Que
el mundo es cambio y por tanto muerte, en una melodía inacabable, lo rubrican
también las cosas. Vivo donde nací, no es nada heroico en este mundo global.
Casi da pena. Pero eso no significa que todo siga igual, porque con los años, asisto
al desmantelamiento de mi viejo mundo. La pala hunde las casas de los pintores
y caen las paredes de tapial, sustituidas por pisos vacíos con el cartel
“banco vende”. Las tiendas de toda la vida echan el cierre, a favor de franquicias o la pura mugre. Las abuelas de mandil, regadoras del alba, hace
tiempo que dejaron de verse por las calles. Ahora solo hay coches, la
pestilencia del diésel y parejas de congoleños paseantes, amontonando los días
para que les otorguen permiso para estar. Las cepas de antes, retorcidas, de improviso se han erguido hasta poner una cenefa al horizonte manchego. Son objetos, cosas, personas, si, que
cambian y son sustituidos por otros. Y me siento extraño en mi pueblo (ciudad siendo riguroso), como el indígena que ve cercenada su porción de selva para cultivar la
palma con la que en occidente aderezan sus galletas.
Hay
otro paisaje, no es humano, ni de ladrillo, ni vegetal: son costumbres, hábitos, que te han acompañado en tu proceso de
maduración y ya son humo. Lo recuerdas y te abrasa la nostalgia, palabra por
cierto muy mal vista. Me referiré a uno solo, quedan invitados a añadir otros. En 1962 se creó el que sería el mayor club de lectura de
España. Hace un par de semanas, echó el cierre. Sin pompa, tan solo una austera
esquela. No se avisó del sepelio ni a los familiares más directos. El culpable,
el cáncer del progreso. Eso dijo su último dueño en nota de prensa. Teniendo
cualquier libro en Amazon al alcance de un click, servido en menos de lo que
canta un mirlo, ¿cómo iba a sobrevivir un modelo que se basaba en recibir la
visita intempestiva de un agente, jubilado o mayor, para más inri y esperar
luego dos meses? ¡Dos meses en los tiempos de la fibra óptica! Internet tiene
la culpa y la vida es así, sepulta lo viejo con su alud de cambios. La fosa
común del mundo pre-Internet está colmada de artefactos analógicos. Nostalgia vintage,
pérdidas millonarias.
Una
de las variantes del crimen perfecto es cuando se ofrece, en bandeja, un falso
culpable. Otra, cuando el crimen no parece tal, sino una muerte por enfermedad
o accidente. No haría bien de detective y tampoco tengo
mucho callo en lo de la novela negra para ofrecer una intriga que entretenga.
Sin embargo, creo que el grupo Planeta ha tenido su parte en esta muerte tan
anunciada, recibida con asentimientos de cabeza. Círculo ofrecía algo importante: buenas ediciones.
Y variedad, se podía encontrar de todo: desde clásicos a auto-ayuda. Una librería en casa cada dos meses. He asistido a su pérdida sin sorpresa, porque desde que Planeta se hizo cargo y empezó a vender potingues
de forma paralela, arrinconando la literatura de calidad, descuidando al
cliente asiduo, sin buscar lo que hoy se llama “fidelización” (qué palabro,
señor), sentí que mi Círculo se moría desangrado. Vale, conservo las ediciones juveniles de Michael Ende, Roald Dahl y Tolkien, aunque alguna se perdió al llevarse el
estallido de la burbuja la casa de mis padres. Soy un nostálgico, lapidadme.
Pero, y estos señores de Planeta quizá son como los hombres grises de Momo, a
los lectores rocosos, a los lectores de verdad, nos importa un bledo tener el
libro en veinte, diez o dos horas. Nos importa poco la celeridad. Consumimos
despacio. La espera nos ilusiona. Abrir el libro, largamente esperado, es como
tocar el cofre con la pala. Ha merecido la pena cavar. Pero queremos que haya
pepitas de oro, diamantes, zafiros, sartas de perlas, dentro de ese cofre.
Planeta los sustituyó por monedas de chocolate. Grasas hidrogenadas. Gordura. Y
eso desgastó los cimientos de Círculo. También, es curioso que el comprador
compulsivo que sucumbe al “black Friday” y llena su hogar de artefactos de usar
y tirar, se queje en los foros de la obligación de comprar un libro cada dos
meses (que solo era los dos primeros años).
Dicen
que el de Círculo era un modelo insostenible, nada adaptado a los tiempos y obsoleto.
En parte, no lo pongo en duda. Pero, creo que también era un sistema que en
tiempos de prisas, compras impulsivas y consumismo, alentaba la paciencia y a meditar
cada adquisición. Era un sistema que promovía el contacto humano entre vendedor
y comprador. Una antigualla a partir de la cual, en manos más creativas, se podría
haber construido una alternativa al ácido consumista que lo devora todo. Choca además
que el hecho de tener miles de paquetes con baratijas, cruzando a diario nuestras ciudades a bordo de estufas
contaminantes, ¡incluso en avión! se vea como algo lógico y normal, ¿no debería calificarse también de insostenible ese derroche, con la que se avecina?
Me
gustaría creer que lo escrito es algo más que un ejercicio de nostalgia. O quizá no y como
en una función de teatro, sigo mi monólogo mientras el paso de los años
desmantela el escenario sobre el que se forjó mi personalidad y cada vez me
siento más como esos barcos varados, en su herrumbre, sobre la costra salina
que fue el mar del Aral.
Actualización: según se ha filtrado a la prensa, tras el cierre de Círculo Planeta procederá a la "destrucción parcial" de su fondo editorial. Esto incluirá la mítica colección de obras completas con los autores más señalados de la narrativa contemporánea. Se puede leer la noticia aquí. Parece que Planeta se decanta por convertir miles de libros en pasta de papel, en lugar de hacer donaciones a pequeñas bibliotecas o centros culturales. Que cada uno juzgue como crea conveniente.
Actualización: según se ha filtrado a la prensa, tras el cierre de Círculo Planeta procederá a la "destrucción parcial" de su fondo editorial. Esto incluirá la mítica colección de obras completas con los autores más señalados de la narrativa contemporánea. Se puede leer la noticia aquí. Parece que Planeta se decanta por convertir miles de libros en pasta de papel, en lugar de hacer donaciones a pequeñas bibliotecas o centros culturales. Que cada uno juzgue como crea conveniente.