Es en el Renacimiento, uno de los periodos más apasionantes de la historia, cuando se asientan las bases del mundo moderno. Visto en lo positivo, Europa brilla como un diamante y se prepara en la rampa de lanzamiento para iniciar su preponderancia. En la otra cara de la moneda, el viejo continente padece guerras de religión, intolerancia y fanatismo. La casi total devastación de la población nativa en América y el trasvase de millones de africanos, conducidos por la fuerza a las plantaciones de caña de azúcar, tabaco o algodón, también entran en la ecuación y matizan gran parte del optimismo. La cara o la cruz: podemos pensar en la cúpula de San Pedro y la imprenta de Gutenberg o en los barcos que cruzan el Atlántico con las bodegas repletas de hombres y mujeres encadenados y las hogueras donde crepita la carne de los heterodoxos. Bien, pues Antonio Orejudo sitúa su novela Reconstrucción en esta época apasionante.
El
título, al principio, induce a pensar en algún artefacto posmoderno. Así lo
creía yo, cuando después de leer un par de artículos del autor en Eñe, busqué
en la biblioteca por si tenían algún libro suyo y me topé con este. Y puede que
no fuera del todo desencaminado. Pero en principio, se trata de una novela
histórica. Un tanto atípica, eso sí. Tanto que al final no estoy muy seguro de si
le va bien esa etiqueta. En cualquier caso, los hechos transcurren entre 1533 y
1553, con las turbulencias provocadas por la reforma protestante como telón de
fondo.
En
la primera parte, que se titula conversación,
se describe la rebelión anabaptista de Münster. Estos señores, los
anabaptistas, se tomaron la reforma religiosa a la tremenda. Defendían el
bautismo de las personas adultas y la comunidad de bienes. También estaban
convencidos de la llegada del fin del mundo. En Münster crearon una comunidad
ideal y resistieron un asedio de varios meses, hasta que fueron aniquilados por
las huestes católicas, aunque entre calvinistas y luteranos no gozaban de mejor
reputación. El protagonista es un tal Bernd Rothmann, que tiene el privilegio
de ser la chispa que enciende la mecha, pero luego se queda al margen, superado
por los propios acontecimientos.
El
capítulo está armado como un largo monólogo, apenas interrumpido por un
interlocutor que exige cuanto menos coherencia. Está aligerada del típico
aparato erudito de la novela histórica canónica; se trata de una narración
ágil, con las pinceladas precisas para lograr una ambientación creíble. Tiene picos de humor, no hay miedo al anacronismo, y se agradece su
afilada ironía. Todo envuelto en un estilo nada ampuloso, sencillo, de frases
cortas. Antonio Orejudo es filólogo, entre su currículum figura una edición
anotada de algunas novelas ejemplares de Cervantes. La claridad de su estilo
nos lleva, arrastra en la lectura.
Tipos móviles de Gutenberg. La imprenta permitió la difusión de ideas y la universalización de la cultura. Es otra de las protagonistas de "Reconstruccion" (Foto: https://disenopreimpresionsuamon.wordpress.com/2011/12/11/sobre-como-la-palabra-se-hizo-plom/) |
Reconstrucción es
un libro donde, en contra de lo que se pueda pensar, todo el contexto
político-religioso no pesa nada, es liviano, incluso entretenido. Antonio
Orejudo logra hacer digestivo un hueso bien duro y eso solo puede ser una
virtud. Sus fuentes son diversas, las cita al comienzo. Entre ellos están
Stefan Zweig y Antonio Alcalá. Expone su deuda con estos autores, pero no con
las obras en concreto, lo que no costaba tanto trabajo. Porque investigando, uno
descubre que hay pasajes que son casi calcos. Bueno, pues en el caso de Zweig
se trata de Castellio contra Calvino
y el tal Alcalá es el responsable de las obras completas de Miguel Servet, nada
menos.
Después
de la utopía de Münster, que como he leído en algún sitio, al contacto con la
realidad se convirtió en distopía, pasan veinte años y los hechos se trasladan
a Lyon. El protagonista ahora es un orfebre que fabrica tipos de imprenta,
Joachin Pfister. Aquí la novela cambia de registro por completo y se inicia una
trama detectivesca que es como sigue. En manos de la inquisición francesa (hubo
inquisición en Francia) cae el mayor compendio herético desde los tiempos de
Lutero: La restitución del cristianismo,
firmado por un enigmático MSV. Encarcelando aquí y torturando allá, la
inquisición da con la pista de Pfister y como mal menor (para él), le piden que
les ayude a descubrir la identidad del nuevo hereje.
Así
que Pfister, supervisado por un peliculero agente del Santo Oficio que tiene la
orden de matarle si intenta huir, inicia la búsqueda del misterioso MSV y tiene
lugar la “reconstrucción” a la que alude el título. Con variedad de recursos
narrativos, MSV se configura ante el lector primero como Michel de Villeneuve,
un estudiante de medicina políglota y culto, que ha intuido el funcionamiento
de la circulación menor de la sangre y, por lo que en realidad tiene la soga al
cuello, la incoherencia, Biblia en mano, del dogma de la trinidad. Finalmente,
como Miguel Servet, nacido en Huesca y pieza codiciada para calvinistas y
católicos por igual, que inician una colaboración insólita para quemarlo en la
hoguera.
En
paralelo, lo que es uno de los puntos interesantes de esta novela y por eso
digo que quizá no habría que desdeñar la etiqueta de posmoderna, se produce
también la “reconstrucción” de Pfister y me callo por no fastidiar esta
intriga, aunque se intuye enseguida. El personaje sufre una evolución, notable
y que otorga profundidad al relato y lo convierte en algo más que una novela
histórica. En ella hace un ejercicio de reconstrucción, de su propio pasado y
asume su verdadera identidad, pasaje que supone la conclusión del libro.
En Reconstrucción, como novela de ideas,
también hay una crítica al dogmatismo y una defensa de la libertad de
expresión. Por desgracia, los defensores intransigentes de una ideología
(religiosa o no) con frecuencia esconden motivaciones mundanas cuando no el
mero interés personal detrás de sus actos. Los que no se pliegan al pensamiento
único, son perseguidos o silenciados. Los que amenazan sus intereses, también.
Miguel
Servet y acudo a Antonio Alcalá, aparte de ser un auténtico hombre del
renacimiento, fue el primero en defender una libertad de expresión sobre la que
ninguna autoridad, civil o eclesiástica, tiene derecho alguno. El primero,
según el filósofo Marian Hillar, en expresar la idea de que era un crimen
perseguir y matar por ideas. Tan (ingenuamente) convencido estaba que ni corto
ni perezoso envió un ejemplar de su libro herético al arzobispo de Zaragoza y
otro a Juan Calvino. Como agradecimiento por tan envenenado presente fue
quemado dos veces: en efigie por los católicos y en persona por los
calvinistas. Con madera húmeda, para que sufriera más. Antonio Orejudo pone en boca
de uno de sus personajes las palabras de Castiello, que también recogió Zweig: todas las sociedades tienen derecho a
defenderse, pero matar a un hombre, no es purificar una iglesia. Es matar a un
hombre. Y añadiría Castellio: la
defensa de una doctrina no es un asunto de jueces sino de maestros.
¿Y qué te digo después de este reseñón que te has marcado? Lo tengo que leer sí o sí.
ResponderEliminarBesotes!!!
¡Vaya responsabilidad! No deja de ser mi opinión, ojo. Ha sido visto y no visto, eso, teniendo en cuenta el tema es un punto muy a favor de esta novela. Ya me contarás.
EliminarUn abrazo.
mmmm... se me resiste la novela histórica, aunque matizas que es un tanto atípica y que Orejudo nos facilita la tarea...
ResponderEliminarUn abrazo
Por ejemplo, son poco más de 250 páginas. Una novela histórica canónica, sobre el mismo tema, te planta 500 páginas mínimo. Aparte de otras cuestiones que mencionaba y las que se me hayan podido escapar. Pero un trasfondo histórico hay, así que si no te va mucho el género no me atrevo a recomendártela.
EliminarUn abrazo.
Lo leí hace un montón de años, exactamente en 2005. No recuerdo casi nada, aunque tras leer tu reseña, me han venido sensaciones y detalles que me suenan. Sí recuerdo que me dejó un tanto descolocada y sin saber muy bien si me había gustado o no. Una rara sensación que no suelo tener. Quizás debería releerlo.
ResponderEliminarUn beso.
Salió justo en ese año, 2005. Se nota que no soy mucho de novedades. Supongo que te descolocó porque se sale del tiesto en numerosas ocasiones. También hay algún anacronismo divertido. Antonio Orejudo es valiente y escribe muy bien. Hace unos días lo vi en Página 2, presentando "Los cinco y yo", donde también intuyo un enfoque bastante original. De hecho, entre otras cosas, imagina cómo sería la vida de los personajes de Enid Blyton (cuatro, porque el quinto era un perro, creo) pasada la adolescencia. Lo puse en lista, así que ya veremos...
EliminarUn abrazo.
Las buenas novelas casi siempre son las que se salen de las etiquetas. Ésta no la conocía, tampoco he leído nada del autor. La dejo no obstante de momento en el limbo. Ahora mismo hay lecturas que me tientan más.
ResponderEliminarUn abrazo
Desde luego, lo "inclasificable" siempre ha sido un reclamo para mí. En el limbo lector tengo yo también a más de uno, es lo que hay.
EliminarUn abrazo y disfruta del domingo.
Aunque tenga, como dices, un estilo ágil y claro, contenga humor y hasta cierta ironía, no es un género que me atraiga mucho, por lo que me conformo (como algunas veces hago) con haber leído tu completa reseña, Gerardo.
ResponderEliminarAlgún criterio hay que seguir para no engrosar las listas de lectura ;-)
Un beso
Gracias, Chelo. Tienes razón, hay que discriminar un poco para no ahogarse.
EliminarUn abrazo.