Un
lunes. El infausto lunes y este quizá fue el más infausto de todos. El 20 de
febrero de 1933 veinticuatro empresarios alemanes, grandes gerifaltes de la
industria y las finanzas, llenaban los bolsillos de Hitler y sus secuaces,
confirmando la aquiescencia del gran capital con el nazismo. La fotografía de
Gustav Krupp, portada de El orden del
día, bien podría ilustrar el resumen de aquella reunión. Un rostro sereno,
satisfecho, como si acabara de casar a un hijo. Un día señalado en el itinerario que condujo a la destrucción de Europa. Así empieza la novela de Éric Vuillard, merecedora
del Premio Goncourt en 2017. Una ficción que
reconstruye hechos documentados. Venderla como novela histórica quizá ayude a
situar al lector, pero hay que moverse con cautela. Porque lejos de las extensas epopeyas habituales del género, El orden del día es más bien una fracción,
un entreacto, estamos detrás de las bambalinas de la Historia misma y el
objetivo de Vuillard no creo que sea ilustrarnos. Tampoco hacer un ensayo ni
una crónica periodística. Más bien es una denuncia, sobre aquellos responsables
de la debacle que salieron indemnes. Y también una reflexión, un aviso sobre
esa historia que nunca (y siempre) se repite.
El
nazismo fue derrotado, qué duda cabe y juzgado en Nuremberg. El destino de sus
líderes fue el cianuro, una bala, la horca. En algunos afortunados casos, el
exilio o la cárcel, incluso la rehabilitación, el grosero transformismo. Sobre las cenizas de la vieja Europa brotó una nueva, la
del mercado común y desde entonces reina una relativa paz. Costó caro, millones de personas perecieron,
miles de ciudades fueron arrasadas, el pueblo judío europeo resultó
prácticamente aniquilado, el telón de acero separó países durante décadas. Sin
embargo, los protagonistas de El orden
del día se salvaron de la quema. Como el roble que sigue erguido después
del incendio. Gustav Krupp abre y cierra esta breve historia, no por
casualidad. Parece que la derrota esté siempre en el mismo lado y los ganadores
de los procesos históricos son el poder con mayúsculas, el real, el que levanta y mantiene
nuestras vidas. Y si quiere, las destruye. Todo con tal de mantener su posición
privilegiada.
En
apenas 141 páginas Vuillard fabula (¿o reconstruye?) unos hechos impactantes.
Su interés no está en la trama: está en las ideas, en lo espeluznante de los hechos,
en el estilo y en su prosa bisturí de arrolladora precisión. En alguna crítica he
leído el calificativo de “impresionista” y me gusta. Porque El orden del día es una sucesión de
fogonazos, que derivan en iluminaciones. Una acertada primera persona, con tono
de cronista, nos acerca a los hechos. Es incisivo, sarcástico y al regodearse,
al poner el foco en el ridículo, transforma la imagen tópica del nazismo como
una máquina eficiente, implacable y arrolladora en una pandilla de desequilibrados
y torpes matones a los que se les ofreció la cabeza de Europa en bandeja de plata.
¿Sobre qué materiales, tan volubles se levanta la Historia (ahora sí, con
mayúscula)? Los tanques averiados al cruzar la frontera austríaca, los delirios
de Göring o la exhibición bufonesca de Ribbentrop para ganar unas horas durante
el Anschluss, parecerían anécdotas sobre las que reír por su infinita ridiculez, si no fuéramos
conocedores de sus consecuencias.
Mis
libros favoritos están en las antípodas de la indiferencia. Son aquellos ante cuya
lectura uno exclama: pero ¿qué es esto? Y, o bien echa sapos
y culebras (tras reconocer sus virtudes) o queda conmocionado, frente a una ventana en la que no había reparado antes, a través de la cual vislumbra un abismo. El orden del día pertenece a ese selecto grupo.
Hola, lo dejé a falta de las 40 últimas páginas se me hizo denso, ni un triste dialogo, todo narrado y con diatribas mentales de todos los que salen en el libro, me agotó. Por otro lado, esta muy bien escrito, una cosa no quita a la otra, y el modo irónico que emplea para justificar lo que no justifica me gustó. Pero pese a ser corto, se me hizo muuuuuy largo. Besos.
ResponderEliminarEstá claro que es un libro que no deja indeferente y te guste o no, hay que reconocer sus méritos literarios. A mí me atrapó esa forma de narrar, pero ya sabes que cada lector es un mundo.
EliminarUn abrazo.
Me lo apunto, gracias
ResponderEliminarEs una lectura breve, pero contundente. Ya me contarás.
EliminarUn abrazo.
Leido, y como tu bien dice, "contundente". Es como un sartenazo en la cabeza. Saludos
EliminarAsí es, directo a la yugular. Me alegra que te haya gustado.
EliminarLleva tiempo entre mis pendientes este libro. Le acabas de dar un empujoncito.
ResponderEliminarBesotes!!!
Me sorprendió y mira que es un del que ya parece todo dicho.
EliminarUn abrazo.
Lo tengo entre mis pendientes hace tiempo. Casi desde el Goncourt que es un premio que nunca me defrauda. Muchas gracias por acercarlo de nuevo a mi memoria.
ResponderEliminarEl poder siempre gana y el poder es el que maneja el dinero. Es triste llegar a esa conclusión, pero no hay otra. Quien tiene poder,, decide y quien decide gana.
Solo una puntualización. En 1933 aún o se sabía lo terrible que iba a resultar el régimen Nazi para el futuro de Europa y de algunos de sus pueblos. No quiero disculpar nada, por supuesto, pero sí incidir en que no se puede juzgar con la mirada de 2019 hechos de 1933. Lo que estoy segura de que no quita ni un ápice de valor a esta obra que leeré en cuanto termine lo que tengo entre manos.
Un beso.
Buena puntualización, pero fíjate en una cosa y es precisamente con lo que Vuillard cierra el libro: Krupp y otros utilizaron mano de obra esclava durante toda la guerra, incluidos niños y eludieron después cualquier responsabilidad. Quizá en aquella reunión desconocían en lo que acabaría la entrega del poder a los nazis, pero una vez la maquinaría se puso en marcha le sacaron todo el provecho que pudieron. Sin remordimientos. Creo que el autor es muy hábil y tuvo en cuenta el presentismo a la hora de diseñar la novela, de ahí el hachazo final.
EliminarUn abrazo.
He terminado el libro y la reseña. Una maravilla por el contenido, pero también por la forma. La belleza de la prosa nos atrapa desde el principio. Y, desde luego, cuando se dieron cuenta del horror no se retiraron de la ayuda sino que se aprovecharon de él y le sacaron buen partido. Otra cosa serían algunos políticos ingleses y franceses.
EliminarMuchas gracias por recordarme este libro que tenía un poco olvidado y que me ha resultado magnífico.
Un beso.
Sabía que te iba a gustar, es todo un descubrimiento. Me encanta como rotan las lecturas entre amigos blogueros, ayer leí una reseña en el blog de Lorena de un libro que conocí gracias a tí.
EliminarUn abrazo.
Escuché al autor cuando vino a Sevilla a presentar 14 de julio. Me quedé prendada por su forma de contar las cosas y anoté este título. Me sigue pareciendo interesante. Besos
ResponderEliminarMe pones sobre la pista de otra buena lectura, Vuillard es un narrador de primera.
EliminarUn abrazo.
Me parece interesante ese enfoque de, sin restar culpa al nazismo, incidir en todo eso otro que lo rodeaba y que le dio poder.
ResponderEliminarTengo muy buenas referencias de este libro a las que sumo ahora la tuya. A tenor de tu último párrafo es para leerlo sí o sí.
Un abrazo
Esa es la virtud de este libro, poner el foco en esas zonas de sombra donde pocos se atreven a entrar. Es espeluznante pensar en empresas que han contribuido tanto al progreso y que al mismo tiempo alentaron la barbarie. Da que pensar. El libro también es una advertencia sobre el poder de la demagogia y su camino hacia ninguna parte.
EliminarUn abrazo.
Pues tu comentario me llega también a mí como ráfaga de interés, como destello de lo que trata y como lo trata, según cuentas, y si nada sobra en ella quiere decir que también me interesa. Agradezco que la menciones porque la había visto en librería pero suelo dar pasos hacia un libro cuando alguien me habla directamente, casi coloquialmente, de él. Como tú ahora.
ResponderEliminarPequeñas casualidades, es un libro que (y perdona el tópico) no deja indiferente.
EliminarSeguramente sea una lectura que a mí me parecería muy grata, pero tengo el problema de siempre: mucho por leer y poco tiempo.
ResponderEliminarSobre este tema, me interesa el tema del compadreo con el poder. Por eso, guardando todas las distancias, no he podido evitar recordarme de "Catalanes todos", de Javier Pérez Andújar, sobre la Cataluña franquista y que después se cambió de chaqueta (y por lo tanto, también de bandera).
Un abrazo.
Nuestra transición es ejemplar en ese sentido. Es probable que Franco pasara más y mejores ratos en Cataluña que los Borbones que le sucedieron, lo cuál es curioso.
EliminarGracias por la recomendación lectora, otro más anotado ¡qué me vas a contar, hay tanto por leer!
Un abrazo.
¡Hola!
ResponderEliminarSuena muy interesante, además la reseña está genial.
Un beso.
PD:Acabo de encontrar tu blog y me quedo por aquí.
En nada te devuelvo la visita, May. Bienvenida.
EliminarHola, G. Me he dado una vuelta por aquí gracias a Rosa y Lorena. Te he leído anteriormente, pero muchas veces no cuento con tiempo para comentar. Seré breve, porque aún me cuesta escribir en la tablet.
ResponderEliminarEs un libro que me ha gustado mucho, creo que tanto como a ti. Y hemos apuntado las mismas cosas. Me alegra saber que coincido con otro buen lector.
Cuando regrese a casa, me extenderé con tus reseñas de Houellebecq y de lo que has dicho sobre 'Feliz final', de Isaac Rosa. Palabra.
Feliz 2020 para ti y los tuyos, manchego!
Un abrazo desde Argentina.
Buenas, Marcelo. Me tienes entre tus seguidores, pero en blogger aparece mi nombre (Gerardo). Cosas de Google. Me he llevado algunas buenas lecturas de tu blog, claro que sí y respecto a los comentarios, es lo más normal del mundo. Uno nunca da abasto, pero lo importante es compartir y conocer nuevas y buenas lecturas.
EliminarNos seguimos leyendo en 2020.
Un abrazo.