Qué
el libro es un artefacto lúdico, no cabe duda. Que es un instrumento de
transmisión del saber, e incluso en ocasiones (pocas) se eleva al Olimpo de las artes,
tampoco. El libro es un arma ambivalente, porque puede despertar conciencias y
también ser una vía de propaganda y propagación del oscurantismo. El libro no
es bueno de por sí, incluso puede ser muy malo. Superadas las limitaciones del formato físico y con la ubicuidad de la información que nos
anega, cuando las redes 5G prometen conectarlo todo a la velocidad de la luz,
¿cuál será el futuro de estos ladrillos de papel?, ¿quién tendrá tiempo, ganas
o capacidad de atención para enfrascarse en una novela de quinientas páginas
con su buena carga de profundidad?, ¿lo recetarán los psiquiatras para
reparar aquellos cerebros agujereados por la estimulación constante? ¿Será el libro como el vinilo, una extravagancia hipster? Conozco
coleccionistas que compran un disco y ni siquiera lo sacan de la funda, si acaso lo ponen
una primera vez, de fondo, mientras atienden su Facebook. Quizá los libros acaben como
elemento decorativo o de mera ostentación intelectual.
Estoy agradecido a mis libros, porque he
pasado largas horas de exilio interior con ellos, son mi isla desierta. Pero
cuando en un parque o en la sala de espera del médico soy el único que saca un
libro, no me creo ni más listo, ni a salvo de la enfermedad del siglo. Me siento
un fósil del Cretáceo. Hace meses compré un Ipad y después de navegar,
curiosear por la Apple Store, me di cuenta de que si me dejara llevar, si no
opusiera resistencia, mi estantería de libros se convertiría en una reliquia
polvorienta en cuestión de meses.
El
impulso de escribir permanece, no obstante, pero me dedico a guardarlo todo en
mi cofre y cada vez me parece más un acto anacrónico, sin sentido. Podría verterlo al ciberespacio, bajo un seudónimo. Que
se quede vagando por ahí. Pero prefiero que siga en su caja de Pandora,
confinar allí mis demonios y cuando me esfume se esfumará conmigo. Es extraña
la idea, las decenas de miles de palabras escritas, pero nunca oídas ni leídas más que por mí. Nunca han roto el himen de mi intimidad.
Al fin y al cabo, ¿de qué serviría?, ¿qué es un ser humano en este universo? Me
engaña la consciencia, la certeza de existir genera en mí una quimera, una
aberración llamada antropocentrismo (o peor aún, egocentrismo).
Esconder
las palabras es un fracaso para el que mide la escritura como una búsqueda del
éxito, una forma de alcanzar relevancia o notoriedad, de influir en otras almas, de poder
hallar quien te escuche, con quien conectes y te comprenda. Es excavar una
galería bajo tierra que nadie puede ver y que no lleva a ninguna parte. Es proteger tu autoestima para eludir el rechazo profesional (el de esas editoriales que "no admiten originales no solicitados" o te proponen publicar con ellas a cambio de "compartir los gastos de edición"), de participar y perder en un concurso al que concurren otros quinientos como tú, de sufrir la bofetada de una crítica
negativa, incluso humillante. Todo esto lo he experimentado ya y escuece al
principio, aunque luego se normaliza como lo que es la vida: una sucesión de
traspiés hasta la voltereta final.
Pero
también puede verse, y a lo mejor me doy demasiada importancia, como un desafío
al orden establecido, como un gesto crítico hacia esa obsesión por ser alguien, por destacar y ser escuchado, por recibir un halago y que tus palabras cuenten. Lo que haces tiene que servir de algo, tiene que ser por algo, tiene que proporcionarte dinero, fama, poder, influencia, visibilidad, ALGO (¿serían tan adictivas la redes si elimináramos la posibilidad del "me gusta"?).
Me viene a la cabeza el artista británico Michael Landy, quien decidió quemar sus pertenencias en una performance brutal. Antes realizó un inventario hasta contabilizar siete mil objetos, incluyendo recuerdos familiares y con la ayuda de su equipo se enfrascó en un delirio destructivo mientras escuchaba a David Bowie, que le llevó dos semanas completar. A veces he pensado en hacer lo mismo y deshacerme de todos mis libros, no dejar ni uno y no volver a comprar uno jamás. Vender, mejor regalar mi Telecaster, aplastar mi colección de discos con una apisonadora, borrar para siempre el centenar de escritos que acumulo en mi disco duro y como Landy, creo que pasada la primera perturbación, hallaría la felicidad. Pero ese punto muerto, no sería más que un paréntesis efímero. Landy cuenta que a los cinco minutos de quedar expuesto alguien le regaló un disco de Paul Weller. Tan humano es ser consciente de la propia existencia como crear y esperar que alguien te haga un poco de caso.
Me viene a la cabeza el artista británico Michael Landy, quien decidió quemar sus pertenencias en una performance brutal. Antes realizó un inventario hasta contabilizar siete mil objetos, incluyendo recuerdos familiares y con la ayuda de su equipo se enfrascó en un delirio destructivo mientras escuchaba a David Bowie, que le llevó dos semanas completar. A veces he pensado en hacer lo mismo y deshacerme de todos mis libros, no dejar ni uno y no volver a comprar uno jamás. Vender, mejor regalar mi Telecaster, aplastar mi colección de discos con una apisonadora, borrar para siempre el centenar de escritos que acumulo en mi disco duro y como Landy, creo que pasada la primera perturbación, hallaría la felicidad. Pero ese punto muerto, no sería más que un paréntesis efímero. Landy cuenta que a los cinco minutos de quedar expuesto alguien le regaló un disco de Paul Weller. Tan humano es ser consciente de la propia existencia como crear y esperar que alguien te haga un poco de caso.
Estoy leyendo un novelón de casi novecientas páginas y yo mismo me admiro por lo anacrónico que resulta. Normalmente leo con el iPad pero tiene cierto encanto reencontrarte con el papel y llevártelo contigo a todas partes. Cualquier sitio es bueno para leer. En cuanto a la escritura, ¿qué decir? Yo no soy escritor pero escribo cada día. A veces cuentos, otras posts, llevo mi diario como si una obra de arte se tratara. ¿Y todo esto para qué? me digo. Si viniera una editorial a ofrecerme publicar algo de lo escrito a cambio de una campaña de promoción con actos de presentación, de esos que se estilan, diría que no, que de ninguna manera. Soy fóbico social y no soportaría hacerme el simpático delante de gente que no me importa nada. Puedo entender tus reflexiones sobre la lectura, la escritura, el afán de destrucción de todo. Porque, en definitiva, ¿qué libros merecen realmente la pena? Muy pocos, realmente muy pocos, poquísimos que resulten imprescindibles, el resto es vanidad, espuma de un tiempo vertiginoso. Me han gustado tus reflexiones que en buena parte comparto. Lo que escribimos se oculta y en ese ocultamiento está su mayor valor. No tenemos el valor de combatir para publicarlo. Si yo intuyera que algo de lo que escribo merece la pena, tendría tal vez esa pasión, pero no. Lo que escribo es agitación personal mía, nada más. Aunque es cierto que todo el mundo necesita que alguien le haga un poco de caso jajaja. Saludos.
ResponderEliminarTambién comparto tus apreciaciones, Joselu. La escritura es puro fuego personal, su valor es subjetivo y quizá aumenta más con su ocultamiento, que con su divulgación. Tampoco me veo haciendo de comercial con mi libro, aunque en varias ocasiones me he visto muy cerca. El tiempo dirá, pero a día de hoy no es para mí ninguna prioridad. En estos tiempos de "deshumanismo" o "transhumanismo", lectura y escritura pueden llegar a ser, según se enfoquen, un acto de resistencia.
EliminarSaludos.
Hola Gerardo, coincido contigo en varias de las afirmaciones y-o reflexiones que haces, sobre los libros,.. "las tecnologias" que nos permiten un acceso instantaneo y rápido a la información,y que con la misma rapidez, se nos olvida,( esa inmediatez, no deja a nuestro cerebro, digerir dicha información,pues el saber que a un golpe de clip la tendremos de nuevo ante nosotros. A modo de ejemplo: se han perdido o al menos en mi entorno, la conversación profunda sobre cualquier tema, en cuanto surge alguna duda, rapidamente los buscamos en "san google" y "asunto concluido" nunca mejor utilizada esta expresión. No nos permitimos, masticar pausadamente, salivar en condiciones optimas, para tragar la comida, que el estomago haga su trabajo y nuestro cuerpo asimile todos los nutrientes como es debido, con lo que volvemos a tener un hambre voraz. ¡Uf! como me enrollo. Lo de la escritura, lo dejo para otro día, eso sí animandote a que sigas escribiendo, ya sea como cura, ocio, u lo que sea, para mi siempre es un placer leerte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Esa vorágine es contraproducente: puedes saberlo todo, pero al instante lo olvidas. La pausa, la conversación, el debate, meditar sobre lo aprendido, todo eso se pierde y es lo esencial para crecer como persona y saber conducirte en la vida al margen del rebaño. Me alegra tenerte como lectora y participante de la llanura, es un consuelo.
EliminarUn abrazo.
¡Hola Gerardo! hoy nos traes un post de esos que te llevan a reflexionar. Yo soy de las que siguen leyendo en papel (para mí es fácil, trabajo en una biblioteca), aunque generalmente me pillo también el formato electrónico del libro más que nada porque es muy cómodo tomar notas, subrayar párrafos para las entradas del blog. Pero tener entre manos un buen tocho en papel, con tu marcapáginas, poder olerlo, tocarlo, pasar sus páginas, eso nunca lo sustituirá el formato electrónico y creo que hay mucha gente que piensa igual, por eso yo confío en que los libros en papel no desaparezcan nunca.
ResponderEliminarPor otra parte está el tema de acumular y acumular. Libros, hace mucho tiempo que ya no compro (solo alguna excepción que me apetece tener) y la mayoría los he donado a la biblio. De vez en cuando me da por hacer en casa un "Mariekondo" (no tan exhaustivo como Michael Landy) y empiezo a deshacerme de cosas y cosas, y oye, lo a gusto que te quedas...
Lo de las editoriales y la escritura es una pena, a mí me gusta escribir y lo sacio escribiendo mis post bloqueros (aunque sé que no escribo bien, pero me da igual, me gusta y cubro esa necesidad con el blog), por eso pienso que no debes reanimarte y seguir escribiendo lo que te apetezca
Un beso
El tema editorial está en un punto de saturación que no sé dónde llegaremos. Tienes editoriales pequeñas, que son imprentas en el fondo y apenas ponen filtro: todo les vale si ayudas a sufragar los costes de edición y te pones el traje de comercial, tienes la autopublicación de Amazon, las editoriales serias hace tiempo que pusieron el cartel de "no admitimos originales no solicitados"...Con todo, hay cada vez más libros y no tantos lectores. Así que lo que escribo me lo quedo para mí, de momento. Si surge algo interesante, ya veremos.
EliminarAtesorar libros supongo que forma parte de nuestra cultura consumista, por eso me encantan las bibliotecas: van contracorriente.
Un abrazo.
Escribes, lees,... ¡eres la resistencia, Gerardo! (aquí vendría un emoticono de risa aunque lo digo muy en serio).
ResponderEliminarEn el mundo digamos real, reconozco que como lectora me siento un bicho raro, más aún cuando no me prodigo demasiado en best sellers. Afortunadamente, en el mundo virtual me siento más acompañada. Y no, no creo que el hecho de ser lectores nos haga mejores respecto a los que no lo son, por mucho que a veces sea tentador pensarlo. Prefiero verlo como que es conveniente preservar, entre tantas obligaciones que nos impone la vida, una parcelita a nuestra satisfacción personal e incluso a veces necesidad. Lo mismo digo para tus escritos, decidas exponerlos o quedártelos para ti. En cuanto a la necesidad de ser reconocido o considerado, por supuesto que es muy humana.
Existe un término japonés para el hábito de comprar libros compulsivamente y acumularlos sin leer. Creo que es tsundoku o algo así. Yo siento mucho desapego, físicamente hablando, por los libros. Creo que es porque me he forjado como lectora a base de préstamo bibliotecario y solo en los últimos años he comenzado a comprar algún libro y nunca los dejo sin leer. Lo que estoy pensando ahora es que igual me costaría un poco desprenderme de los ejemplares de mi pequeña y reciente biblioteca.
Un abrazo
Un guerrillero, un maquis, por lo menos, jaja. Pues un bicho raro si me siento, Lorena. Es verdad que entre blogueros se atenúa el tema, pero los hechos están ahí.
EliminarLa lectura es una ancla y estos tiempos de arenas movedizas, ese es su principal valor. Quizá en el futuro se recete a las mentes desatentas, como un fármaco. Espero que no quede solo en eso.
La performance de Landy es brutal, yo no me atrevería a hacer tal cosa, aunque a veces me entren deseos...
Un abrazo.
Ufff, te veo un poco desanimado, planteándote muchas cosas. Yo, como no escribo, no sé de esa frustración que supone el que no se te lea ni se te publique, aunque algo puedo imaginar.
ResponderEliminarRespecto a la lectura, que es lo mío, nunca me he planteado por qué leo. Leo porque no concibo el tiempo libre de otra forma, porque es lo que más me hace disfrutar. Nunca he sacado libros de bibliotecas. He leído libros de mi padre, de media familia y, sobre todo, libros propios. Me gustaría tener el valor de quemar la mayoría puesto que nunca los volveré a leer, pero soy incapaz.
Me ha gustado tu entrada, aunque la veo un poco pesimista.
Un beso.
Hola, Rosa. Es curioso lo que dices, porque el post lo escribí en mayo-junio y lo dejé congelado, sin publicar, porque me parecía eso: demasiado pesimista. Ahora, al releerlo meses después no me ha parecido para tanto.
EliminarÚltimamente percibo que las cosas que me gustan van retrocediendo, los tiempos cambian y leer, escribir, tocar, no es lo que era. Por otra parte, creo que el placer que extraigo de escribir se reduce a pergeñar el texto. Hacerlo público o que te lo publiquen, me resulta separado del mismo texto, extraño y casi prescindible. Al menos, he descubierto que me genera mucho menos placer, no me alivia publicar, no me ilusiona que una editorial-imprenta me proponga sacar mi libro adelante bajo mínimos. Puede que ese no sea mi camino. En fin ¿no será mejor dejar todo en silencio, en la intimidad de uno mismo?
Un abrazo.
Creo que hoy, de todo lo que has escrito, me quedo con lo último. Me he planteado muchas veces preguntas de las que compartes aquí hoy, aunque yo soy mucho menos consistente, la verdad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo sé, supongo que dichas dudas son comunes a todos los mortales escribientes, sean profesionales o simples diletantes. Últimamente extraigo mucho más placer del acto de escribir que de cualquier cosa posterior, una vez está el escrito acabado. Y es muy extraño.
EliminarUn abrazo.
Yo tengo los estantes repletos de libros. Antes me encantaba. Ahora siento que tengo demasiados... y tengo muchos libros deseando leerme para quitármelos de encima. Incluso aunque me gusten, porque sé que no volveré a leérmelos más. Para mí es inconcebible vivir en una casa sin libros, hacen compañía incluso aunque no los leas. Pero ha llegado un momento en el que se me ha ido de las manos.
ResponderEliminarSobre lo de escribir para uno mismo, yo también lo veo como un acto de resistencia, de romanticismo "inútil" frente al mundo.
Un abrazo.
En casa tengo poco espacio y cada tiempo reciclo libros: los dono a la biblioteca, los regalo o trato de venderlos. La idea es dejar mi biblioteca solo con los imprescindibles, para futuras relecturas. Pero hay de todo, vamos. También creo que me hacen compañía. Otra forma de resistencia frente al "usar y tirar".
EliminarUn abrazo y perdona lo tarde de la respuesta, blogger me puso el comentario en pendientes.
Mucho de lo que comentas, también he pensado. Al final, una/o es lo que es, y sin apenas trascendencia, ya de un modo, ya de otro. Soy más lectora que escritora, siempre es primero la lectura en mí. Por ello valoro cada palabra escrita y al escritor que decidió hacerlas públicas en libros, ese gesto lo valoro. Pienso si Hesse, Saramago, Camus, Eugenides, Zadiet Smith, Fountain..., hubieran dejado en un cajón sus palabras. Una gran pérdida para los tiempos de los hombres de paso.
ResponderEliminarUna entrada preciosa. Saludos.
Tienes razón, menos mal que semejantes dudas no asaltaron nunca a los genios de nuestro tiempo. O no a todos, porque si no recuerdo mal Kafka en su testamento mandó a un amigo quemar toda su obra inédita. Este no hizo caso y salvó de las llamas novelas como El proceso. Pero vamos, la literatura ocupa a día de hoy un lugar muy diferente. No hay genios porque la sociedad no los demanda y de haberlos, pasarían desapercibidos.
EliminarEl resto seguiremos disfrutando con la lectura y la escritura. Que nadie nos lo quite porque es una exclusiva humana contra la que no pueden ni el capitalismo salvaje ni las máquinas con las que pretenden sustituirnos: por eso han optado por su ocultación.
Un abrazo.