jueves, 17 de enero de 2019

"La conquista de los polos" de Jesús Marchamalo y Agustín Comotto



Desde África, nuestros ancestros se diseminaron por toda la tierra. Lo hicieron en oleadas,  empujados por los vaivenes del clima y tratando de evitar la cornada de la extinción. El ser humano atravesó y superó uno o más cuellos de botella evolutivos, que redujeron nuestra población a un puñado de individuos escogidos. Puede que entonces se gestara, mejor dicho, se seleccionara esa inclinación humana por la exploración (el conocido como wanderlust o “gen del viajero”), la ambición por llegar donde antes nadie ha llegado. Diez mil años de sedentarización no parecen haber hecho mella en este deseo enraizado en nuestra naturaleza, que sigue intacto y tiene como efecto colateral el turismo masivo que convierte incluso la cumbre del Everest en un lugar ruidoso y sucio. Aunque ahora todo parezca muy visto, a principios del siglo XIX una porción considerable de nuestro planeta, las zonas polares, era una verdadera incógnita. Su exploración fue una gran aventura, una gesta a la que la editorial Nórdica ha dedicado La conquista de los polos:  Nansen, Amundsen y el Framcon textos de Jesús Marchamalo e ilustraciones de Agustín Comotto.  

Antes de comenzar conviene detenerse en su factura: la encuadernación en cartoné con lomo entelado, hojas gruesas, mapas desplegables y un color en las ilustraciones que parecen recién salidas de los pinceles de Comotto (si, color en un libro sobre una región del planeta cubierta de blanco, un reto a tener en cuenta). Un libro de los que se manosean, se huelen y se guardan de por vida. Sobre su impecable edición, hay un guiño orgulloso: un sello al final que representa a una mujer azadillo en mano, cultivando un huerto de hojas escritas. Según el propio Marchamalo en una entrevista, refleja el compromiso de Nórdica con la industria nacional del libro.

La conquista de los polos está dividida en dos grandes bloques. En el primero, se detalla la exploración del polo norte y en especial las expediciones de Nansen a bordo del Fram, un barco singular preparado para resistir la presión del hielo y las bajas temperaturas. En el segundo, tiene lugar la narración del pulso que mantuvieron Scott y Amundsen por alcanzar el polo sur, cuyo desenlace fue tan heroico como dramático. El texto de Marchamalo, eficaz, conciso y descriptivo, se alterna con las ilustraciones de Comotto al cincuenta por ciento. La documentación se nota que ha sido rigurosa, muchos de los dibujos están basados en fotografías de la época y todo se explica con precisión y sencillez. Retratos de los protagonistas, de la fauna de aquellas latitudes, mapas y recreación de fotografías históricas, convierten a La conquista de los polos en un libro didáctico, una lectura para aprender y conocer mejor aquella gesta. Pero además, en algunos momentos se lee con frenesí, como una novela de aventuras de Jack London, una doble faceta, didáctica y lúdica que es el gran activo de este álbum ilustrado. Por su extensión, eso sí (no llega a los 140 páginas), debe verse como una introducción al tema, que no agota este libro y sobre el que hay obras notables y que lo tratan en mayor profundidad, por ejemplo El peor viaje del mundo, de Apsley Cherry-Garrard, compañero de fatigas de Scott y Los héroes de la conquista de los polos, trilogía de Javier Cacho publicado por Fórcola Ediciones.  


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Ilustración a doble página, describiendo la fauna del ártico (fuente: kirkyil.com y Nórdica libros)
El libro comienza con una de las primeras expediciones al ártico, la protagonizada por El terror y el Erebus, dos de los barcos más avanzados de la época. Zarparon de Londres en 1845 y fueron tragados por el hielo para siempre, en algún punto del ártico canadiense. En 2016 se pudieron localizar sus restos bajo el casquete polar. La tripulación se diseminó por el hielo, murió de hambre, envenenada por el plomo presente en las cañerías y las latas de conserva y se documentaron casos de canibalismo. El año pasado se hizo una adaptación televisiva, producida por Ridley Scott y basada en la novela fantástica The terror, de Dan Simmons.

La supervivencia barre los escrúpulos, casi siempre. Los perros enfermos o extenuados se sacrifican y sus despojos son arrojados a sus compañeros. Algunos los reciben con voracidad y otros rechazan alimentarse de sus congéneres. ¿Extraño, verdad? Los hombres mueren, se pierden como cuentas en la llanura antártica. A veces también se aprovecha su carne. El libro no evita estos detalles, pero tampoco se regodea con ellos. Aquello fue una aventura épica, llena de sufrimiento y bajezas, pero sobrepasada por innumerables episodios heroicos, de valor sin límites, resistencia y gran dignidad. Después de meses de penalidades, al borde de la muerte, Nansen sugiere a su compañero de infortunio que comiencen a tutearse. Moribundo, después de llegar al polo sur en segundo lugar, Scott escribe en su diario: “Si hubiéramos vivido, habría podido contar una historia que hablase de la audacia, entereza y el coraje de mis compañeros, que habría conmovido el corazón de los ingleses. Tendrán que ser estas improvisadas notas y nuestros cadáveres los que la cuenten”.


El buque 'Fram' fue uno de los barcos más famosos del mundo durante el siglo XIX
Fotografía del Fram en las llanuras árticas (fuente: rtve.es, un interesante artículo sobre aquel barco inmune al hielo)
       
El ingenio para superar las limitaciones de un medio tan hostil, aprendiendo de los esquimales y luego desarrollando nuevas técnicas de supervivencia, dice mucho de la creatividad humana cuando tiene una meta que alcanzar y se ve enfrentada a su propia superviviencia. La exploración de los polos fue un alarde de inventiva, innovación, coraje y voluntad. La determinación de estas personas no deja de asombrarme, la ambición puede perforar montañas y el hombre, en su lucha contra la adversidad, no tiene parangón. Es bueno sacar a relucir esta faceta de nuestra especie para seguir creyendo. Y poco más voy a contar. Es una aventura que me tiene fascinado y sigo indagando, como ya he señalado hay buena y variada bibliografía, incluso testimonios de los protagonistas. El propio Nansen fue escritor de éxito y premio Nobel de la Paz por su labor humanitaria durante la I Guerra Mundial. Os dejo el enlace del programa de Radio3 "Hoy empieza todo", donde supe del libro y di una pista a mi mujer para el regalo de Reyes. 


viernes, 11 de enero de 2019

EL VERDADERO SILENCIO



La tarde de Reyes fui con mis hijos a ver la cabalgata. En un cruce, un conductor kamikaze se saltó un ceda el paso y faltó un centímetro para convertir mi nuevo monovolumen en carne de taller. En su descargo, el sol flameaba en el horizonte, una de esas puestas cegadoras y pudo no ver la señal. Tampoco frenó para averiguarlo y siguió con su estampida al atardecer. Me quedaron varias notas de consuelo. La primera, que en veinte años no habrá seres humanos conduciendo y desaparecerán los garrulos al volante y podré leer mientras viajo. La segunda, que todo quedó en un susto, una pequeña herida en la frente que se hizo mi hijo mayor con la bandeja del asiento, mi coche cruzado en la calzada por el frenazo. Por último, una prueba de que mis reflejos saolín no se han perdido del todo, a pesar de las culebras blancas que se han adueñado de mi barba de invierno.

El incidente me dejó con la sensibilidad a flor de piel, a mí, que no hace falta que me azucen. Conseguimos aparcar, lejos y llegar hasta la plaza. Los Reyes Magos saludaban desde su trono, los tractores hacían de camellos y cajas acústicas del tamaño de neveras, atadas con correas, tronaban como si estuvieran anunciando a los cuatro jinetes del Apocalipsis. Mi hijo pequeño se tapó los oídos e hizo un amago de esconderse detrás de su madre,  hasta que llegó la lluvia de caramelos y el paso de sus majestades con una buena carga de regalos y poco carbón a la vista. Como ya voy siendo mayor, al menos ya me he chupado algo más de la mitad de mi esperanza de vida al nacer (siendo varón y español), tuve que gruñir un poco. ¿Es necesario ese despliegue de vatios? ¿Soy un intransigente si odio el ritmo reguetonero (tum- patum pa tum - patum pa tumpatum pa tum y así ad eternum)? La cabalgata fue vista y no vista, una cutrez para mí, la mejor de su vida para mi hijo mayor. Opinión que mantuvo incluso después de ver la de Madrid por la tele. Qué bueno ser niño para no tomarse las cosas tan en serio. Aquel chaparrón sonoro, que nos impidió hablar entre nosotros el rato que duró el desfile real, me hizo pensar en el silencio.
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Para probar sus cachivaches, Microsoft ha construido una cámara especial, denominada “anecoica” o en términos periodísticos “el lugar más silencioso del planeta”. Está totalmente aislada del exterior, tanto que si pasara a su lado un desfile kilométrico de horteras con reggaetón en sus coches equipados con subwoofer, el que estuviera dentro no sentiría mayor molestia que el zumbido de una mosca. El paraíso, a priori. Pero resulta que no, porque la cámara también está diseñada para absorber cualquier sonido (información precisa al respecto, aquí) y, en ausencia de ruidos, uno comienza a oír su propio cuerpo y la sensación no es de paz monacal, al contrario: nadie ha aguantado dentro más de 45 minutos.

Puede que en términos humanos alcanzar el silencio absoluto sea imposible. El compositor John Cage ideó en 1952 4´33´´, una pieza en la que el pianista no ejecutaba nota alguna. En YouTube va por las cuatro millones de reproducciones. Hay ruido, a pesar de todo, una serie de carraspeos, toses y crujidos. Al parecer eran esos sonidos, los del entorno, “el sonido del mundo y de la vida” y no las notas armoniosas del piano, lo que interesaba a Cage, cuya fuente de inspiración fue poder oír el rumor de su torrente sanguíneo y sistema nervioso cuando él mismo entró en una cámara anecoica para experimentar el silencio absoluto.

      

En términos relativos, disfrutar del silencio tampoco es tarea fácil. Las viviendas están mal aisladas, toda una sinfonía de cañerías, tacones, televisores nocturnos y portazos es habitual incluso en las comunidades más civilizadas. Los bares, según la canción lugares gratos para conversar, no lo son tanto y tratar de hablar con tus compañeros de mesa en un restaurante repleto es todo un desafío para las voces más débiles. Parece que tengamos miedo al silencio, sobre todo cuando no estamos solos. La repentina falta de conversación entre dos personas es calificada como “incómoda”, y puede que para algunos, aquellos más extrovertidos o los que tapan con palabras su incapacidad para comunicarse con los demás, lo sea.

Cada cual tendrá los suyos, yo tengo mis reductos donde puedo disfrutar del silencio. Cuando salgo a pasear o a correr al campo, según mi estado de forma, puedo encontrar unos minutos de ese silencio sanador. Ocurre durante el crepúsculo. No es nada que tenga que ver con el paisaje, los alrededores de mi barrio son barbechos, eriales, antiguas huertas abandonadas. Solo hay un árbol, un pino centenario junto a los muñones de adobe de una casa de quintería. Milagrosamente, sobrevivió a la especulación urbanística. En invierno, la hierba quemada por el hielo da a la llanura un aspecto de ceniza, de páramo volcánico y alternan los calveros y las cepas retorcidas, recién podadas. Aquí y allá, montones de escombros, regurgitaciones de la sociedad de consumo: lavadoras desvencijadas, carritos de bebé, sofás, plásticos desvaídos. Si caminas mucho, pinares de plantación, porciones de naturaleza casi muerta, viejos pozos y montones de piedra, restos de la costra calcárea que arrancaron mis antepasados a este páramo. Y como milagro, durante el crepúsculo, una luz naranja repentina donde se pone el Sol, rosácea como la aurora de Homero en la parte opuesta. Tirabuzones de magma si hay nubes. Sin duda es grandioso, el cielo de la llanura celebrando la efímera muerte del Sol. Pero lo mejor es el silencio que acompaña a ese momento. Parece que la vida se detenga, dura lo que tarda en llegar la oscuridad, cuando avienen los crujidos y los coches. Pero ese instante es un silencio maravilloso, es la naturaleza suspendida.


Atardecer en Tarazona de la Mancha (Spain)

Otro de mis silencios favoritos es el que sigue a la multitud, cuando un sitio atestado se vacía de repente. Ocurre en mi trabajo a las dos y media. El cuartel que llaman centro educativo, sus pasillos carcelarios y puertas de metal, se abre como una exclusa. Quinientas personas salen a presión. A menudo me entretengo unos minutos, compruebo que todas las sillas están sobre la mesa, que ningún alumno distraído ha olvidado su estuche o la bufanda. Echo un vistazo al blog, apago el ordenador. Recojo con parsimonia. Y me enfrento al silencio. Recorro el pasillo en penumbra, al que solo llega la luz tamizada a través de un murete de pavés que está en la escalera y es fácil imaginar el fin del mundo, el último día, como una estampida después de clase.

Pero este blog iba de libros y precisamente los libros son uno de los mejores aislantes acústicos que conozco. Y vuelvo a John Cage, para quien “el único silencio verdadero se logra con un giro de tu mente hacia el interior”, el verdadero silencio poco tiene que ver con lo acústico. Requiere tiempo, pero cuando se produce la inmersión, nada puede turbar a un lector ensimismado. Las conversaciones alrededor se diluyen. El tiempo, como en los relojes de Dalí, se reblandece. Así se construye el silencio, escarbando dentro hasta llegar a nuestra sala anicónica personal, donde nada ni nadie puede alterar nuestra conciencia y donde estar con uno mismo, no solo no da miedo, sino que aleja todos los fantasmas.

La imagen de portada es propia. En cuanto al paisaje, es una fotografía de Juan Antonio Tabernero realizada en Tarazona de la Mancha (fuente: http://www.jakometa.com/photoblog/index.php?showimage=14).