miércoles, 19 de agosto de 2015

¿POR QUÉ ESCRIBO?

Para todo hay una primera vez. Recuerdo que desde muy niño me atraía el olor a goma de borrar, los lápices afilados de fábrica, puntiagudos como agujas y a la vez tan quebradizos y el susurro del grafito contra el papel. Pero era, ya lo he dicho, muy pequeño y como no sabía escribir tenía que limitarme a asir el lápiz y garabatear hileras de hormigas, siguiendo la cuadrícula del cuaderno. Así llenaba hojas y hojas.

En cierta ocasión, una vecina pasó por la puerta de casa de mi abuela y al verme enfrascado en mi primitiva escritura, exclamó con asombro: ¿es que sabe escribir, tan pequeño? Me sentí importante, pero aquella sensación de crecer dos cuartas de golpe se esfumó pronto, cuando uno de los niños mayores con los que estaba le contestó huraño: ¡qué va a saber, solo hace pintarrajos!

Recuerdo esa escena de mi infancia como si fuera ayer. Me contemplo a mí mismo, minúsculo, sobre una silla con la tapa de enea repintada tantas veces que la pintura formaba una costra sobre la madera. Hay ciertos recuerdos que son así, los revivimos proyectándolos desde fuera, como si viajáramos hacia atrás en el tiempo, en lo que es la película grabada de nuestra vida.

El caso es que los intentos prosperaron y aprendí a escribir, pero mi obsesión por los garabatos se materializó en la costumbre de dibujar todo lo que estaba a mi alcance y fuera de él. Sin embargo, lo considero el primer aviso.


Avanzamos un poco más. Aquí tengo unos dieciséis años. La pubertad nos contiene como una crisálida, donde se forja el adulto que seremos. Hay mucha furia y mucho miedo. Un torrente de vida que parece va a desbordar la presa de tu propio cuerpo. Y ahí es cuando sentí la necesidad de agarrar un cuaderno cualquiera y escaparme al rincón más solitario del parque y escribir, vomitar palabras, para sentirme mejor, para entender lo que me pasaba, para no volverme loco. Así vino la escritura en mi ayuda.

Conservo uno de estos cuadernos, no por su calidad literaria, sino por su valor testimonial. Una parte de mi vida, tragada por el sumidero de los años, quedó parcialmente preservada en esa letra grande, redonda, que apenas reconozco como mía. Comienza así: a veces me preguntó qué sentido tiene lo que hago. Por qué hice esto o por qué hice aquello. Y trato de responderme. Metafísica adolescente. Palabrotas. Ingenuas frases lapidarias. Convidados de ficción (Marc Renton, Alex De Large, Vicent Vega). Faltas de ortografía (curiosamente pocas). Me llama la atención su pulcritud. Ni un tachón. Perfectamente legible. Parece que el garabateo temprano me hizo adquirir una gran habilidad motriz fina.

A nadie se le escapa que la literatura puede funcionar como terapia. Leer, por supuesto. Pero también escribir. Escribir es adentrarse en  la parte más oscura, inhóspita y salvaje de uno mismo. Escribir es conocerse. Todo adolescente siente esa necesidad de autoafirmación, que acaba derivando en un diario escrito. Hoy supongo que lo hacen por otros cauces que también incluyen, de una u otra manera, la escritura.

¿Qué pasa después? Pues que uno es lector y a la vez que lee imagina y a veces lo que lee pide alternativas. ¿Por qué no volver a la vida a ese personaje injustamente eliminado? ¿Por qué no seguir donde el autor ha puesto el punto y final? Empiezan las historias propias, que se solapan con las entradas del diario. Pero la pubertad concluye, las historias dejan de interesarte. Decides ser simplemente lector.

Hay un lapso de tiempo en el cual esta afición se deja de lado. La vida adulta te fagocita y lo prosaico se adueña de cualquier pretensión creadora. Para qué escribir. ¿Te ayudará a pagar la hipoteca? Quizá, si eres muy bueno. Pero no lo eres. Y además, ¿quién va a leerte? En fin, la escritura se convierte en una pérdida de tiempo. Así de claro.

Yo he pasado por todas las fases. De niño fascinado por ese gesto mágico, la varita convertida en lápiz y las palabras trazadas como un conjuro. De volcánico adolescente que necesita expresarse y maltrata la gramática y el léxico en cuadernos secretos, sellados para el resto del mundo. De joven lector entusiasta, que trata de componer sus propias historias y al gritar al mundo que escribe y quiere ser leído, solo le responde el eco de su propia voz.
Entonces, ¿por qué retomarlo, siendo padre de familia, en la cuesta abajo que me conduce inexorablemente, si la fatalidad no se interpone, a los cuarenta?
"En la cama con Chejov" de Pablo Gallo (foto: eintheroom.com)
Escribir me causa un placer indescriptible. Así lo digo. Una de las razones por las que escribo es por puro hedonismo. Disfruto, casi tanto como cuando leo buena literatura, juego con mis hijos, beso a mi mujer, escucho a Billie Holiday o corro por caminos de polvo atravesando el campo recién segado. ¿Por qué privarme? Pero es un placer el de la escritura que tiene también sus aristas. Su síndrome de abstinencia. Su pequeña o gran dosis de frustración, cuando las ideas se enfangan o se materializan deformes, nada consecuentes con lo que imaginabas en el duermevela, o mientras volvías del trabajo a casa (Platón sabe de esto). Sus sinsabores si aspiras a ser leído y valorado.

Sin embargo, en su justa medida, la escritura me absorbe como un beso. Me hace perder la noción del tiempo. Me hace proyectarme fuera de mi cuerpo. Me hace olvidar cualquier necesidad fisiológica. Preso de una idea, podría privarme de dormir, de comer, hasta lograr materializarla en el papel. Ese arrebatamiento, me recuerda a los tiempos de furia enamoradiza, de niño entretenido con dos cuerdas y un palillo. Escribiendo soy dueño del espacio y del tiempo. Transito entre dimensiones, por mundos paralelos. Cuando cae el telón y acaba todo, es extraño y a la vez gratificante contemplar las siete u ocho páginas escritas. La historia urdida de la nada. Las metáforas. Las frases puestas en boca de personas que nunca has conocido. 

Así que sigo aquí, atrapado por este placer culpable. Masticando la nicotina de unos versos o respirando el perfume de una buena historia. Deformada o compuesta con toda la habilidad de la que soy capaz.

Otra de las cosas que me fascina es cuando brilla una idea, como una pepita dorada, donde menos te lo esperas. Cualquier insignificancia enciende el mecanismo. Luego viene la fase que añade leña a esa brasa, y la historia se va cocinando en el horno de tu cabeza, brotando despacio, durante un paseo nocturno, en los minutos despierto antes de que suene el despertador, flotando en un vaso, qué se yo.

Llega el momento de escribir. La mayoría de las veces es algo casi instantáneo, los dedos repiquetean sobre el teclado y los relámpagos se alternan, fogonazos de ocurrencias que parece que estuvieran preparados de antemano, prestos a ser extirpados. El resultado es un tosco manuscrito, que luego es preciso repasar y pulir, hasta donde uno pueda. Esa fase, de perpetua revisión, de control sobre lo creado, de minuciosidad para que todo se diga como debe decirse, me fascina. Me siento casi un artesano o un artista. 

También voy a decirlo, porqué no. En esto escritura y lectura son coincidentes. Estas horas que paso frente al ordenador, son mi salida. Con la escritura escapo de un mundo sobre el que, por desgracia o afortunadamente, no ejerzo ningún control. 
Edward Hopper, "Habitación de hotel" (Museo Thyssen, Madrid)
Escapo de su banalidad. Prefiero dedicar dos horas a escribir o a pensar en lo que escribiré, que no a darle vueltas al ruido del televisor del vecino, al comentario maledicente de un compañero de trabajo o a si debo cambiar Movistar por Vodafone o Unión Fenosa por Iberdrola.

Escapo de su injusticia. Olvido a los estudiantes masacrados de México o a las mujeres sometidas a trata, esclavas contemporáneas bajo los grilletes de un club de carretera. Incluso con mis palabras les rindo tributo, trato de alterar conciencias para darles visibilidad. Remiendo un poco esta grieta profunda llamada mundo.

Soy más feliz, en suma, si al final del día he podido dar forma a una historia. Ese mundo, pequeño, imperfecto, creado por mí, calma mi hígado, devuelve la quietud al mar ácido de mi estómago. 
Foto: taringa.net
Escribo, luego soy. La escritura me permite ser algo más que un número de cuenta. Haciendo un trabajo creativo, me rehumanizo, escapo del hombre máquina, del consumidor autómata, del espectador pasivo frente al televisor y soy alguien. Ese es el lugar de la cultura en nuestro mundo, por eso se la destruye, porque atenta contra el proceso del regreso a la caverna (tecnológica). 

Para acabar con esta reflexión, debo añadir una última cosa: ser leído. Esta es una de las fronteras más alejadas de mi reino. Sobre ella pesa una bruma perpetua. Con este blog trato de despejar el camino. Es cierto que exponer lo que uno escribe tiene su riesgo, hay que hacerlo siempre con la guardia de la humildad protegiendo el mentón. Por mi parte, no puedo decir que sea la motivación esencial hasta el día de hoy. En un futuro no lo sé.

17 comentarios:

  1. Gracias por compartir tus motivaciones para escribir. Via de escape, puro placer o rincón del mundo al que sientes que perteneces... Coincido contigo: es una aventura escribir y una proeza que te lean. Ambas producen dolor y placer casi al mismo tiempo. Un saludo.

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    1. A ti, amiga. Creo que todos coincidimos en lo esencial. Disfrutamos escribiendo o simplemente lo necesitamos y por eso lo hacemos.

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  2. Es curioso, cuando yo era adolescente también me dio por escribir (unos relatos cortos de malísima calidad) pero luego lo aparqué. En cambio siempre me ha gustado leer y ese vicio nunca lo he abandonado. Creo que todo amante de la lectura lleva en su interior el germen de un escritor. Como tú bien dices al escribir se libera mucha energía y ese proceso creativo es relajante y placentero aunque nos suponga un esfuerzo.
    Genial entrada.
    Un abrazo

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    1. Buenas Kirke. Como dices, lectura y escritura van muy de la mano. Yo también he sido y soy lector (a ratos, empedernido, casi enfermizo. Llego a juntar varios libros a la vez, no doy tregua), lo de escribir lo he retomado después de muchos años y ha sido muy emocionante volver sobre esos textos, reescribirlos y pensar historias nuevas, disfruto mucho.
      Un abrazo para ti también.

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  3. Comparto tus reflexiones Gerardo. La escritura es dolor y placer. Se arma, se aprende. En mi caso sólo soy lectora pero me parece maravilloso la capacidad de plasmar la emoción de la verdad y la justicia de dejar constancia. Simplemente fantástico.
    Un saludo.

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    1. Agradezco tu comentario, son temas muy personales, pero creo que cualquiera, sea lector o también escriba de vez en cuando, se puede sentir identificado en algún momento.
      Nos seguimos leyendo...

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  4. Muchas gracias por compartir cada motivo, cada momento. Es algo que siempre me ha fascinado como lectora, la mente de quien escribe.
    Besos

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  5. Estoy de acuerdo contigo, escribir es en cierto modo una válvula de escape y otras muchas cosas que a veces ni reparamos en ellas. Gracias por pasarte y comentar.
    Saludos!!

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  6. Me han gustado tus reflexiones, gracias por compartirlas..
    Para mi, escribir es soñar, vivir mundos distintos que permiten escaparte de la realidad, escribir puede servir de terapia, puedes poner sobre un papel aquello que te daña o que quieres olvidar o aquello que quieres ser, escribir te permite poner orden a tus ideas o desordenarlas... pero te permite liberar energía y a mi, ser feliz.

    Siempre he escrito, de forma privada, hasta este noviembre hará un año en que puse en marcha mi blog y me decidí a compartir con otros lo que escribía. Me alegra haberlo hecho porque me ha permitido aprender mucho y conocer a gente fantástica con mis mismas inquietudes.

    Escribamos siempre...y leamos mucho.

    Un saludo

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    1. Hola Conxita. Veo que compartimos trayectoria: yo también empecé a compartir lo que escribo hace apenas unos meses, aunque como contaba en mi post siempre he tenido esa necesidad de escribir y de leer, porque creo que todo el que escribe tiene esa doble condición de escritor-lector.
      Un abrazo.

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  7. Me ha gustado mucho esta prosa Gerardo. Yo también llevaba desde la adolescencia sin escribir, donde como tú mismo dices, surgía de esa necesidad imperiosa de desahogarnos y analizar nuestra vida y nuestros miedos. Creo que todos los síntomas que muestras, (pérdida de noción del tiempo, olvido de comer, incluso, la emoción posterior a haber conseguido escribir algo más o menos decente etc son todos síntomas
    de un enamoramiento sin cura de la literatura, No crees?
    Yo antes me conformaba solo con leer, pero ahora se me hacen imprescindibles ambas cosas, así que pude entenderte perfectamente. Ahh y también me enamoré de la poesía de tal forma que en unos meses aprendí más o menos las técnicas necesarias como acentuación, rima y tipos de versos para desde el conocimiento mínimo poder intentar escribir algo más o menos decente.
    Eso si, escribo por puro placer y casi nadie de mi entorno salvo mi esposo sabe de mi afición.
    Perdón por la charleta excesiva pero tu entrada es muy buena y lleva a la reflexión de quién la lee.

    Un saludo.



    Tienes una parte del texto que me recordó a algo parecido que escribí yo y que me identificó "

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    1. Como bien dices, hay que aprender la técnica. Pero ésta es tan solo una plataforma desde la que impulsarnos; lo que de verdad se necesita es una verdadera intención, una necesidad. Sirve esa imagen de enamoramiento que comentabas.
      Es una afición difícil de compartir, porque es fácil toparse con la condescendencia o la incomprensión. En este punto, Internet nos lo pone más fácil y nos hace sentirnos un poco menos solos.
      Sigue disfrutando con la escritura y la lectura, yo de momento me mantengo en ese camino.
      Un abrazo.

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  8. Buena entrada.

    Mis encuentros con la poética han sido tardíos, pese al cartel de poeta que muchos me imponen no me considero lo que se dice un poeta, sino más bien un pensador que necesita sacar a la luz toda esa.vorágine de reflexiones, ideas o simplemente las sensaciones que me provoca el mundo, tanto interior como exterior. Coincido contigo en muchos puntos de la reflexión, no me mueve ni seduce la idea del lector amamarrado a mis versos, sino esa liberación, casi olvido, de la realidad y hasta de uno mismo mismo que se siente en el proceso de creación.

    Chapó.

    Me ha encantado.

    Un abrazo poético.
    J. Madison.

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    1. Eso que comentas Madison creo que se puede llamar "necesidad poética"; para esas personas escribir tiene algo de liberación, pero también de construcción de la propia personalidad, que parece inacabada o hueca si no uno no puede expresar lo que piensa, vive y siente. Si se lo traga le acaba ulcerando y en definitiva, la lectura y su prolongación natural que es la escritura, es un medio para conseguirlo (hay quién lo hace a través de la música o las artes plásticas).
      Gracias por unirte al blog y por tus amables palabras
      Un abrazo.

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