Ismael Pasos, un viejo profesor jubilado, mata el tiempo de retiro en su huerto, recolectando naranjos mientras contempla a su vecina Geraldina, que toma el sol desnuda. Su marido rasguea una guitarra. El tiempo transcurre con placidez tropical, envuelto en una gasa de ensoñación. La prosa de Evelio Rosero es dulce y carnosa como una papaya. Te adormece, deleita con su masaje de palabras encadenadas.
La mujer del brasilero, la esbelta Geraldina, buscaba el calor en su terraza, completamente desnuda, tumbada bocabajo en la roja colcha floreada. A su lado, a la sombra refrescante de una ceiba, las manos enormes del brasilero merodeaban sabias por su guitarra, y su voz se elevaba, plácida y persistente, entre la risa dulce de las guacamayas; así avanzaban las horas en su terraza, de sol y de música.
La
novela atrapa por su sensualidad:
Geraldina lanzó una risotada: era una bandada de palomas explotando intempestiva a la orilla del muro (…) No percibía todavía que toda mi nariz y mi espíritu entero se dilataban absorbiendo las emanaciones de su cuerpo, mezcla de jabón y sudor y piel y hueso recóndito. Tenía en sus manos la naranja y la desgajaba. Se llevó al fin un gajo a la boca, lo lamió un segundo, lo engulló con fruición, lo mordía y las gotas luminosas resbalaban por su labio.
Me
veo ante un tratado de estética, una alabanza a la contemplación de lo bello.
Esos dardos efímeros que nos enardecen, estimulantes y que cada vez paladeamos con
menos frecuencia porque la burbuja tecnológica teje su trampa con nuestro
consentimiento. Pero de eso está hecha la buena vida, de fragmentos de luz, de
anhelos y dejar la miel siempre en los labios.
Sin embargo, en el pacífico San José, encajado entre la montaña y la selva, han pasado cosas. Rosero lo recuerda, como un hueso duro que rompe el diente al morder la fruta. Hay desaparecidos. Hay restos de pólvora, aquí y allá. La novela entonces, su fresco carnoso y lánguido, se degrada. Aparecen los soldados. La violencia. La guerra. Una guerra desconcertante para un europeo. Porque no es una guerra de ideas, de pérfidos invasores y héroes que defienden su terruño. De católicos contra protestantes, de moros y cristianos. Es un conflicto extraño, que se ceba con los habitantes de San José. Secuestros, extorsiones, corruptelas. El narco, los paramilitares, la guerrilla, el ejército. Los ejércitos. Todos luchan contra todos y los personajes que Evelio Rosero ha ido presentando en las primeras páginas se van deshaciendo, son quebrantados por una violencia irracional, sin sentido. ¿Por qué muere la gente? ¿Por qué mata? La inacción del gobierno es total, el abuso de poder flagrante, una violencia absurda lo anega todo. Rosero no dedica ni una palabra a buscar justificaciones. Toda la novela es un homenaje al pueblo inocente, que padece el exterminio.
Sin embargo, en el pacífico San José, encajado entre la montaña y la selva, han pasado cosas. Rosero lo recuerda, como un hueso duro que rompe el diente al morder la fruta. Hay desaparecidos. Hay restos de pólvora, aquí y allá. La novela entonces, su fresco carnoso y lánguido, se degrada. Aparecen los soldados. La violencia. La guerra. Una guerra desconcertante para un europeo. Porque no es una guerra de ideas, de pérfidos invasores y héroes que defienden su terruño. De católicos contra protestantes, de moros y cristianos. Es un conflicto extraño, que se ceba con los habitantes de San José. Secuestros, extorsiones, corruptelas. El narco, los paramilitares, la guerrilla, el ejército. Los ejércitos. Todos luchan contra todos y los personajes que Evelio Rosero ha ido presentando en las primeras páginas se van deshaciendo, son quebrantados por una violencia irracional, sin sentido. ¿Por qué muere la gente? ¿Por qué mata? La inacción del gobierno es total, el abuso de poder flagrante, una violencia absurda lo anega todo. Rosero no dedica ni una palabra a buscar justificaciones. Toda la novela es un homenaje al pueblo inocente, que padece el exterminio.
Me finjo muerto, me hago el muerto, estoy muerto, no soy un dormido, es en realidad como si mi propio corazón no palpitara, ni siquiera cierro los ojos: los dejo perfectamente abiertos, inmóviles, inmersos en el cielo de nubes arremolinadas, y escucho el ruido de botas, próximo, idéntico al miedo, igual que si desapareciera el aire alrededor.
El
anciano esteta, el mirón que se recreaba en una porción de muslo, se encuentra
nadando en el infierno. Todo es degradación, puertas cerradas y su mundo se
desmorona, mientras recorre San José en busca de su mujer Otilia. Jóvenes
armados que le perdonan la vida, su casa se hunde, sus vecinos
desaparecen y Geraldina, aquel monumento carnoso, se transforma en una estatua
de luto. El final, comparado con el inicio, es de un contraste dañino.
Doloroso. Perturbador. Evelio Rosero plantea el absurdo de la guerra con
minúsculas, de la que no se habla ni llena los libros de Historia, siendo la que más destruye y lo hace
recreando un inicio bello, fulgurante, para lanzarnos al contrapunto, al tenebrismo.
Ese impacto, que ilumina al lector como un rayo y adquiere el tono de una
pesadilla. De la que no deja despertarnos.
Evelio
Rosero nació en Bogotá, Colombia, en 1958. Los
ejércitos recibió el II Premio Tusquets Editores de Novela en 2006 y fue
elegido por The Independent mejor libro traducido al inglés en 2009. En este vídeo de YouTube el autor explica cómo
concibió la novela:
¡Qué fuerte!
ResponderEliminarToda la reseña tiene sabor a mundo tropical, se nota que la ha escrito un latino. Pues qué te digo, como buena admiradora de Gabriel García Marquéz, colombiano que ha confesado que sus dos mejores novelas son como un buen bolero y un triste ballenato; me apunto a este autor.
¡ Si sabrá Colombia de Guerrillas y gobiernos corruptos ! Tiene que estar interesantísima.
La prosa te atrapa y es un severo contraste con una historia cruda, terrible. Me ha gustado mucho, nada como leer en tu idioma, sin traducciones de por medio.
EliminarSaludos.
Es cierto que a los europeos nos cuesta entender otras guerras que no sean las nuestras, como si las guerras mal llamadas "de baja intensidad" no fueran tales, o como si las causas de las mismas estuvieran en la falta de civilización de los países en las que se producen. Como siempre, Europe mirándose el ombligo.
ResponderEliminarHace años leí un libro de un profesor que tuve en la facultad titulado «Hijos de la violencia. Campesinos de Colombia sobreviven a "golpes" de paz». Su autor, Alejandro García, pasó una temporada en una pequeña aldea de la selva colombiana en la que se hizo un experimento para que a sus habitantes no los matara ni la guerrilla, ni el narco, ni los paramilitares, ni el ejército. Se trataba de que todo se hiciera a la vista de todos, con el objetivo de evitar cualquier tipo de rumor y que ninguno de sus habitantes fuera sospechoso de simpatizar con alguno de estos grupos, lo que suponía en la mayoría de los casos su asesinato o secuestro por los otros grupos armados.
Recuerdo que me impactó el miedo con el que vivían, los testimonios de asesinatos y desapariciones en esta terrible y larguísima guerra en la que los más indefensos eran ellos, los campesinos.
Hoy por hoy parece que el conflicto tiende a solucionarse con los famosos acuerdos de paz (que no firmó el ELN), aunque creo que todavía queda un largo camino por recorrer.
Muy interesante reseña.
Un abrazo.
El tema de la desconfianza mutua, los secuestros y extorsiones está a lo largo del libro y se muestra muy bien. En la entrevista Evelio Rosero dice que lo sacó de los periódicos, así que bajo esa atmósfera de irrealidad resulta que es todo veraz. Increíble.
EliminarLeí sobre los acuerdos de paz en su día, espero que la situación sea más tolerable.
Un abrazo.
Hola!
ResponderEliminarNo sabía de este libro y la verdad que después de leer tu impresiones es una historia dura que no me importaría leer más adelante cuando me quite bastantes pendientes aunque también es cierto que en ocasiones suelo huir un poco de este tipo de historias.
Acabo de llegar a tu blog, me quedo por aquí y te invito al mío.
❀ Fantasy Violet ❀
Besotes! 💋💋
Es una historia impactante, de esas lectura que hay que abordar en algún momento.
EliminarGracias por tu visita, Violeta.
Saludos.
Menudo contraste entre ese principio que describes y hacia dónde deriva después el libro. Debe de ser como despertar de un placentero sueño para adentrarse en una atroz pesadilla.
ResponderEliminarLas guerras siempre me parecen desconcertantes, aunque como europea supongo que acostumbro a contemplar solo los motivos que me son histórica y geográficamente más cercanos.
No conocía al autor ni al libro pero les echaré un vistazo a ambos.
Un abrazo
El contraste, que tiene su clímax al final, te deja seco. Una guerra donde median secuestros, rescates y no puedes confiar en la autoridad (los que en principio son los "buenos"), debe ser la peor de las guerras. Por suerte, en Europa ya nos queda lejos. Y que siga por mucho tiempo.
EliminarUn abrazo.
Siento debilidad por la literatura latinoamericana, el idioma castellano siempre me ha parecido notablemente seductor cuando lo tratan los autores de allá. Los fragmentos que has seleccionado, magníficos, corroboran mi impresión. Un estupenda reseña por tu parte, Gerardo. Además te agradezco que me hayas puesto sobre la pista de Evelio Rosero, del que no sabía nada, ya mismo lo apunto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y podría haber seleccionado mil más, Evelio Rosero es un escritor portentoso. A mí también me agrada el español de América, en especial México-Colombia-Venezuela, este libro te gustará, sin duda.
EliminarUn abrazo.