En Taxi, la nueva novela de Carlos Zanón, se
relatan las idas y venidas de Jose sin tilde, alias “Sandino” por su devoción
al triple de los Clash, “Sandinista”. De hecho, cada capítulo es nombrado como
una de las canciones del disco. Treinta y seis, para ser exactos, a las que hay
que añadir tres descartes, el número de catálogo, fragmentos de una frase y las
iniciales del Frente Sandinista. ¿Detalle molón o rompecabezas?
Durante
siete días y seis noches de insomnio, primera alusión mítica en un libro
plagado de ellas, acompañaremos a Sandino en su Toyota Prius por las calles de
Barcelona. Una semana donde parece concentrarse toda una vida, uno de esos
momentos de crisis existencial que jalonan la madurez. Y es que Sandino huye de
todos y de sí mismo, pero vuelve como un yoyó. Su mujer le espera para tener
con él una conversación, algo serio, se entiende. Sobre todo, vista la
promiscuidad de Sandino, que dice querer a su mujer y no desea perderla, pero
aprovecha los intersticios que le deja el trabajo para dejarse caer en los
brazos de sus numerosas amantes, presentes y pasadas. Por si no le bastara con
eso, Sandino se pone nuevos retos y se enamora de “Llámame Nat”, una pija
inalcanzable casada con un escritor y para la que trabaja como chófer
particular dejando a sus hijos cada mañana en el colegio. La clásica historia
de “me gustan todas, pero te quiero a ti”.
Zanón
construye un personaje agarrado con uñas y dientes a su inmadurez. Todavía
haciendo gala de un mote que le pusieron a los diecisiete años, revoloteando
como un niño, dando vueltas en círculo en torno a la vida adulta sin atreverse
a entrar. Uno se pregunta qué será de Sandino cuando se tope con la vejez, que
en realidad tiene a la vuelta de la esquina, si seguirá tumbándose en la playa
a ver los aviones remontando el vuelo desde el Prat. Y es que el personaje de
Sandino es el plato principal de Taxi,
que viene acompañado, sin embargo, de numerosa guarnición. Y es curioso, porque
esta se sirve, como en las bodas, la una detrás de la otra. A los aperitivos les
sigue el marisco, luego la carne, el sorbete, el consomé y acaba uno con los
chupitos, café y postre. Si te dejas algo, lo recoge el camarero y no vuelves a
saber nada más.
Foto de Carlos Zanón durante la promoción de Taxi (fuente: Abc.es) |
La
novela comienza con la historia familiar de Sandino, el entierro de su abuela y
una urna de cenizas con las que tiene algún que otro contratiempo. Aparece
intercalado el diario olvidado de una niña huérfana, a través del cual se indaga
en las raíces sociales del protagonista y un choque de clases que aflora al
final. El taxi, las diversas anécdotas donde brilla el trabajo de documentación
y una Barcelona nada turística de fondo, es un telón que para mí no es más que
eso, decorado. Por mucho que haya un exmosso corrupto y dolido por unos cuernos
o clubes donde se aturde a los borrachos con burundanga para sacarles las
entrañas o marroquíes que pasan sin transición del hachís y el rap a la yihad. Pero
como reclamo publicitario, decir que es un retrato de la Barcelona real, la
gran novela sobre Barcelona y etcétera, seguro que funciona.
Entradas
aquí y allá, clientes que arrastran su historia personal de desespero. Parece
que el taxi es el mejor diván, o el mejor escritorio, porque sus usuarios lo
mismo se sinceran, entran en catarsis que mienten y fabulan. Cuestión esta, la
de la mentira, muy interesante y que Zanón trabaja en varios momentos nada
secundarios. Luego se irá agregando una trama criminal, junto a las derivas
sentimentales de Sandino, que eclosiona en un último tramo de delirio, con sus
peleas, contusiones, careo mafioso, destrozos y por lo que parece, ningún
muerto. Para acabar, vuelta a la calma. Sandino seguirá huyendo, sin querer
llegar a Ítaca. Detrás quedan varios interrogantes sin resolver, pero da igual.
Stop the world.
Taxi
es una novela que se resiste a las clasificaciones. Tiene un adobo de novela
negra, un buen tercio de páginas destinadas a este fin. En realidad, es una
manera de tenernos enganchados. Un aditivo, el glutamato monosódico que
potencia el sabor del relato. Pero no creo que sea la historia última que Zanón
pretende en Taxi. Temas como la incomunicación, la búsqueda del amor, la mentira,
el clasismo, el desarraigo, las relaciones familiares. Todos universales que
otorgan una larga fecha de caducidad a Taxi. No es una novela ni mucho menos perecedera,
de usar y tirar.
El
estilo de Zanón ya lo conocemos. Es versátil y a la vez tiene su sello propio.
Hay poesía encubierta o deliberada, hay momentos de ametralladora y pausas
filosóficas. De completo ensimismamiento. Aún con sus resbalones, se mantiene
en pie con gran dignidad. Me gusta, me conmueve. Cualquiera se siente a veces
como Sandino, aferrado a su pasado, sin futuro, deambulando por el presente
como si le hubieran echado burundanga en el vaso. ¿Y qué hacer? Tirar hacia
delante, ayudar a los amigos. Vengarse y ser vengado. Tener sexo sin amor y
amor sin sexo. Enamorarse, sobre todo de uno mismo y desear justo lo que uno no
tiene en ese momento, en un bucle sin fin. Tomar decisiones estúpidas para
meterte en líos y luego, ocupado en salir de esos embrollos, eludir el fondo de
la cuestión, ¿qué hago con mi vida? Un kamikaze que quiere matarse y a la vez
salir ileso, sin poder explicar esa paradoja. Ese es Sandino. Una novela al
servicio de un personaje. Tan narcisista como empático. Tan preocupado por sí
mismo como por los demás.
Post scriptum
Escribí
esta reseña del tirón, después de acabar Taxi,
hace un mes o así. Apenas si he corregido algunas repeticiones, de ahí su tono
tan crudo. De paso, me he dado cuenta, sobre todo después del encuentro con
Zanón el pasado 1 de marzo, que hay cuestiones nada desdeñables que pasé un poco
por alto. Por ejemplo, en una entrevista en El Periódico, Zanón afirma lo siguiente:
A medida que va avanzando la novela Sandino va entendiendo cosas de la vida de su abuela, que es una novela en sí, y el paralelismo del desclasamiento en una sociedad como la de Barcelona que no se ve, pero es muy clasista. Su abuela llega hasta un punto en que esta integración en una familia que a priori era la suya se trunca, y a Sandino Llámame Nat le dice ‘hasta aquí’. Quería una novela que se saliese del marco y manchase la pared. Una sociedad clasista funciona creando la apariencia de que no lo es, hasta que te dejan claro que no eres de ellos.
En fin, que hay mucha miga en Taxi. Acabo con un nuevo
link, porque Zanón, como cualquier escritor que se precie, siempre está con el
cazamariposas preparado y sacó tema para su tira semanal en La Vanguardia a
partir de una anécdota personal de uno de mis compañeros de trabajo, que
entronca de paso con Taxi. Se titula Geppetto y las cien mil camisas. Lo podéis leer aquí. Me despido con mis mejores deseos para esta semana tan santa que se
avecina.