viernes, 14 de mayo de 2021

"Feria" de Ana Iris Simón y "Llévame a casa" de Jesús Carrasco

Cuando uno cumple los cuarenta, en tierras manchegas, se le dice en broma que tiene que dar la vuelta al jamón. No se precisa si la parte que queda es la maza, o sea, la más tierna y grasa o la babilla, la porción magra y estrecha que enseguida se queda hecha un zapato. Aunque se sobreentiende. Varado en ese ecuador, donde apenas sopla el viento, conforme van cayendo los años sobre la cuarta década, recibe uno la visita de los tres fantasmas. El del pasado, disfrazado de nostalgia. El del presente, que siempre trae mucha prisa y ganas de correr una maratón y el del futuro, lúgubre y con el colesterol alto. No vienen solos, les acompañan los amigos perdidos, los hijos que dejan atrás la bella infancia y los padres que envejecen y ya no son el pilar firme que fueron, sino que cada vez más necesitan que los apuntalen. Mis dos últimas lecturas han revuelto este arcón, porque tratan sobre mirar atrás y también de la responsabilidad de ser padre y ser hijo. O las dos cosas a la vez.

El éxito de Feria, publicada en una editorial modesta aunque consolidada como es Círculo de Tiza, se ha ido fraguando en el boca a boca, este suele ser un valor más seguro que las campañas de marketing. Ana Iris Simón (1991) debuta con una obra que no es una novela en sentido estricto, sino más bien una crónica, ya que aborda una serie de recuerdos familiares en tierras manchegas. No hay giros de guion, ni trama, ni género, solo una narración que se sostiene gracias a su honestidad. Y no se trata de un mero ejercicio de nostalgia, como pueda parecer. Era un poco mi miedo, porque de nostalgia estoy ahíto y vale que cuando empiezas la babilla te venga el fantasma del pasado, pero con treinta...  

Pues no, Ana Iris contiene ese caballo para que no se desboque y pone en su sitio los tópicos que han manchado a su generación, alejándola e incluso enfrentándola a la de sus padres y abuelos. Aunque tire a dar, es un relato sin inquina, cargado de buenos recuerdos. El manchego que soy se ubica con comodidad en esos patios llenos de cintas, geranios y gatos ronroneantes. Frente a las abuelas que son puro fuego, porque esta tierra es matriarcal y punto. Entre unos padres hijos del desarrollismo, que hicieron del sacrificio su modo de vida y sus hijos vivieron mejor que ellos, tuvieron más juventud, viajaron y luego se cayeron de culo. Resbalaron en un suelo de precariedad y al comprobar que sus referentes eran cartón piedra, volvieron la mirada a sus padres y abuelos: entre ellos habrá reproches, pero también un diálogo que nunca debería haberse interrumpido. Por eso quizá Ana Iris, que frisa los treinta, parece viejoven. Creo que se ha dado cuenta de que su generación abusa del autoengaño y la displicencia. Y de que hay un tiempo finiquitado del que es difícil valorar si fue mejor (probablemente no), pero sí que me atrevo a decir que fue más humano. Ana Iris evoca a su familia paterna y materna, sus demonios políticos y su infancia nómada acompañando a sus abuelos a las ferias de los pueblos. El oficio de feriante, extinto, le sirve para componer pasajes muy bellos. Lamenta los momentos en los que se avergonzó de su estirpe, pero qué se le va a hacer. Idéntico mimo pone en el retrato de sus progenitores. Sin desequilibrar la balanza y sin victimismo. En especial, me ha gustado cómo pone en valor a su padre, figura a menudo desterrada o castigada cuando se trata de rendir cuentas con el pasado. Imagino que habrá lectores poco interesados en estas memorias, porque no tienen nada de extraordinario. Pero lo ordinario también puede ser literatura y lo extinto no es ni más ni menos que las raíces, sin las que nada arraiga.

Feria va, creo, por la quinta edición y será uno de los libros del año. Jesús Carrasco (1971) sabe muy bien lo que es un debut fulgurante. Lo logró con Intemperie en 2013. Llévame a casa es su tercera novela, muy distinta a aquel primer éxito tanto en la historia como en el estilo. Ambientada en 2010, imagino que para quitarse el horror de la vida instantánea que se generalizó en la segunda década y con la pandemia ha acabado de esclavizarnos, cuenta la historia de Juan, uno de los numerosos expatriados que tras acabar la carrera dedican varios años de su vida a empleos precarios en el Reino Unido, en teoría para aprender inglés. Pero como reconoce Juan, aquello fue una huida en toda regla. De vuelta a Cruces, un pueblo ficticio del norte de Toledo, para asistir al entierro de su padre, su hermana le pondrá las cartas sobre la mesa: una oportunidad profesional irrechazable le obliga a trabajar en Estados Unidos por una larga temporada y por lo tanto, tendrá que ser Juan el que se ocupe de su madre, a la que le han diagnosticado la enfermedad de alzhéimer. Así que Juan, que regresó al pueblo por mero compromiso y presionado por su hermana, se verá de bruces con una responsabilidad inesperada, la de cualquier hijo: ocuparse de sus padres cuando no puedan valerse. 

Este es el planteamiento general de Llévame a casa y de ahí, la novela se mueve con sobriedad, sin sorpresas, hasta su poético final. Juan evoluciona y va asumiendo, poco a poco, su rol. Se produce en su caso una especie de toma de conciencia. Jesús Carrasco hace un trabajo de contención, casi minimalista. Son escasos los diálogos y los adjetivos. No hay florituras. Es una lectura fácil, pero al mismo tiempo, deja un poso profundo. La situación en la que se ve envuelto Juan es universal, de ahí que Carrasco deje libertad al lector para seguir la senda que propone a través de metáforas muy delicadas: un paisaje, un recuerdo o la descripción de una estancia. Al dar poca libertad a sus personajes, estos quizá caen en el arquetipo y depurando tanto el estilo puede parecer que a la narración, a veces, le falta empuje. La historia es tan verosímil que corre el riesgo de empantanarse. Al contrario que en Intemperie, aquí Carrasco asume menos riesgos, pero es como Ana Iris, honesto y la autenticidad da mucho valor a este libro. Creo que mucha gente se sentirá identificada y dejará volar sus recuerdos o en según que casos, sus miedos, cuando lea Llévame a casa. En este sentido, la veo como una novela que el lector seguirá construyendo y llevando a su propio imaginario más allá de lo que el autor cuente, a su terreno personal y viéndole así, quizá sea un acierto la austeridad que Carrasco ha elegido para esta historia.