domingo, 15 de noviembre de 2015

"El niño yuntero" de Miguel Hernández

Resultado de imagen de miguel hernandez
Retrato de Miguel Hernández a lápiz, realizado por el dramaturgo A. Buero Vallejo cuando estaba en la cárcel.  El poeta lo envió a su mujer con una nota que decía: "ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días para que vaya conociéndome y así no me extrañará cuando me vea".
Fuente: Lanza Digital
Miguel Hernández Gilabert (Orihuela,1910) viajó por primera vez a Madrid en 1932. Con un cuaderno de poemas bajo el brazo, trataba de darse a conocer. Se topó con la actitud condescendiente de quiénes se avenían a escucharlo, más picados por la curiosidad de lo pintoresco (¿un cabrero poeta?) que por un interés real en sus versos. Después de vagar por la capital durante cuatro meses, medio muerto de hambre, regresó a Orihuela con las manos vacías. Sin embargo, el poeta no se arredró, al contrario. Reforzó su aprendizaje del verso clásico e inició una progresión fulgurante que le llevó a ser considerado por Dámaso Alonso como el “genial epígono” de la generación del 27.

La intuición lírica de Miguel Hernández, su capacidad de asimilación y permeabilidad nos habla del carácter innato de su poesía. Un carácter volcánico y vitalista, en definitiva, una extremada sensibilidad, acaban de definir un estilo donde se impone una voz propia, que lejos de someterse a las influencias del momento las adapta y acomoda a su universo. Y en un tiempo increíblemente corto. De Perito en lunas al Romancero de ausencias transcurren apenas seis años. ¿Qué hubiera sido de Miguel Hernández de seguir viviendo? ¿Hasta dónde hubiera podido llegar? El hecho es que muchos de sus poemas conservan el pulso emocional del que los compuso y han logrado la inmortalidad: nunca dejarán de cantarse, nunca han dejado de leerse.

La primera vez que escuché (fue en un recital) a Miguel Hernández me estremeció. Era la “Elegía a Ramón Sijé”. En aquellos versos brillaban la desesperación y el dolor por el amigo muerto. La certeza implacable, como un hacha, de que nunca lo volvería a ver. Era muy joven, es verdad y apenas había leído poesía. Los versos de Miguel Hernández me parecieron diáfanos y comprensibles; lo más emocionante era que podía interiorizarlos y las alteraciones que me provocaban. No he sentido ese latido en demasiadas lecturas después. Puede que fuese el momento o puede que las palabras de Hernández formen parte de ese todo universal que permanece siglo tras siglo y es pegamento de la humanidad.

Para mí ha sido difícil seleccionar un poema de toda su obra, que me ha acompañado en tantos momentos de mi vida. Me he decidido por “El niño yuntero” por su mensaje de solidaridad a favor de los oprimidos. Por encima de ideologías, nadie puede negar que hay una porción de la humanidad que malvive en el infierno. De poco sirve la compasión: la redención es la única salida. Si ésta es posible.
Niños
Niños trabajando en una fábrica de ladrillos en Pakistán (Foto: taringa.net)
“El niño yuntero” pertenece al libro Viento del pueblo (1937). Está construido a partir de cuartetas octosílabas de rima consonante. Miguel Hernández usó el metro corto con profusión en esta etapa. Era una manera de entroncar con la tradición juglaresca del romance y darle una oralidad a sus versos, que aspiraban a ser cantados y esparcidos, como ese viento del pueblo: “los poetas somos vientos del pueblo; nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.

El pobre niño, “menor que un grano de avena”, languidece bajo un yugo, metáfora de su confinamiento. El poeta tiembla de indignación y gime “me duele este niño hambriento” y “me da su arado en el pecho”. O sea en el corazón. Y esa sinceridad, esa palabra que brota directamente de las emociones del poeta, impregna cada verso. Le da hondura y cala como el arado que el niño sostiene tembloroso, porque “empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta”. Certeras metáforas van construyendo la imagen de ese niño, que es “carne de yugo”, su sudor es una “corona grave de sal” y se “alhaja de carne de cementerio”; hipérboles como “despedaza un pan reñido” estremecen, porque “cada vez es más raíz y menos criatura”.

Hay cierto ingenuo optimismo en los versos finales sobre el destino de este niño, pero yo veo también un atisbo de duda, cuando el poeta declara: “¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? (…) que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros”. Que salga, ¿por qué no decir “saldrá”? Para Hernández, es el propio oprimido el que debe luchar para poner fin a esa situación. Pero es un deseo: que salga y no una certeza.

El niño yuntero es un poema popular y diversos artistas le han puesto música. Mi versión favorita, la que capta a la perfección el tono pesimista y lúgubre del original, es la de Víctor Jara, que incluyo aquí:

                                          

En realidad, este niño nunca acabará de “morir de punta a punta” y “sentir la vida como una guerra”, porque la historia del trabajo o de la esclavitud infantil (si queremos llamar a las cosas por su nombre) puede que haya sido erradicada en nuestra Europa (y surge como antítesis el niño emperador, el niño escaparate, el niño al que se adelanta su pubertad para hacerlo corruptible), pero persiste en el resto del mundo. En los talleres textiles de Dacca y Delhi, en los prostíbulos de Manila y Bangkok, en las minas de granito cerca de Ouagadugu o las fábricas de ladrillo de Pakistán, los ejemplos son innumerables. Su visión no deja de dolerme “como una grandiosa espina”, me “da su vida en la garganta” y otorgan plena vigencia a las palabras del poeta.

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

Extraído de www.poemas-del-alma.com
Para saber más recomiendo la antología de Austral realizada por José Carlos Rovira (2000)

14 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias por tu comentario. Es un poema cuyo mensaje tiene plena vigencia.

      Eliminar
  2. Compartimos el cariño hacia Miguel Hernández, Gerardo. Por tanto, he disfrutado de tu entrada y, como siempre que se trata de este poeta, me ha entrado la tristeza por su muerte temprana. Se fue muy pronto, demasiado. Contigo, creo que habría llegado aún más alto si hubiera tenido unos años más.
    Gracias por traer a Miguel Hernández y mantenerlo vivo.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya comentaba que la evolución de Miguel Hernández es sorprendente. Y más teniendo en cuenta que era prácticamente autodidacta. Por eso creo en el carácter innato de su poesía y su personalidad arrolladora.
      Gracias por pasarte Isabel y comentar.
      Un abrazo.

      Eliminar
  3. Yo me aficioné a este poeta (quizás aficionar no es la palabra exacta, sería mejor decir 'conocí') con este poema pero cantado por Serrat. Luego le siguieron las Nanas de la cebolla y otros más, siempre cantados por Joan Manuel. De hecho entre los pocos LPs que conservo se encuentra el que tiene este cantante con poemas de Miguel Hernández.
    Gracias por recordarme este bonito poema que sigue vigente, por desgracia, como el primer día.
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tengo ese disco de Serrat, junto con otro sobre poemas de Antonio Machado de una colección de El País. Sin embargo, fue la versión de Víctor Jara la primera que escuché y sigue siendo mi favorita. El cantante chileno tenía muchos puntos en común con Miguel Hernández: su origen humilde, una profunda sensibilidad y preocupaciones sociales; Además desde niño tuvo que trabajar en las tareas del campo, por eso creo que interioriza y expresa perfectamente el mensaje del poema.
      Besos!!

      Eliminar
  4. Gracias por la entrada y por la canción. Me ha transportado a mi adolescencia. La habré escuchado cien veces, pero de eso hace ya ....cuarenta años ...
    Aunque como tu dices, por desgracia sigue teniendo plena vigencia.
    Me entristece también la muerte de Victor Jara.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también la habré escuchado ni se sabe...Siento devoción por Víctor Jara y su muerte fue una infamia, las dictaduras no transigen con la libertad de expresión. Tampoco el fanatismo religioso, tal y como hemos podido comprobar.
      Gracias por comentar. Un abrazo.

      Eliminar
  5. Miguel Hernández es de los poetas que me hicieron amar la poesía (aunque creo que el primero fue Neruda). Que sus poemas sigan siendo actuales, que sigan haciéndote latir, es lo que diferencia a los grandes. Has elegido un gran poema (muy bien interpretada por otro grande: Víctor Jara). Y con lo difícil que me resulta comentar poesía lo has hecho extraordinariamente. Yo también me pregunto hasta donde hubiera llegado si hubiera tenido una vida más larga... y qué escribiría hoy en día. Qué falta hacen, hoy, voces así.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tus palabras Ana. Tanto Víctor Jara como Miguel Hernández han sido una influencia de primer orden en mi manera de entender la literatura y la vida.
      Un abrazo.

      Eliminar
  6. Pobre hombre, primero tuvo un trasfondo familiar problemático con su padre, luego la guerra y la cárcel. Complicada vida!! No obstante hay algo que siquiera al condenado se le puede arrebatar: y es la pericia, el ensueño de creer que en otro-lado, en una otra-parte, el pasado puede florecer. Excelente Víctor Jara.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y con solo 31 años. Vivió intensamente y es una pena que no pudiera ver crecer a su hijo. Pervive en su poesía, que lejos de pasar de moda, cobra vigencia cada día que pasa.
      Un abrazo.

      Eliminar
  7. Me ha gustado mucho tu reflexión última acerca de que el sentido del poema aún sigue vigente, no solo en países menos desarrollados sino también en la sociedad occidental, aunque esa 'esclavitud' infantil se haga de otra manera más sutil.
    Bonito homenaje a Miguel Hernández.
    Besos!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso creo, en la sociedad actual confluyen otro tipo de tiranías sobre nuestros niños y en los países más pobres el poema cobra todo su sentido, en lo más literal.
      Gracias por pasarte, un abrazo.

      Eliminar