La desesperación del león de Sonia García Soubriet (Editorial Menoscuarto) se compone de cinco relatos ambientados en la India. Una India que no se corresponde por entero con la imagen colorista de los folletos turísticos o la visión sórdida y morbosa que a veces ofrecen los telediarios. Es más bien esa India de contrastes donde conviven tradición y modernidad, que la autora disecciona y rescata para el lector como si fuera una perdida Atlántida, enseñándonos la radical diferencia entre el turista y el viajero.
Portada del libro (foto: Revista Prótesis) |
Desde el principio me llamó la
atención la portada, donde hay una ilustración de un hombre enjaulado al que
señalan con actitud burlona varios animales. Descubrí que procede del Zoológico de Jodhpur
(Rajasthán). Una divertida paradoja que me condujo sin pensarlo al primer
relato (el más ambicioso y coral), titulado “1115 Main Bazar”.
1115 Main Bazar nos cuenta la historia
de una suerte de Hotel California indio, el hotel Camran de Delhi. Construido (supongo que durante las vacas
flacas del fundamentalismo y gracias a un viejo pacto de palabra) dentro de una mezquita, allí pernoctan extranjeros que van a la India a hacer
negocios o simplemente quieren escapar de su pasado, inadaptados, supuestos apátridas
a los que delata su acento o un desvaído tatuaje.
Sus desconchadas habitaciones pintadas
de azul son refugio de numerosas historias, en un mundo que no tiene
continuidad fuera de sus muros. Los amores sorprendentes, que se forjan bajo su
influjo, no perduran más allá, no pueden sostenerse en el frío Hamburgo, en las
ordenadas calles de Badalona o en el matrimonio concertado que arroja la
infelicidad sobre los hombros del bedel Varum. Este ambiente irreal, poético,
que se vive en el hotel Camran, no se puede extrapolar, acaba en la misma
puerta y se pierde en el fondo de una maleta, entre coloridos saris, abalorios
de plata, olorosas onzas de hachís y fajos de rupias grasientas.
Ese viaje de sesenta y seis páginas
funciona como un paréntesis de incienso, nos traslada a una India
alejada del tópico, nos habla de la vida y del amor, de la tolerancia y el
fanatismo, de la modernidad y su lamentable falta de poesía, del modo en el que
los lugares donde vivimos nos transforman. Uno no es el mismo en Hamburgo que
en Delhi, por mucho que se llame Chandra y haya conducido toda la vida un
rickshaw.
Un rickshaw en las calles de Delhi, como el que conduce Chandra en 1115 Main Bazar (foto: Hindustan Times) |
El ser humano, se hace así camaleón y
si mira al mar, se llena de horizonte, si vive en la India de Sonia
García Soubriet se desprende de materialismo, mastica cada minuto, se afana en amar y ser amado, fuma y bebe sin
desesperación, regatea, anota, envía paquetes con mercaderías, espanta cualquier
brote de narcisismo, fotografía, se sienta a solas en una larga mesa y charla con el primer desconocido que se le acerque.
El segundo relato se titula “El villano en su rincón”. Es una
narración a tres voces ambientada en un vetusto café construido en la época
colonial, llamado El Volga:
Una especie de limbo donde se olvidan
y perdonan los pecados y donde uno tiene la ilusión de estar contento consigo
mismo, mientras la tumultuosa vida queda fuera.
Desde El Volga nos habla un lambania, una de las
castas más bajas, que se afana en mantener limpias las mesas y pasar
desapercibido, siempre en cuclillas. Desconocemos su nombre, pero posee un
privilegiado punto de vista y conoce la verdadera cara de la vida que se oculta
bajo las mesas.
El señor Gupta en cambio es un
empresario adinerado, que regresa a Delhi después de muchos años residiendo en
el extranjero. El Volga alimenta su nostalgia, porque le recuerda a su padre.
El señor Gupta conversa y trata bien al lambania, haciendo añicos el cristal de
discriminación con el que en la India, a pesar de que el sistema de castas fue
abolido por la Constitución en 1950, se condena a los “intocables”. Pero el
lambania, que asume con fatalismo su rol, recoge presto los vidrios rotos: sólo
si los dioses me lo pidieran dejaría el Volga.
El tercer narrador es el veterano
camarero Singh, que colecciona las tarjetas firmadas de sus clientes más
ilustres. Metódico, servicial, vie desconcertado por un mundo que cambia demasiado rápido. Tres
vidas unidas por el Volga, tres puntos de vista hábilmente enlazados en este
cuento. ¿Existirá ese lugar? ¿Escandalizó Sonia al camarero Singh sentándose
sola a tomar un café? ¿Conversó con el lambania, en contra de los
convencionalismos?
El tercer relato es el que da nombre al libro. La protagonista y
narradora es una desventurada turista a la que una enfermedad, agravada por un
médico avaro que le saca el dinero en lugar de curarla, la retiene en un
hotelucho decrépito y sucio. Desde la habitación del hotel escucha cada mañana
el pitido del tren que sale a Delhi, que perdió cuando la fiebre y los vómitos
la postraron en la cama y parece que no va a poder tomar nunca. Y cada noche
tiene lugar un diálogo imaginario con el león de un zoo cercano, que se lamenta
gruñendo de su prisión. La turista convaleciente y la vieja fiera comparten
soledad y miedo.
El cuarto relato se titula “La bicicleta fantasma”. Hararal, el
disoluto dueño de un almacén se hunde asediado por los remordimientos que
despierta la aparición fantasmagórica de uno de sus carpinteros, muerto en un
accidente, al que no pagó lo que correspondía, dejando a su familia desamparada. El espectro sume en el terror a los empleados de
Hararal, que tiene que recurrir a los servicios de una especie de hechicero,
una misteriosa trama con un sorprendente final.
El último relato, titulado “El viaje”, está teñido de pesimismo,
tristeza y melancolía. La pareja protagonista pasa unos días en la costa de
Orissa. Como desconozco el lugar, busco en Internet y me topo con playas de
arenas blancas, aguas cristalinas y espectaculares puestas de sol.
Allí, faenan hasta el anochecer los dalits (que significa “oprimidos”), los
miembros más pobres y discriminados de la sociedad India, en precarias barcazas
que el fuerte oleaje vuelca una y otra vez, por un botín de escuálidos peces
que tienen que vender en la ciudad porque en el pueblo “no comen los peces de
los intocables”.
Quizá es esta pobreza extrema, fruto
de la exclusión social y los prejuicios religiosos, que dos turistas europeos
contemplan como si se tratara de una curiosidad antropológica, lo que da al
relato ese tono de desamparo, quizá también es, en paralelo, aunque esto el
lector sólo lo intuye, el progresivo alejamiento amoroso de la pareja
protagonista. Incapaces de contener la hemorragia, ven con fatalismo como se
rompen sus lazos sentimentales.
En conjunto, cinco relatos que ofrecen mucho al lector, el gusto por
el detalle con el que disfruta el viajero atento, la palabra precisa llenando de
vida lo inerte, el trasiego de gente que vive, siente y sufre, la poesía de las
cosas más simples y el placer de viajar sin moverse de casa. Y en mi caso, de
permanecer hechizado, en un limbo de tiempo, pegado a las hojas de un libro.
Son relatos que funcionan como una melodía, el efecto de encantamiento lo
producen las palabras, como el disco de Nick Cave que estoy escuchando mientras
escribo...
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