Qué
el libro es un artefacto lúdico, no cabe duda. Que es un instrumento de
transmisión del saber, e incluso en ocasiones se eleva al Olimpo de las artes,
tampoco. El libro es un arma revolucionaria, ambivalente, porque puede
despertar conciencias y también ser una vía de propagación del oscurantismo. El
caso que nos ocupa, el de La Jungla de
Upton Sinclair, es de esos libros que provoca un seísmo de consideración y contribuye
a cambiar el mundo. Para bien, porque hay casos (por ejemplo el de Los protocolos de los sabios de Sión),
que lo hacen para mal.
Upton Sinclair
(1878-1968) fue un novelista y dramaturgo estadounidense. Aunque de origen acomodado, los vaivenes de la vida le llevaron a experimentar la severa
pobreza de entonces, cuando el Estado social no se conocía ni de oídas, menos
en el EE.UU. adalid del capitalismo en su forma más pura. En 1943 ganó el Premio Pulitzer por Los dientes del dragón, ambientada en la Alemania nazi. Su obra es
abundante y en ella predomina la temática social. La novela que nos ocupa fue
la que le consagró y recibió la aprobación del mismísimo Jack London
calificándola de “La cabaña del tío Tom de la esclavitud asalariada”.
Upton Sinclair (fuente: https://www.thefamouspeople.com/profiles/upton-sinclair-jr-3104.php) |
He leído una versión de difusión gratuita editada en México en 2016. En España, fue publicada por Capitán Swing con traducción de Antonio Samons y de ahí es la portada que encabeza esta reseña. He podido comparar ambas versiones y aunque se parecen mucho creo que la segunda fue hecha con mayor esmero. En cualquier caso, la labor de edición no habrá sido fácil, porque La jungla fue sometida a recortes, cambios y otras alteraciones debido a su contenido incendiario.
La
novela fue publicada por entregas en el periódico socialista Appeal to reason entre febrero y
noviembre de 1905. Este hecho repercute en la obra, que tiene ganchos al final
de casi cada capítulo, pasajes prescindibles y una buena carga melodramática. A
Sinclair le encargaron escribir sobre la nueva esclavitud asalariada y las
cloacas del sueño americano. Se fue a Packingtown,
el barrio donde se ubicaba la industria de la carne en Chicago. Durante varias semanas trabajó en los
mataderos y plantas de envasado, entrevistó a trabajadores, encargados,
policías, políticos, taberneros, prostitutas y reunió información suficiente
para crear un fresco impactante y brutal. Para protagonizar La jungla, eligió a una familia de
inmigrantes lituanos. Cegados por la propaganda que irradiaba desde EE.UU.
hacia el resto del mundo como tierra de libertad y oportunidades, estos
humildes campesinos caen en la peor trampa que uno pueda imaginar.
El
héroe trágico de esta historia, más vapuleado que Edipo, se llama Jurgis Rudkus, una suerte de Jean
Valjean que no tendrá oportunidad alguna para redimirse. Acompañaremos a Jurgis
por todos los círculos del infierno del capitalismo. Una jungla, sí, porque
solo impera la ley del más fuerte. La búsqueda del máximo beneficio engulle
todo y convierte la mano invisible y todas esas ideas de redistribución y
riqueza que genera bienestar de arriba abajo en tomaduras de pelo. Los
trabajadores son estrujados hasta la muerte, sin consideración. Las leyes son
un simple bozal que no impide a estos capitalistas morder a sus obreros hasta dejarlos mondados. Los votos se venden y compran. Los inspectores del gobierno, la
policía, nadie resiste la tentación de dejarse corromper. Los obreros son
sedados facilitando su acceso al alcohol, el juego y la prostitución. Trampas
que les arrebatan lo poco que pueden ahorrar de sus sueldos de hambre. La
descripción de unas prácticas abusivas y terribles, te hacen abrir los ojos: de
ahí venimos y entiendes las quejas y luchas de aquellos abuelos que ya no
están, la situación de millones de trabajadores en China o Bangladesh. ¿Cuánta
gente habrá sido inútilmente sacrificada, cuántas vidas arrojadas a esta hidra?
La jungla sigue, recientemente Oxfand denunció las condiciones de explotación laboral en las fábricas de procesado de pollo norteamericanas. Como se puede ver, los trabajadores no son lituanos, pero tampoco parecen WASP. En EE.UU. cuatro empresas controlan el 60% del mercado (fuente: https://avicultura.com/oxfam-eeuu-denuncia-las-condiciones-de-trabajo-en-lineas-de-procesamiento-avicola-en-estados-unidos/) |
Leyendo
La Jungla uno valora de verdad el
Estado de bienestar en el que vive, por muy menguado que pueda parecer y
quiere, siente que hará lo imposible porque no se lo arrebaten. Para Jurgis
sería el paraíso. El capitalismo a principios del siglo XX era un animal
salvaje y cruel. La esclavitud de la antigüedad parece a su lado una
institución de beneficencia. Solo el transporte de esclavos desde África es
equiparable y de hecho es una de las primeras prácticas capitalistas a escala
global.
Para
aumentar su impacto y crear un paralelismo evidente, Sinclair describe con
profusión las prácticas amorales de la industria de la carne. Sus abusos
monopolísticos, el estímulo de la inmigración para mantener los salarios a la
baja, el control de las infraestructuras y del poder municipal. Y lo que impactó en su día y
más lo hará al lector contemporáneo, el trato que se inflige a los
animales. Jurgis lo dice claramente al contemplar el proceso por primera vez,
cuando todavía no sabe que él y toda su familia pasarán también por el
matadero: “cómo me alegro de no ser cerdo”. La primera parte muestra, a la vez
que los padecimientos de Jurgis y los suyos, que son engañados con una
hipoteca, desahuciados y explotados, a los animales hacinados en
vagones, las vacas despellejadas vivas, los cerdos tuberculosos que se
despiezan y pican para hacer carne envasada, los productos químicos con los que
disfraza la podredumbre, los trabajadores que pierden sus miembros entre las
cuchillas de una cadena de montaje que nunca se detiene y convierte todo en
salchichas. Máximo beneficio, por encima del consumidor, de los animales y de los trabajadores. Es la jungla.
Sinclair
nos muestra el contraste brutal entre unas clases sociales que luchan por
malvivir y una reducida élite que gasta el equivalente al sueldo anual de mil
obreros en corbatas. ¿Para eso sirve regar con sangre los barrios pobres de
Chicago, para que un señor coma con cucharas de plata y luzca un reloj con
diamantes incrustados? Sinclair acusa y denuncia la obsesión de los ricos por
el lujo y la ostentación, por vivir en palacios, por todo aquello que es
superfluo y solo se consigue estrujando a personas y animales sin piedad.
El impacto
de la novela fue mayúsculo, sobre todo cuando se encargaron varias
investigaciones independientes, una la hizo el propio gobierno y se demostró
que Sinclair quizá exageraba y se tomaba sus licencias, pero no era un embustero. Eso sí, no fueron
las condiciones miserables de los obreros lo que causó mayor indignación, sino
el fraude con el que eran mal alimentadas millones de personas. En la guerra de
1898, entre los soldados americanos hubo más bajas por la comida enlatada que
por las balas españolas. Se inició una sucesión de pleitos, debates en el
Congreso y el Senado, tiras y afloja, la industria puso toda su maquinaría
influyente a trabajar. Como ahora, las grandes empresas controlaban los
resortes de la política. Con lo que no contaban era con la difusión internacional del escándalo y el desplome de las exportaciones de carne norteamericana, que constituían más de la mitad de los ingresos del trust. Sumando la presión de la opinión pública a la pérdida de beneficios (dos cosas que meten miedo a los capitalistas porque una puede llevar a la otra), el gobierno de Teddy Roosevelt pudo
sacar adelante una ley que regulaba estas prácticas, entre ellas el etiquetado:
saber qué comemos, esto que parece tan obvio, en los inicios de la industria
alimentaria no lo era. Desterrar los químicos que se demostraban perjudiciales
y no usarlos hasta quedar probada su seguridad, transportar y sacrificar a
los animales en condiciones de higiene y salubridad, etc. Sinclair ganó esta
batalla, pero no era su principal anhelo y llegó a declarar con amargura:
“apunté al corazón del público y accidentalmente lo golpee en el estómago”.
Viñeta humorística aludiendo a la adulteración de la carne que describe Sinclair en La jungla (fuente: http://www.enhanced-classics.com/blog/the-jungle/) |
Y es
que su intención era más ambiciosa. Quería desenmascarar el gran sueño americano, porque el mundo se
divide en dos clases: los que lo tienen todo y los demás y promover el socialismo entre los trabajadores para la conquista del poder político. Por eso la novela
deriva en su última parte hacia la iluminación de Jurgis cuando descubre el
socialismo. El lector asistirá al final a una extensa apología política que vista cien años después y con todo lo que pasó en el
s. XX, resulta como poco ingenua. Un diez por ciento de un libro no desmerece al
otro noventa por ciento, pero le baja nota. La
jungla, con todas sus limitaciones y ese final tendencioso, es una
novela crucial, impactante. Una muestra de cómo un libro puede desenmascarar al
impostor, acusar y provocar un maremoto de consecuencias inimaginables. Es una
pena no solo que ya no se escriban libros así, sino que no se lean. Quizá el
nicho de Sinclair ha sido ocupado por documentales como Food, INC o la serie de The
century of the self de Adam Curtis, pero ¿por qué su impacto no es de tanta
magnitud? ¿Es que hemos sido definitivamente anestesiados o tan solo nos hemos vuelto más cínicos?
Sumamente interesante todo el recorrido histórico que ha tenido este libro, su impacto social mostrando las cloacas del capitalismo más despiadado cuando, como muy bien señalas, eso del estado del bienestar era algo inimaginable.
ResponderEliminarUna lectura que tratando lo que trata… no puede ser complaciente con el lector, pero precisamente así es como provoca nuestro impacto, para eso la escribió Sinclair, para incomodar y detener el paso un instante, en plan… “un momento, ¿pero qué está pasando aquí?”
Parece uno de esos escasísimos ejemplos en donde un libro conminó a la opinión pública, no ya a realizar un examen de conciencia, sino a presionar a su gobierno para tomar cartas en el asunto.
Esto me recuerda a otro de esos casos con un librito maravilloso, “El sentido del asombro” de Rachel Carson, uno de los libros más bellos que he leído (lo llevé al blog), y que tuvo el poder de cambiar el mundo, para mejor. Y no es una afirmación exagerada.
Nos revelaba Carson en esta obra la agonía de los campos, de la naturaleza, de la agricultura por el uso descontrolado del DDT, y como nos dirigíamos al abismo si no se detenía ya esa práctica, pero lo hacia con una narración sublime, con una delicadeza poética arrebatadora.
Fue tal la repercusión que tuvo su mensaje, ayudado por una entrevista televisiva que la hicieron en horario de máxima audiencia y visto en miles de hogares, que el Congreso Norteamericano no tuvo más remedio que aprobar una ley para prohibir el uso sistemático del DDT en la agricultura y los campos… ejemplo que luego siguieron el resto de países presionados por la opinión pública, y ese logro hay que atribuírselo a R. Carson.
Magnífica tu aparición, amigo Gerardo.
Conocía el caso del DDT pero no que su prohibición partiera de un libro. Es un claro paralelismo con "La jungla". Solo por eso ha merecido la pena compartir esta reseña que no encontraba el momento de escribir (el libro lo acabé hace un mes).
EliminarComo siempre, gracias por tu aportación.
Un abrazo.
Hola Gerardo, Despues de nuevamente quejarme, por que aumentes mi estante de "pendientes", ya sabes que es pura coña, te agradezco que me dés a conocer a otro autor que ni había oido nombrar, creia que mi ignorancia era grande, ahora compruebo que es infinita. Para disculparme de esto último me quedo con tu pregunta final. ¿Es que hemos sido...? Pues yo creo que un poco de las dos cosas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ignorancia mía también, llegué al libro por pura carambola. Al principio me tiraba para atrás la portada, pero al leer me fue enganchando y quitando el final es una lectura tremenda. Es interesante no solo la novela, sino toda la historia que acompañó a su publicación y repercusión pública.
EliminarTambién creo que la respuesta es un sí a las dos cosas. Pero en fin.
Un abrazo.
Supongo que solo nos interesa realmente lo que nos toca directamente, por intentar responder tu pregunta final. Aunque yo creo que, aun sin darnos cuenta, todo nos afecta de un modo u otro y que además la situación vital de cada uno puede cambiar en un segundo. En fin, ya es bastante significativo el hecho de que con toda la repercusión que tuvo el libro las deplorables condiciones laborales de los nueva esclavitud del siglo XX quedasen sepultadas bajo la preocupación por lo que llega a nuestras mesas, que no digo que no sea importante pero puestos a comparar... Supongo que vemos más factible consumir esos alimentos que convertirnos en unos de esos esclavos (si es que no somos todos en cierta medida esclavos sin saberlo) y aunque se nos llene la boca de indignación enseguida miramos para otro lado y si no ya se encargan de que lo hagamos quienes tienen interés en ello. Ya se sabe, pan y circo.
ResponderEliminarCreo además que por mucho que se hayan aumentado las exigencias en seguridad, la información en los etiquetados, etc., como se suele decir, quien hizo la ley hizo la trampa y seguimos ignorando muchísimas cosas. Y lo mismo se puede aplicar a todo lo referente a legislación laboral.
Tus reflexiones acerca de este libro me han recordado en parte a las mías propias acerca de mi lectura de GB84, salvando las distancias y la temática de ambos libros. Pero sí, es una pena que se lean tan poco libros así. Así estamos: cínicos y anestesiados.
Un abrazo
Cuando leí tu reseña de GB84 tenía muy fresca la lectura de "La jungla" y también me la recordó. Son libros con una fuerte carga social y puede que la generación que soñaba con cambiar el mundo haya sido sustituida por otra más pragmática que aspira en lo esencial a vivir lo mejor posible. Pero tampoco hay que tirar la toalla, mucha gente sigue batallando por causas necesarias y si no fuera así, ya nos enseñó Sinclair de lo que es capaz el capitalismo sin control.
EliminarUn abrazo.
Ese final un tanto panfletario que avisas, debería disuadirme, pero el resto de lo que cuentas me atrae mucho y, como dices, un diez por ciento no debería eclipsar el otro noventa por ciento.
ResponderEliminar¿Anestesiados? Sí, posiblemente. Todo en este mundo tiende a anestesiarnos. A los trabajadores de Chicago los anestesiaban con alcohol y prostíbulos. A nosotros con televisión y redes sociales. ¿Será que no han cambiado tanto las cosas? (salvando las distancias, claro)
Interesante propuesta.
Un beso.
El final es un mitín, sin más. Pero merece la pena leer "La jungla", con sus limitaciones. Es una historia de la que se puede aprender. En el siglo que ha transcurrido desde que la novela de Sinclair la sociedad se ha formado y alfabetizado, a pesar de todo, sigue a merced de burdas manipulaciones y se enreda en lo anecdótico. Más que anestesiados, parece que nos mantienen en una minoría de edad permanente. Solo queda oponer resistencia, la que cada uno pueda.
EliminarUn abrazo.
Jugosa reseña tanto por la novela como por la invitación a la reflexión. Quizá lo que más me ha llamado la atención es el proceso de documentación, imaginar a Sinclair en ese barrio, preguntando aquí y allá a ese plantel de personas en esas circunstancias casi daría para otra novela.
ResponderEliminarComo a ti o a Rosa no me gusta que el escritor le diga al lector lo que debe pensar, para eso está la narración.
Anestesiados no creo que estemos, la movilización social creo que es bastante alta en la sociedad actual. Quizá hoy las cosas son más complicadas nos debatimos entre unas condiciones de vida como nunca ha habido, al menos en Occidente, pero por otro lado sentimos que algo falla y no sabemos como encauzar esa sensación. Y entre una cosa y otra nos conformamos con publicar algún tuit de protesta, salimos a un par de manifestaciones al año o nos colgamos algún lacito y con eso nos lavamos la conciencia para pensar en dónde iremos de vacaciones, qué móvil nuevo me voy a comprar o si me compro el Audi con un leasing. Compartimentamos rebeldía y sumisión.
Un abrazo, Gerardo!
Además fue un pionero, mucho después Truman Capote lo haría a su máximo nivel en "A sangre fría".
EliminarEl mitín final hay que verlo en su contexto, pero aún así, fue criticado en su época y quita puntos. Sobre todo porque el s. XX ha desmontado el mito del "paraíso socialista" (el del infierno capitalista sigue vigente).
Coincido contigo en que vivimos una época de prosperidad única y por tanto tenemos mucho que perder. La sociedad sigue concienciada, pero da la sensación de que los problemas verdaderamente importantes, de los que depende nuestro futuro, están en un discreto segundo plano.
Un abrazo.
Todos los detalles son interesantísimos. Ahora con las redes sociales, entre esas YouTube, asusta ver todo lo que pasa con las industrias lácteas y cárnicas. Cierto que cada tanto lo inmoral del trato de las fábricas de procesamiento me produce un deseo instantáneo de volverme vegana pero como dice Lorena, pronto volvemos a mirar para otra parte. Es ridículo pensar en criar tus propios pollos (por ejemplo) y sin embargo, era lo normal en la época de nuestros abuelos. Que el escritor haya hecho todo ese proceso investigo para ver de primera mano como padecen la explotación tanto seres humanos como animales es ... impresionante.
ResponderEliminarLos gringos se jactan mucho de las libertades ante el mundo pero so pretexto de protegerlas es cuando más las violentan interna e internacionalmente.
Buscaré el libro en mi ciudad. Gracias por la excelente reseña.
El libro de Sinclair describe los primeros tiempos de la industria de la carne, donde imperaba la ley de la selva. A día de hoy el consumidor está cada vez más concienciado y los controles son más exhaustivos, aunque entiendo que muchas personas no quieran participar de este sistema.
EliminarEl contraste respecto a la vida de nuestros abuelos es brutal, en mi ciudad que antes fue pueblo las casas tenían un patio que se llamaba "corral", porque estaba pensado para albergar animales, entre ellos las mulas que ayudaban en las labores del campo.
La hipocresía de las llamadas libertades políticas es otra de las cuestiones que denuncia Sinclair en su novela: corruptelas, compra de votos, indefensión de los pobres, etc. Muchas siguen vigentes a día de hoy.
El libro está disponible en edición libre, ya que creo han expirado los derechos de autor. En Internet es fácil de encontrar.
Gracias por tu visita.
La jungla, si uno lo lee contextualizado en el momento de su publicaciñon, alcanza una dimensión muy superior a la que puede tener hoy en día. Por ejemplo, su parte final que puede ser incluso pesada, fue pólvora.
ResponderEliminarA mi me gustó mucho, lo leí, es cierto, en un club de lectura que iban explicando cada crítica, cada apunte, y eso es maravilloso en este tipo de libros
Besos
Está claro, el contexto es algo tener muy en cuenta. Con todo, no deja de impactar, aún a día de hoy.
EliminarUn abrazo.
¡Hola! Leerlo no creo que lo lea (creo que se me haría demasiado espeso), pero te aseguro que me parece muy interesante el tema y todo lo que cuentas (lo de las industrias cárnicas es tremendo, yo soy medio vegetariana) y la gran diferencia social entre los que lo tienen todo y el resto
ResponderEliminarBesos
No creas, es solo el final. El resto de la novela es un torbellino, con numerosos ganchos para que no dejes la lectura aparte en ningún momento. La industria de la carne hoy no tiene nada que ver con la que describe el libro y la situación de los trabajadores tampoco, en nuestro mundo desarrollado, me refiero.
EliminarUn abrazo.
Vengo a tu reseña después de leer tu comentario en el blog de Lorena con su entrada sobre Desde la línea. No conocía este libro y me lo apunto. Un abrazo
ResponderEliminarHola, Esther. El libro de Sinclair es un clásico de la novela social, pensado para remover conciencias. Su primera parte es impresionante, espero que te guste.
EliminarUn abrazo.