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La primera, insólita para el que teme toparse con el clásico ensayo pedagógico, es la del propio autor estudiante, en la lejana escuela de los años cincuenta.
Sí, Daniel Pennacchioni asume sin
dramatismos que fue un “zoquete” (la palabra original francesa, sin equivalente
en nuestra lengua, es cancre, que significa cangrejo). En la
contraportada del libro, por si hubiera alguna duda, está su boletín de notas
con las observaciones pertinentes: habla todo el tiempo, demasiadas
ausencias, no ha hecho nada, podría esforzarse más, le falta base, el tercer
trimestre será decisivo.
Pennac desvela su condición de “mal alumno” sin autocompasión, sin falsa
modestia, tampoco es una venganza, ni un ajuste de cuentas con el mundo. Es la
anécdota que nos conduce a la gran pregunta: las causas del fracaso escolar.
Porque este panorama desolador, en el caso de Pennac, carece de explicación
sociológica. Hijo de buena familia (impagable la historia de su tío-abuelo
Jules, que raptaba a los niños que trabajaban en la recolección para que
regresaran a la escuela), en un hogar estructurado, con hermanos mayores
estudiosos y siempre dispuestos a echarle una mano. No hay asidero posible para
justificar sus malas notas.
Por eso analiza la soledad del
zoquete, el miedo paralizante a no saber hacer, el miedo que se expresa de muy
diversas maneras, el dolor de no
comprender y sus daños colaterales. ¿Qué culpa tiene el alumno si no
comprende algo? ¿Se merece el desprecio, las amenazas con un futuro incierto?
¿De verdad hay que juzgarle? La propia familia tiene su parte. Cuando no confía
en las capacidades de su hijo, cuando le quita importancia, pensando que es algo
pasajero, lo exime de esforzarse.
La soledad del zoquete (Foto: Globedia) |
Ojo, no es un relato oscuro y pesimista.
Los capítulos son breves (a veces un sólo párrafo de seis o siete líneas), ágiles y jugosos. Así, la lectura se sucede en pequeñas dosis que se deshacen
en la boca. Algunas son divertidas, otras amargas y muchas dan que pensar.
También van creando una sólida simpatía
hacia el autor, que se nos figura una persona llana, vitalista y transparente.
El zoquete expresa con fatalismo: nunca lo conseguiré, nunca seré nada en la
vida. Y esa negatividad se apodera de sus propias facultades, que seguro
son mucho mayores de lo que él cree. La falta total de expectativas y confianza
en sí mismo le libera de cualquier esfuerzo. ¿Cómo se salvó Pennac? Pues según
afirma, sus padres le llevaron a un internado, donde rompió ese círculo
vicioso de mentiras y reproches familiares. Pero sobre todo le salvaron dos
cosas: cuatro de sus profesores y el amor.
Todo empezó cuando un profesor de Lengua
le eximió de las obligaciones académicas habituales, a cambio de escribir cada
semana el capítulo de una novela, sin faltas de ortografía. Esa era la
condición, la que sumergió a Pennac en la escritura, en el uso concienzudo del
diccionario, la que le devolvió la confianza en sí mismo porque le hizo
adquirir un estatus que antes no tenía.
Luego llegó el amor, la chica lista de
la clase que se fija en el zoquete, y el nombre de Pennac que por fin suena en
los labios de otra persona sin reproches, burlas o amenazas. Esa fuerza ató al
protagonista al pupitre, lo encadenó a los libros y le permitió obtener el
bachillerato, la licenciatura y el doctorado en letras, convirtiéndose en
profesor.
En la segunda parte, Pennac nos habla como profesor de
Lengua francesa, que lo fue durante veinticinco años. Es una experiencia enriquecedora, valiosa de leer, en especial si te dedicas a la docencia. No ofrece fórmulas mágicas, sino su valioso ejemplo y trata de mover a la reflexión.
Es sorprendente la defensa de ciertos
recursos considerados hoy día anticuados, como el dictado o la memorización de
textos literarios. Para Pennac, la memorización tiene que ofrecerse como una
reconstrucción del propio texto, el alumno no recita como un loro, el alumno trabaja
con el efecto de las palabras y las ideas del autor, lo revive, profundiza y
entiende el texto, reconstruye la lógica del lenguaje que expresan esas ideas.
Como bien dice, la gramática se aprende estudiando gramática, no hay otra
manera.
Discute por supuesto la organización
horaria, las seis clases sucesivas de cincuenta y cinco minutos, sin ninguna
lógica, como si la escuela fuera el mundo de Alicia en el país de las
maravillas. Pero sobre todo insiste en la capital importancia de la figura del
profesor y su actitud. El profesor debe estar presente en sus clases,
habitarlas plenamente, desplegar su pasión por lo que enseña.
Boletín de notas de Daniel Pennac. |
El tercer punto de vista es el del
propio Pennac escritor, retirado de la enseñanza pero que en contacto con la
juventud a través de las visitas que hace a los institutos
para conocer a sus lectores y no perder la relación con sus antiguos colegas.
En esta parte incluye una interesante reflexión
sobre lo que denomina niño-cliente,
jóvenes a los que el consumismo ha pervertido desde su nacimiento: sirva como
muestra el capítulo 5 de la cuarta parte, donde un grupo de jóvenes descubre
cómo la marca se ha apropiado del objeto (un chico es incapaz de llamar
zapatillas a sus Nike) y les ha convertido en escaparates andantes. Hay alusiones también a los problemas
sociales de las barriadas, el paro que salta generaciones, la violencia, pero
Pennac considera que al hacer extensivo este comportamiento a todos los
jóvenes, se marca a una generación privándola de la posibilidad de redención. El niño cliente
consume y gasta un dinero que no ha tenido que ganarse. Por eso la escuela
puede convertirse en un antídoto, porque es el único lugar donde se le exige un
esfuerzo.
Un toque de atención también para
aquellos profesores que se lamentan por sus alumnos eludiendo responsabilidades
(el exculpatorio “le falta base” o el
“no me pagan para esto”, “es labor de la familia”, etc.) y creen que
Enseñar sin dificultades se debe a una representación etérea del alumno. La prudencia pedagógica debería representarnos al zoquete como al alumno más normal: el que justifica plenamente la función del profesor puesto que debemos enseñárselo todo, comenzando por la misma necesidad de aprender.Y la bomba final, la palabra prohibida en materia de enseñanza: el amor. Son nuestros alumnos y no es cuestión de simpatía o antipatía: hay que ayudarles. Un amor que Pennac ejemplifica con la bonita metáfora de las golondrinas que caen aturdidas en la habitación al chocar con la ventana y uno sostiene en las manos hasta que, reanimadas, reemprenden el vuelo hacia el sur.
Es una lectura que me ha hecho pensar
en mi oficio. En mi responsabilidad como profesor y mi actitud hacia los que
aparentemente parecen más torpes, que en realidad necesitan más del profesor que los llamados "alumnos golosina". En la importancia de una educación (como padre) que excluya el miedo, la mentira y la
autocompasión. También en mi juventud nada edificante. No fui exactamente un “zoquete”, tampoco un “Maximilien” pero la adolescencia
llegó a mi cuerpo como una tormenta perfecta y estuve a punto de abandonar la
escuela. Fueron muchos los años vagando sin rumbo, yo no me atrevería a publicar
mis boletines de notas. El libro de escolaridad del instituto, con mi
fotografía desafiante rapado al cero, es mi criptonita, quizá porque nunca me
he repuesto del todo. Esto me hace reflexionar también sobre otra faceta de la
novela de Pennac, aparte de su leitmotiv: creo que el autor busca su definitiva redención, ante sí mismo y ante los que le conocieron.
En cualquier caso, el ingrediente
autobiográfico es una parte esencial de su relato, que le aleja de cualquier
academicismo y consigue la confianza del lector, al menos la mía. Así, después
de leerlo, aunque no pude subrayarlo para volver sobre ciertos pasajes que me
impactaron, porque lo cogí prestado de la biblioteca, sigue mi charla
con Pennac. Él me cuenta sus tribulaciones de cancre y yo le relato mi
destructiva adolescencia. Puede que a mí me salvaran también algunos de mis
profesores, aunque más bien convirtiendo el suspenso en un dadivoso cinco.
Entre las tablas que evitaron que me ahogara, aunque tragué mucha agua,
destacaría como hace Pennac, la lectura.
Y hasta el día de hoy lo sigue haciendo.
Y hasta el día de hoy lo sigue haciendo.
Pues me voy intrigada. No tenía ni idea. Buscaré el libro.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Un saludo
Gracias a ti por comentar, Marybel. "Mal de escuela" es un libro muy popular entre maestros y profesores, así que con solo teclearlo en Google lo podrás encontrar fácilmente. Ya me cuentas.
EliminarSaludos!!
Hola Gerardo Vázquez
ResponderEliminarQué delicia de artículo, me anima a leer el libro. Muchas gracias por compartir tanto el libro como tus reflexiones.
Un saludo
Hola Mati, me alegro que te haya gustado. Es un libro atípico que con el comienzo del curso escolar me apetecía revisar, contiene reflexiones muy jugosas.
EliminarUn saludo!!
No sé como he llegado hasta esta entrada, pensaba que era la última que habías publicado, y al intentar hacer un comentario he caido en la cuenta que es del "curso pasado". Ahora entiendo el porque de ser una eterna repetidora. Muy acertada la reseña y la reflexión. Un abrazo.
ResponderEliminarEn realidad es un libro que sirve para todos los cursos, no llegas tarde en absoluto. Me parecía buena idea compartirlo de nuevo, porque contiene muy buenas ideas sobre la educación y el ejercicio de la docencia.
EliminarSaludos.
Una estupenda forma de contar(te) y abordar a Pennac, autor del cual hay un título que tengo en el punto de mira desde hace mucho tiempo, se trata de "Como una novela" un libro en donde Pennac nos descubre su oficio de escritor.
ResponderEliminarDel que nos traes ya había escuchado algo, y en tono elogioso. Es un escritor al que siempre estoy rondando... Tu magnífica reseña puede ser el empujón definitivo :)
Cuídate Gerardo.
Ese título también lo tengo en lista, no es rara la coincidencia. "Mal de escuela" es un libro que invita a la reflexión, nada dogmático y con mucho sentido del humor. Además bastante fácil de conseguir, ya me contarás.
EliminarSaludos.
Que decisión toma el profesor Daniel?
ResponderEliminarAlguien me podría ayudar con esa pregunta
Hola. Daniel Pennac dejó la docencia para dedicarse a su carrera literaria, quizá esa sea la decisión a la que te refieres.
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