Un
verano benigno en la llanura, tan solo una ola de calor a finales de julio, lo
que se agradece. Han sido muchas las noches propicias para leer, con el
fresquito. Aquí en La Mancha (en Andalucía también) existe una costumbre, ya agonizante, la de “tomar
el fresco”. Consiste en salir con sillas a la puerta de las casas aprovechando
la brisilla y montar la tertulia hasta la madrugada, dormitar u observar a los viandantes, ignorando el televisor y
otros inventos del diablo. Ya es algo mítico, el corrillo de mayores comiendo pipas
y las abuelas en sus tumbonas, algunas roncando. Luego, al romper el alba, las
mismas señoras con escoba y regadera dejaban la acera impoluta. Igualito que la
zona residencial de la costa donde he pasado unos días esta semana, regada de
orín y excrementos de perro. Pero en fin, en la soledad de mi patio, junto al
ronroneo del aire acondicionado del vecino he podido disfrutar de buenas
lecturas que os resumo por si alguna os abre el apetito.
Dos libros
de relatos buenísimos, Guadalajara de Quim Monzó
y Siete
casas vacías de Samanta Schweblin. Entre ellos hay diferencias, pero
también puntos en común. Quim Monzó es uno de los grandes maestros del relato
corto, mientras Schweblin en este libro ejerce casi de debutante, aunque con el
IV Premio Internacional Narrativa Breve
Ribera del Duero bajo el brazo. Coinciden en un estilo sencillo, nada preciosista,
sin ampulosidades y preciso como un bisturí en según qué manos.
Guadalajara se divide en cinco partes,
con un total de catorce relatos. Son historias ingeniosas, donde la imaginación
de Monzó se despliega en toda su magnitud. Navegan entre el surrealismo y lo
absurdo, hay un sin sentido mucho más reconfortante que el de la vida real e
ironía a raudales, como no. Me gusta la reescritura de ciertos mitos
literarios, como el justiciero Robin Hood que lo pone todo patas arriba y es
que robar a los ricos para dar a los pobres no siempre es la solución. Monzó le
da la vuelta como un calcetín a la historia de Gregor Samsa, cuando una
cucaracha despierta convertida en un niño gordo y torpón. Además, ¿y si los
troyanos no se hubieran tragado el farol? ¿Qué habría sido de Ulises y
compañía, escondidos en las tripas de aquel artefacto inverosímil? Lo mismo
pasa con Guillermo Tell, porque, ¿alguien ha pensado en el pobre muchacho? Son
algunos apuntes de un libro que recomiendo. Un entrante genial, el relato más
largo, nos describe, desde el punto de vista infantil, la peculiar tradición de
una familia que cercena el dedo de sus hijos varones al llegar a los nueve años.
Mención aparte los aderezos más sofisticados de Monzó, a lo Borges, como el cuento
del escritor que descubre en su propia obra la predicción de su futuro.
En
los relatos de Schweblin hay menos humor, por no decir ninguno. Porque aunque
contiene situaciones que pueden parecer surrealistas, incluso de risa, siempre
persiste una sensación incómoda, inquietante y en fin, no se queda uno nada tranquilo
al acabar los siete relatos que componen este libro, mucho menos mientras los está leyendo. Oscuros, con un tono
onírico, sí, pero bordeando el mal sueño, la pesadilla. Como digo, sobrevuela una
sensación de amenaza, los personajes son seres obsesivos, enajenados, vulnerables
en su fragilidad mental. Con esta atmósfera irreal, nada es lo que
parece ser e incluso la memoria se torna cenagosa. Quizá el libro de Schweblin
sea bastante representativo de nuestro tiempo, donde aunque todo va mejor que
nunca, no deja de haber cierta sensación de castillo de naipes, de desajuste en
toda esa exhibición de felicidad y opulencia que nos inunda.
El
plato fuerte de este verano, en lo que a dimensiones se refiere, ha sido Vida
de un escritor de Gay Talese. Lo encontré en la librería del hotel de vacaciones
donde estuve con mi familia en julio y decidí hacer un intercambio: dejé un
libro de Alice Munro que no me hacía ni fu ni fa y eché este en mi maleta. Se
trata de un buen tocho, donde Talese intercala con habilidad detalles de su
vida con algunos de sus proyectos inacabados. Gay Talese (1932) es un
periodista y escritor de origen italiano, según Wikipedia el padre del nuevo
periodismo, junto a Tom Wolfe.
El
inicio es insólito, Talese escoge uno de los puntos álgidos del drama deportivo: la final de un mundial de fútbol que después de la prórroga se decide a los penaltis. Los equipos en
liza son las selecciones femeninas de China y EEUU, frente a frente dos
potencias rivales en lo económico y político. Alguien tiene que fallar, errar
el tiro y esa persona, una joven china, es la historia que busca el veterano
periodista. Y es que Talese engarza así con sus inicios y una constante en su
carrera: en un país obsesionado por el éxito, él se dirige a los márgenes, al
que pierde, al loser. Pensando en
paralelismos, en España sería un periodismo centrado en aquella persona honrada,
noble, que vive sin pisar a nadie, que no se aprovecha del sistema y es incapaz
de aceptar un sobre o un cargo a dedo. Supongo que ese nuevo periodismo en
nuestro país, que no ponga el foco en el trepa, el ladrón o el mentiroso, en
resumen, que margine al pícaro, está por hacer.
Las historias
de perdedores se suceden en este libro. Un edificio marcado con la equis del
fracaso, donde todos los restaurantes que abren sus puertas allí, uno tras
otro, caen en bancarrota. Talese, asiduo de la buena mesa, ya que su madre
rehuía los fogones, asiste como testigo a una debacle que se alarga décadas.
Más perdedores, el infausto caso de John y Lorena Bobbit, sí, la mujer que
cercenó el pene a su marido. Al final, ambos fueron vapuleados y exprimidos por
la máquina mediática. La lucha por los derechos civiles en Alabama ocupa una
parte considerable del libro, basada, eso sí, en las experiencias personales del
periodista y que nadie espere una lectura tan de nuestro tiempo, esto es, sin
matices. Los hay, porque entre lo que nos cuentan, lo que vemos y lo que pasa
hay infinidad de zonas de sombra.
Talese
es un fino observador, que escucha sin mediar, deja que sus entrevistados se
explayen y compone su historia sin el aderezo del melodrama. Me ha gustado
mucho el relato que hace de una breve visita a la ciudad natal de su padre en
Calabria, una aldea polvorienta, sumida en el subdesarrollo, donde sus
familiares visten los vestidos pasados de moda que su pariente, sastre
neoyorkino, les envía puntualmente. Talese menciona cómo aprendió su oficio y
no fue en la universidad, fue escuchando a las clientas de su madre, modista,
que vertían sobre ella sus penas. Como niño, el se dedicaba a escuchar detrás del mostrador y
callar, así aprendió el oficio del periodismo y el de la escritura. Recuerdo
una entrevista de Álvaro Pombo donde mencionaba una anécdota similar, ¿cómo se
forjarán los futuros escritores, ahora que todos estamos metidos en nuestra
burbuja, sin hablar cara a cara los unos con los otros?
Más cosas,
por fin le tocó el turno a la novela de una amiga bloguera, Ana Madrigal Muñoz. Se trata de una escritora
aficionada, pero que ha sido capaz de levantar un artefacto bien acabado, muy
digno y entretenido de leer. Además, lo ha hecho siendo fiel a sí misma. Porque
a Ana le encanta la literatura del diecinueve, Bécquer, las Bronte, Thomas Hardy
y demás. Así que ese es el marco temporal, temático y estilístico de su novela.
En Despierta
el alma dormida, se intercala el relato de tres personajes. Uno es Elvira,
una mujer de clase alta que al casarse queda sometida a los designios de su
marido. Este se traslada a un área aislada del norte para supervisar la construcción de un pantano, en severo
contraste con el Madrid de 1873 donde vivía Elvira con su familia. Lejos de su
entorno y acuciada por su hipersensibilidad, cae en el pozo de la depresión, en
el que se hunde cada vez más. Elvira escribe una carta a su hijo, del que ha
sido separada por algún motivo. Años después, el doctor Carlos es nombrado
responsable de un hospital para enfermos mentales donde está recluida Elvira,
ahora la señora Roldán. La anciana, catatónica, permanece muerta en vida y el
joven doctor tratará de despertar su alma a través de lo que él llama “sesiones
de recuerdo”. Estas sesiones incluyen la lectura de una serie de cartas que su
hijo, músico profesional, escribe a su madre a lo largo de los años, desde diversos
puntos de Europa, prometiéndole una visita que nunca llega. Así se entrelazan las
tres historias, hasta el dramático final, como mandan los cánones. Con un
estilo refinado, elegante, la ambientación nos mete de lleno en la época. La
construcción psicológica de los personajes es notable, quizá falta algo de
negrura, pero entonces la historia viraría a lo gótico y se ve que la autora no
va por ahí.
Y como
todo su verano tiene su dosis de novela negra, pues he seguido el hilo de Carlos Zanón, un ejemplar dedicado de Tarde,
mal y nunca. Es su segunda novela, pero ya apunta las constantes de su
estilo. Una historia de perdedores, un triángulo amoroso infernal que comienza
sin tonterías: a primera hora de la mañana, en un bar de barrio, Epi decide
reventar la cabeza de el hasta entonces su amigo inseparable Tanveer Hussein, al
más puro estilo Ramón Mercader. Recuerdo que Zanón contó en el encuentro que
tuvimos con él los motivos de tan truculento inicio. El escritor pensó en un arma de fuego,
un revolver y al preguntar a un veterano de la novela negra como es Andreu
Martín, este comenzó a asediarle con detalles técnicos: si había decidido el calibre, las
balas que llevaría el cargador, si el arma sería automática o semiautomática o un revólver, esas cosas y
Zanón se agobio y tiró por la tremenda: el arma del crimen sería un martillo. Después de ese inicio
fulgurante, queda por saber los motivos, la novela se sumerge en la amistad
tóxica y la personalidad psicótiva de Tanveer y las secuelas de matar a alguien
a sangre fría, porque siempre hay un después. Es una novela más bien breve,
lástima el tamaño de letra tipo chuletas de mi edición de bolsillo, no entiendo
cómo no cuidan estas cosas. Transcurre como un rayo y te engancha de principio a
fin, es sórdida, pero también poética y con una buena sarta de frases
lapidarias que al ser lectura de piscina pues uno no se entretiene en subrayar.
Nada complaciente ni políticamente correcta: la gente es mala, muchas veces,
porque quiere, porque elige ese camino que siempre es el más fácil o porque algo le empuja, con fatalidad, al lado oscuro.
Y
bueno, llega septiembre. Aquí en la llanura antes era un cambio tremendo,
porque con la vendimia se llenaba la plaza de forasteros, de acentos nuevos y
por cierto casi siempre había algún crimen o historia truculenta, pero la
mecanización de la viña con el emparrado ha reducido el impacto. Huele a mosto,
casi seguido vendrá la pestilencia de la industria alcoholera y habrá moscas de
las cojoneras, muchas. Así que las siguientes lecturas, serán de puertas
adentro.