Thomas Hardy
(1840-1928) publicó su primera novela en 1871, un año después de la muerte de
Dickens. Durante un cuarto de siglo dio al imprenta hasta catorce, con relativo
éxito; esta que acabo de leer, Un par de
ojos azules (Ediciones del Bronce, 2001), es su tercera novela —la primera que
firmó con su nombre real— y la que acabó por consolidarle como escritor. En los
años finales viró hacia el teatro y la poesía. Compuso un largo poema épico, Los Dinastas, que le hizo entrar en
alguna quiniela para el Nobel y dejó unas memorias inconclusas. Al buscar
información sobre su biografía, me ha sorprendido encontrar grandes
paralelismos en Un par de ojos azules
y esto explica el subjetivismo que desprende la novela en algunos momentos.
Thomas Hardy era hijo de un mampostero y su madre ejerció como cocinera y
sirvienta. Con algo más de veinte años, se trasladó desde su Dorchester natal a
Londres, para aprender el oficio de arquitecto: igual que Stephen, el amante
despechado de Un par de ojos azules.
Con el tiempo, lo dejaría todo por la literatura, al parecer alentado por su
primera esposa, Emma Lavinia
Gifford, con la que no tuvo hijos y que pudo servir de modelo para construir el
personaje de Elfride, la heroína de Un
par de ojos azules. Sin embargo, su mayor éxito fue con Jude el oscuro (1895), que también le
granjeó fuertes críticas, especialmente entre los sectores más conservadores de
la sociedad británica. Tanto que Hardy dejó de lado su faceta de novelista y
regresó a su vocación de arquitecto y restaurador, publicando poesía
esporádicamente.
Thomas Hardy (foto: anglotopia) |
La
historia de Un par de ojos azules es
bastante convencional. Se trata de un triángulo amoroso, con la joven Elfride
Swancourt en el vértice y sus dos enamorados, el bisoño Stephen Smith, un
aprendiz de arquitecto de origen humilde y Henry Knight, un hombre maduro (así
es descrito, aunque tiene treinta y tantos) que realiza caústicas reseñas en
una prestigiosa revista literaria de Londres.
Al
principio, Elfride se enamora de Smith. Ambos viven con inocencia una pasión
primeriza, que les desborda, pero que es desbaratada por el clasismo del padre
de Elfride, que a pesar de sentir afecto por el joven, se niega en redondo a
autorizar la boda por los orígenes plebeyos del muchacho. Es uno de los muchos pellizcos
críticos de Hardy, el cual no parece muy a favor del matrimonio de
conveniencia. Entonces Stephen Smith decide buscar fortuna en la India y
regresar con buenas credenciales (y la billetera bien llena), lo que sin duda
haría ablandarse al párroco Swancourt (guía de almas, pero que es presentado
como un materialista de tomo y lomo, nueva puya de Hardy, está vez al estamento
eclesiástico) su decisión.
Pero
entremedias se interpone la fatalidad. El destino, cruel, inmisericorde. Y es
que Elfride conoce a Henry Knight y cae rendida ante su inteligencia sin
fisuras. Si Elfride se enamora al principio del joven Stephen, torpe,
impulsivo, autodidacta, que la trata con devoción admirativa y ante el que se
ve dominadora, ahora resulta que se vuelve la esclava sumisa de Knight. Curioso
el volteo de un personaje que decide vivir sometida a un inteligente hombre
maduro, que la trata con displicencia a ser la reina de un bisoño. En cualquier
caso, el tal Knight es un tanto timorato en cuestiones amorosas y se deja
enredar.
Para
complicar el ovillo, Smith y Knight son amigos. De hecho, Knight fue el mentor
de Stephen, y el muchacho lo admira sin reservas. Pero, por crueldades de la vida,
desconocen que se han enamorado de la misma mujer. Como se va viendo, cualquier
lector con callo podrá intuir los diferentes giros del argumento. No en vano
estas historias amorosas se han contado infinidad de veces, con variaciones. En
modo alguno rechazo el folletín, muchas grandísimas novelas están construidas
sobre esta urdimbre. Y está el estilo de Hardy y ciertos temas tangenciales que
hacen Un par de ojos azules una
lectura muy provechosa, que he disfrutado y eso que es considerada una obra
“menor”, aunque no por Proust, que la consideraba una de sus novelas favoritas.
Las
descripciones del entorno donde se desarrollan los momentos álgidos de la
novela, además de magníficas, están cargadas de simbolismo. Hay algo en el
paisaje que anticipa la tragedia, que acompaña los pensamientos y conflictos
internos de los personajes. Hay acantilados abruptos y tormentas, una
naturaleza salvaje, indomable, como las pasiones que se apoderan de los hombres
y mujeres, que convierten el éxtasis del amor en zozobra constante. El giro
dramático del final también sorprenderá, aunque hay una negrura que parece
anticiparlo y está jalonado por varios momentos de densa literatura gótica.
Vista espectacular de los acantilados de Dover (foto: dogsharon.wordpress.com) |
Una
de las cosas que más me ha gustado es la construcción psicológica de Elfride.
Encierra tantas paradojas, es voluble y no sé si aquí Hardy quiere establecer
cierto paradigma de la naturaleza femenina, tan común en su tiempo. En cualquier
caso, padece, como toda heroína romántica. Porque Stephen y Knight, ambos,
proyectan en ella sus propios deseos, sus miedos, sus anhelos. Le privan de
cambiar de opinión, blanden sobre ella el dedo acusatorio. La convierten en
fustigadora de sus sentimientos, cuando son ellos los que se dejan anegar por
las pasiones. Incluso Knight, que al principio representa el amor racional,
frente al pasional de Stephen, acaba cayendo en su propia trampa, dando salida
a angustias profundas y si sigo contando desvelo demasiado de la trama, así que
paro aquí. Gran novela de Hardy, autor al que sin duda volveré.
Este último verano, buscando autores del siglo XIX, mis favoritos, me encontré con Hardy. Empecé leyendo "Lejos del mundanal ruido" y como me gustó mucho, seguí con otras novelas, entre las que estaban "Un par de ojos azules" y "Tess", que inspiró una película de Roman Polanski. Leídas juntas se tiene una visión de la Inglaterra rural de la época victoriana, una visión nada idílica que, en algunas novelas, deja un sabor amargo. Dicen que Hardy es un escritor victoriano menor. Aun así, te lo recomiendo. Un abrazo
ResponderEliminarA mí me ha gustado y eso que según he leído no es su novela más lograda. Seguiré con Hardy, entiendo que el canon literario lo establecen personas que saben de lo que hablan, pero no creo que Hardy esté tan por debajo de los intocables. Te lo digo con solo una novela, pero ya veremos.
EliminarUn abrazo.
Me he quedado tan enganchada a la foto que has puesto de los acantilados de Dover (ese faro...) que ya no sé qué comentarte :D
ResponderEliminarNo, en serio, no sé porqué este autor no me acaba de atraer, pero conociéndome, no quiere decir que no termine por leer algo suyo. Quién sabe. Te has quedado con ganas de repetir y eso lo tengo en cuenta.
Un abrazo.
Los acantilados tienen su protagonismo, especialmente en una escena del libro memorable y yo les veo también su lado simbólico. Hay tanto que leer...Si he leído a Hardy ha sido por recomendaciones de otros blogs, por mí mismo no me habría fijado. Encontré el libro en un mercadillo y venga con él, no me arrepiento.
EliminarUn abrazo.
Precisamente esta pasada Semana Santa me he estrenado con el autor leyendo 'Lejos del mundanal ruido'. He apreciado todas las bondades que describes. Tal vez, lo que menos he disfrutado son sus giros folletinescos, pues tengo que reconocer que no es algo que aprecie en demasía. No sé si repetiré con Hardy con tanto por leer, pero me has dejado intrigada con el final de esta novela.
ResponderEliminarUn abrazo
De Hardy solo he leído el que comento. Investigando un poco, parece que "Jade el oscuro" es su obra más lograda. La parte folletinesca me parece que es inevitable en este tipo de novelas, pero tienes tu parte de razón: hay tantísimo por leer...
EliminarUn abrazo
No he leído nada del autor aún y veo, por tu reseña, que tengo que ponerle remedio.
ResponderEliminarBesotes!!!
Es mi primer libro de Thomas Hardy, pero habrá más. Lo que no sé es cuando.
EliminarGracias por la visita!!