarea puede ser ingrata, porque el ser humano tiende a destacar lo malo por encima de lo bueno. Así, a veces un minuto de sombra engulle todas las horas de luz. En cualquier caso, es un año vivido y esta circunstancia conviene celebrarla y dejar de pensar en el ocaso, porque cada minuto cuenta. Durante estas fechas, como se puede comprobar, me hundo en absurdas meditaciones; a veces me embarro y es habitual que acabe deprimido, pidiendo la hora para retomar el trabajo y la rutina. Resumiendo, soy de los que no disfrutan la Navidad. Me siento más solo que de costumbre y me gustaría desaparecer, vaporizarme. Sueño con el desierto de Almería, siento fascinación. ¿Qué tal pasar unas navidades por allí, vagando como un eremita y hablando con las piedras? A lo mejor en el Cabo de Gata, que pilla cerca y tiene hermosas playas con dunas y arborescencias. Sin embargo, con dos niños pequeños, el menor apenas un bebé (hoy ha dado su primer pasito: por momentos así merece la pena vivir y perdonad este latiguillo de intimidad, pero hay cosas que necesitan ser contadas) y el mayor consciente de su propia existencia (me canta “ding-dong, ding-dong, suenan las campanas de la iglesia”, tan angelical es su voz de niño, ¿qué clase de criaturas grabaran los estridentes villancicos de los supermercados?), tendré que ocultar mi cara de Grinch con una espesa peluca blanca y vestirme de Santa Claus (me gusta este apelativo más que el de Papá Noel).
Viendo
que me paso de paréntesis voy al grano. Ya que este blog va sobre todo de
literatura, quería compartir con vosotros, aparte de mi estado de ánimo como
habéis podido comprobar, mis lecturas de este año. La intención era largar la
lista completa (otro paréntesis: tengo poca memoria, lo anoto todo), luego
pensé en seleccionar las tres mejores, o las cinco o las diez. Nunca las
peores: soy positivo en esto y además, si no me gusta un libro lo dejo. Es
lo que se llama economía lectora. En fin, al final voy a hacer una breve
retrospectiva.
Contando todos los libros leídos, me ha dado un poco de miedo. Resulta que soy un adicto, así que me guardo la cifra total. Comencé 2015 leyendo Carta de una desconocida y Leporella, de Stefan Zweig. No ha sido el único de este autor y han caído otros dos, aparte de engrosar mi interminable lista de pendientes.
Contando todos los libros leídos, me ha dado un poco de miedo. Resulta que soy un adicto, así que me guardo la cifra total. Comencé 2015 leyendo Carta de una desconocida y Leporella, de Stefan Zweig. No ha sido el único de este autor y han caído otros dos, aparte de engrosar mi interminable lista de pendientes.
Repasando
me doy cuenta de que la novela corta ha ocupado buena parte de mis lecturas. Es
lógico. Suelo leer un poco por las noches o después de comer. Algo los fines de
semana. Los tochos se me eternizan y en esto puede mi naturaleza nerviosa. A
pesar de todo, devoré con deleite Al Este
del Edén de John Steinbeck y la primera parte de Los Miserables de Víctor
Hugo. Entre las citadas novelas cortas, además de Zweig y Unamuno (que después hablaré), me quedo con Celso Castro y su Afinador de habitaciones, Enrique Javier
de Lara con Cerezas y Julián Ayesta
con Helena o el mar del verano. Serían
mis nominados. También dejo un hueco en mi corazón para la “falsa”
autobiografía de Zelda Fitzgerald en Alabama
song de Gilles Leroy.
2015
ha sido un año especialmente dedicado al relato corto o cuento (escoja cada
cual la denominación que prefiera). En principio por afán autodidacta y al
final, por puro gusto. Me cuesta elegir, pero de intentarlo, creo que Los girasoles ciegos de Alberto Méndez y
9 cuentos de Salinger estarían en mi Olimpo.
En el cajón también podría subir Amistad
de juventud de Alice Munro y Danilo Kis se queda en diploma olímpico. Mención
aparte merece la relectura que he hecho de Manuel Rivas, escritor fetiche de mi
adolescencia. Ya comenté lo vinculado que está a mi propia vida en Ella, maldita alma o Las llamadas perdidas, que junto al
libro de Alberto Méndez leí las noches de hospital, con mi hijo pequeño recién
nacido (el 23 de enero) dormitando y esperando la primera mañana de su vida.
Hablando de relecturas, lo que he disfrutado
con este placer tan goloso. El camino,
al que dediqué un post, pero también Llamadas
telefónicas de Roberto Bolaño y El
extraño caso del Dr Jekyll y Mr. Hyde de R. L. Stevenson (siempre, siempre se aprende y se
disfruta con los clásicos).
Y sigo con los clásicos, le he hincado el diente a
unos cuantos. Señora de rojo sobre fondo
gris de Miguel Delibes consiguió emocionarme, lo leí en los breves ratos
con mis hijos en el parque, bajo este sol de primavera que nos ha arrebatado
diciembre. El diciembre mesetario, frío, neblinoso. Imperturbable en su
escarcha. ¿Quién mató a diciembre? Por fortuna, la lectura de Unamuno, bajo la
batuta de Mr. Barbusse me ha servido para quitarme un poco la modorra de este otoño
primaveral. Abel Sánchez me sigue a
todas partes y me ha ayudado a comprender (o a lamentar) muchas de mis
experiencias pasadas. Con La novela de
don Sandalio, jugador de ajedrez, he entendido por fin el potencial
expresivo y poético de la novela corta. ¿Queréis más clásicos? Yo sí, nunca me
canso. Lo que disfruté con La nausea de
Sartre y Primera memoria de Ana María
Matute. Llegado a este punto ya se nota lo ecléctico de mis lecturas. Muchas no
las he podido reseñar. Mi escaso tiempo (de hecho ya me estoy pasando, son las
doce y media y mañana toca diana pronto) obliga a ciertos sacrificios.
También
ha habido hueco para la novela histórica. De todas, creo que me quedaría con El laberinto de Mujica Láinez. También En busca del unicornio de Eslava Galán y
otra búsqueda, ésta más épica porque es En
busca del fuego de J.H. Rosny (por cierto, lo compré en un mercadillo que
había enfrente de mi hotel, después de una despedida de soltero. Cosas de la
resaca: me vuelve más lector, si cabe).
Ha
sido un año de conocer caras nuevas. Después de Cuatro por cuatro tengo más ganas de Sara Mesa y me fascinó la
frivolidad poética de Milena Busquets en También
esto pasará (siento debilidad por las mujeres, en el buen sentido). Por su
originalidad me sorprendieron La ninfa
inconstante de Guillermo Cabrera Infante y La maravillosa vida breve de Óscar Wao de Junot Díaz. En ese
espacio de novela difícil de encasillar también estaría Hildur de Toni Montesinos.
Para
acabar, unos momentos musicales: Naúfragosdel Rock and Roll de Agustín Torralba y la biografía de Billie Holiday Lady sings the blues y algo de viajes: Canta Irlanda, de Javier Reverte.
Gracias
por tu paciencia, si has conseguido roer todo este turrón duro sin atragantarte.
Solo me queda desear lo mejor a todos los que durante estos meses han sido
alimentando este blog con sus comentarios y sus visitas (también al hipotético nuevo lector). Si he aprendido algo a lo largo de los años, es que en esta vida lo
esencial es amar y ser amado.
Feliz
2016 a todos.