sábado, 25 de enero de 2020

"El increíble viaje de las plantas" de Stefano Mancuso


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Afirma Stefano Mancuso que las plantas son las “George Bailey” de la naturaleza. Y es que, al igual que en la película de Capra un ángel demostraba a Bailey-James Stewart, al borde del suicidio, que su altruismo había sido fundamental para la vida de muchas personas, Mancuso nos recuerda lo que debería ser obvio: sin las plantas, a los animales les (nos) resultaría imposible vivir. El biólogo italiano, director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia, se ha ganado sus alas: un sitio de honor en mi estantería.

Mancuso es autor de varios libros rompedores sobre la naturaleza de las plantas. En Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal, escrita a dos manos con Alessandra Viola, especula con la posibilidad de que las plantas sean seres sensibles y con capacidad para resolver problemas (inteligencia, por tanto, a pesar de no poseer un cerebro). Hipótesis que abren nuevos caminos. En El futuro es vegetal, plantea un marco de referencia para resolver los nuevos desafíos medioambientales y formas insospechadas de corregir los desmanes cometidos, inspirado en las plantas. Son libros de divulgación, breves y muy sugerentes.

En cuanto al título que quería compartir en la llanura, El increíble viaje de las plantas, es menos atrevido en lo teórico. En él, Mancuso expone las variedades más insólitas de difusión y supervivencia del mundo vegetal. El final del prólogo promete:

En las páginas siguientes, explicaremos, entre otras, las historias de cómo las plantas han convencido a los animales para que las trasladasen de un punto a otro del mundo, de cómo algunas necesitan a ciertos animales para defenderse, de cómo han conseguido crecer en lugares inaccesibles y aislados, de cómo han resistido a la bomba atómica y el desastre de Chernóbil, de cómo han logrado introducir la vida en suelos estériles, de cómo han viajado a través de la historia o de cómo han navegado alrededor del globo. Nos esperan historias que hablan de pioneras, fugitivas, supervivientes, combatientes, eremitas y señoras del tiempo…

Cumple, os lo aseguro. Y se lee con avidez de niño explorador, porque Mancuso tiene el toque de otros grandes divulgadores como Asimov o Carl Sagan: una combinación de rigor, entusiasmo, atrevimiento y afán didáctico. Se hace corto, lamentablemente son 137 páginas. Intercaladas, hermosas acuarelas de Grisha Fisher. Se podrían haber completado con ilustraciones de muchas de las plantas singulares que se nombran. Está Google para salir de dudas, pero uno prefiere no desconectar de la lectura para husmear en la red.


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Ejemplar de Pino longevo. Uno idéntico, apodado "Matusalén", tiene cerca de 5.000 años. Su ubicación es secreta para protegerlo de... quién si no (Fuente: https://www.profeciaaldia.com/2016/01/matusalen-pino-mas-viejo-longevo-antiguo-del-mundo.html)

En lo que respecta a nuestra némesis, la herida infligida por la actividad humana a climas y ecosistemas terrestres y marinos, parece haber más conciencia que nunca. La actividad de los negacionistas ha quedado reducida a reírse de una adolescente con síndrome de Asperger. El medio ambiente por fin es motivo de charla de café, aunque no pase de ahí, de frivolizar sobre un tema que compromete el futuro de nuestros hijos y luego subir al coche para evitar extenuantes trayectos a pie de unos cientos de metros, no reciclar para no llenar el bolsillo de Ecoembes (conocidos por ocupar los primeros puestos de la lista Forbes) y usar y tirar con alegría hiperconsumista.

Conocí a Mancuso y su enfoque insólito que defiende la inteligencia y sensibilidad de las plantas, gracias a la excursión de los domingos con mi familia. La ciudad donde vivo está rodeada de descampados y como un sarpullido, montoncitos de escombros, pinares de repoblación con restos de animales domésticos y sofás desvencijados, barbechos: una planicie desolada. Enseguida, aparecen las tierras de labor, cepas bajas que están siendo sustituidas por emparrado, que se recolecta con máquinas. Así que ni en vendimia se ve un alma. Ciclistas, si acaso. No queda otra que salir en coche, hasta la espuma del monte y llegar al remanso de Ruidera, si acaso las Tablas. En el trayecto, escuchamos El bosque habitado, un programa ecologista de Radio3. 





El libro tiene una estructura muy sencilla. Se divide en seis apartados, que recogen algunas de las extraordinarias habilidades de las plantas, un repertorio digno de superhéroes que les ha permitido resistir extinciones y colonizar los lugares más recónditos del planeta. De cada uno, Mancuso aporta tres o cuatro ejemplos, entreverados con curiosidades y algo de jerga científica. En “Pioneras, supervivientes y combatientes”, sabremos de la “fitorremediación”, la capacidad de las plantas para absorber contaminantes, incluso la radiación de Chernóbil y por tanto limpiar la zona de exclusión, que han colonizado por completo. También de los “hibakujumoku”, árboles supervivientes a la explosión de Hiroshima, venerados en Japón.


Eucalipto
Uno de los hibakujumoku de Hiroshima (fuente: https://www.jardineriaon.com/hibakujumoku.html)

La segunda se titula “Fugitivas y conquistadoras”, todas las plantas que conocemos son emigrantes y el término “especie invasora” es inadecuado porque “las especies que tachamos de invasoras, mañana serán nativas”. En su carrera colonizadora, han sacado partido de las vías de comunicación humanas, por ejemplo el conocido como “rabo de gato”, propagado por Europa a través de las carreteras o el Jacinto de agua, cuya difusión en Estados Unidos, con tintes de plaga, provocó la intervención del mayor Burnham, fundador de los boy-scouts, quien propuso una imaginativa solución: importar hipopótamos de África. La idea, fue rechazada.

“Capitanes intrépidos” defiende la capacidad de algunas plantas para llegar con sus semillas a islas lejanas, atravesando océanos. Entre ellas, el coco es definido como una “navaja suiza” de la supervivencia vegetal. Las plantas también son “Viajeras del tiempo” y sus semillas son “auténticas cápsulas de supervivencia que transportan la vida vegetal por el espacio y el tiempo”. Bajo el permafrost siberiano se han encontrado animales prehistóricos, pero también vestigios de plantas y recientemente, se consiguió regenerar una de ellas, de 39.000 años de antigüedad. La hazaña, se lamenta Mancuso, no fue recogida por la prensa generalista.


El abeto Sitka en la isla Campbell de Nueva Zelanda. (Foto: Pavla Fenwick)
El abeto de Campbell, el árbol más solitario del mundo (fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-43121103)

Los últimos dos capítulos están dedicados a especies aisladas, cuya presencia en lugares tan inhóspitos parece insólita, “Árboles solitarios”, como la acacia del Teneré, único árbol en quinientos kilómetros y venerado por los tuareg o el resistente abeto de la isla de Campbell, cuyo estudio sirvió a los científicos para fijar un nuevo periodo geológico: el antropoceno. “Anacrónicos como una enciclopedia” es la historia de plantas que se han sobrepuesto a la extinción de los animales que servían para difundir sus semillas, sustituyéndolos por otros.

Me ha costado escribir esta reseña sin resumir todo lo aprendido y añado tan solo su cierre para acabar: “todas las especies vivas forman parte de un entramado de relaciones del que sabemos muy poco. Por eso hay que protegerlas a todas. La vida es una mercancía muy escasa en el universo”.