jueves, 30 de junio de 2016

HOTEL PLAYA PARK, VACACIONES EN FAMILIA



Mientras preparo la temporada lectora-estival os dejo una locura de relato playero, premiado en el Certamen Literario Internacional Gran Hotel Puente Colgante-Rotary Club de Portugalete el pasado mes de abril (foto: 20minutos.es)

Acodado en la mesa, Adrián contempla a sus hijos escarbando en el plato de arroz. Apura la segunda cerveza y busca con los ojos a la camarera rubia con el tatuaje de letras chinas en el antebrazo. Puede divisarla al otro lado del comedor, la falda de cintura alta de color azul y aunque delgada, bajo la blusa a rayas rojas se adivinan unos pechos generosos.
Le ocurre siempre que va a la playa. El cuerpo femenino expuesto a la despiadada luz solar, tanta desnudez premeditada y directa, sin veladuras, le deprime. Tumbado en la hamaca, contempla a las mujeres que se interponen en su campo visual con enfermizo detenimiento: el cabello mojado, de apariencia correosa, adherido al cráneo; la piel achicharrada en los hombros, los lunares y manchas con formas caprichosas; los depósitos de grasa bajo la piel y las ramblas blanquecinas de estrías. En definitiva, la ruina del cuerpo humano, su morbidez, la lozanía tan efímera, casi un suspiro y la larga curva de decrepitud, peor o mejor disimulada. Adrián no repara en su propia devastación, porque como el naturalista que recorre la selva y cataloga insectos y especies raras de plantas, se excluye de su estudio.
Al mismo tiempo, como una balanza que se inclina hacia un lado u otro, la mujer vestida se revalorizaba a sus ojos y la misma señora que al salir del agua le hace volver la vista como si se hallara frente a la Gorgona, le excita en pantalones cortos, con los labios pintados y una blusa vaporosa desabotonada exhibiendo el escote moreno, que antes rechazara en toda su amplitud.
Por fin la camarera rubia pasa a su lado. Adrián le hace un gesto con la mano para que se aproxime. La muchacha se para en jarras delante de la mesa y anota la tercera cerveza y se inclina levemente para dejarle la factura con el número de habitación, que Adrián le recuerda mirándola de arriba a abajo, mientras se recrea en las gotitas de sudor que afloran sobre sus labios y la porción de sujetador que asoma a través de la camisa al agacharse. Firma con aire indolente y recrimina a sus hijos que se hayan vuelto a dejar casi toda la comida en el plato, luego se vuelve para sonreír a la camarera y palparla con los ojos por última vez, pero ésta, para su decepción, ya se ha ido.


***
Tiene dieciséis años, aunque aparenta más. Se mueve por el comedor con la barbilla en un ángulo de noventa grados exactos respecto a su tronco, mirando de frente como la quilla de un barco. Lo hace despacio, como si anduviera sobre una pasarela y todos los flashes estuvieran pendientes de sus movimientos. Princesa de extrarradio, se convierte en sapo si abre la boca, por donde escapa su condición de niña criada casi en la calle, entre tertulias de peluquería, reality shows, peleas a gritos con su madre, a la que ya domina y muchas horas de botellón y discoteca de polígono. Tiene algo de acné, que disimula con un maquillaje resistente al agua y un piercing en la lengua. Ha venido con su familia y su novio a pasar una semana de vacaciones, que se han costeado en régimen de todo incluido, gracias a la venta de dos plantas de marihuana. Su chico la abraza por detrás, rozándole con sus pantalones ajustados. Lleva un vistoso tupé, que antes de ayer fue cresta y mañana será según Cristiano Ronaldo convenga y las cejas perfiladas, como un fino bordado sobre los ojos. Cultiva el cuerpo en el gimnasio, aunque poca cosa, press de banca, curl de biceps y mucho batido de proteínas para acabar de definir.
La princesa de extrarradio se acaba de cruzar con Adrián en el buffet, que la recorre de arriba abajo, deslumbrado y desvía la mirada justo a tiempo, porque su príncipe, alerta, es el típico macho alfa dispuesto a defender a golpes lo que cree de su propiedad.
Tan absorto está en aquella delicada pieza de porcelana de todo a cien, poco mayor que sus hijos, que no advierte la presencia de una mujer solitaria, nota discordante en aquel hotel familiar, pero no insólita en los tiempos que corren. Delgada a fuerza de grandes sacrificios, Soledad mastica su pescado a la plancha contando el número de veces. Tiene cuarenta y tres años. ¿Por qué viaja sola? Es difícil saberlo. En el hotel los camareros hacen cábalas, sobre si espera a su marido o si ha habido algún tipo de disputa conyugal durante el viaje y ella ha decidido quedarse allí contra todo pronóstico. Mejor sola, que mal acompañada. Los más lanzados prueban a darle conversación cuando se acercan a recoger los platos, sin pasarse, porque el metre vigila como un Gran Hermano controlador y planean audaces incursiones a su habitación cuando acaben su turno.
A veces estar solo es reconfortante y ayuda a olvidar. Pero otras conduce a la infelicidad porque el hombre, mal que nos pese, es un animal sociable y uno debe cuidarse de no convertirse en eremita, que es la forma extrema del solitario, si quiere que su cordura siga campando por el mundo con cierta firmeza.
Nuestra protagonista parece que sufre una soledad no deseada. De hecho, se refugia en la manada, no ha elegido un hotel solitario en una playa inhóspita, sin más compañía que las dunas, que cambian de forma caprichosamente con el viento. Estar rodeada de gente la hace sentir reconfortada y se dedica a escrutar. Quizá, incluso siente algo de poder entre sus manos. Sabe que la mayor parte de los hombres de la sala encontraría la manera de desembarazarse de sus esposas o novias por unas horas y acudir a su llamada si entreabriera un poco sus piernas incitándoles. Su mesa individual, es su trono de reina en la sombra, de cazadora agazapada en espera de su presa.
Ahora fija sus ojos en Adrián, que bebe en calma y anima a sus hijos (otra vez) a acabarse la comida del plato. Lleva dos días observándole, sabe que está solo, casi seguro es un padre divorciado. Ha visto como se le van los ojos detrás de las camareras; quizá tras ella también, quizá ha reparado en su soledad y la piensa, la intuye, incluso puede que ahora mismo se gire hacia ella, o se dirija a su mesa y le pregunte la hora o intente algún tipo de conversación absurda para romper el hielo.

***
Al salir del comedor, los hijos de Adrián corren a las videoconsolas que hay colocadas en el hall, junto a una mesa de billar y una máquina de dardos. Él se acerca a la cafetería. Agita su pacharán con hielo, mientras un noruego de planta inmensa se coloca a su lado y pide en un correcto inglés un café con leche.
El noruego lleva los brazos tatuados por completo. Son temas de la mitología nórdica, el martillo de Thor restalla y se yergue entre las nubes en su antebrazo izquierdo. En el derecho, Odín juguetea con sus cuervos, su larga barba se derrama en tinta verde azulada cubriendo casi toda la piel. Por sus venas corre sangre vikinga, sin duda. Quizá alguno de sus antepasados saqueó a conciencia monasterios y aldeas indefensas, cercenando brazos y cabezas con su hacha.
Adrián se aleja un poco, por miedo a que su presencia pueda despertar al antiguo guerrero de su sueño genético y el nórdico, solo por diversión, le aplaste el cráneo con una sola mano. Entonces llegan tres niñas, tres pequeñas niñas rubias, que se sientan silenciosas en una mesa y su padre se acerca a ellas, sin hacer ningún aspaviento. Las niñas se comportan con una quietud y hablan con un tono de voz tan bajo, que Adrián inevitablemente alarga el cuello para contemplar cómo sus hijos se tiran del pelo y se pelean a gritos disputándose los mandos de la Playstation y piensa en cómo los descendientes de esos feroces guerreros que asolaron las costas de Europa durante siglos se han transformado en seres dóciles, tranquilos, de exquisitos modales y silenciosos.
Adrián apura su copa y se dirige a donde están sus hijos. Cruza su mirada con una mujer algo más alta que él, voluminosa pero no gorda, fuerte y bien formada. Lleva tatuado en la espalda un árbol, del que se retuercen sus innumerables ramas. Ha sonreído a Adrián al modo nórdico, esto es, con los ojos azules chisporroteando y no va a dejar de seguirlo con la mirada, siempre que su marido no la vea, durante todas las vacaciones.
Adrián tiene suerte, porque dos mujeres siguen sus movimientos. Pero él no deja de pensar en la princesa. Para colmo, al coger el ascensor para subir a la habitación, se ha cruzado con ella, que bajaba en bañador. Su cintura esculpida con perfección, la piel marmórea, sin esquistos, bruñida como una esfera perfecta; los pezones puntiagudos bajo la camiseta, anudada por encima del ombligo, le han hecho sudar. Han sido unos segundos, porque sus hijos han querido pasar antes de dejarla salir y ella ha hecho una mueca de disgusto, sin bajar la mirada, eso nunca, levantando los brazos para no tocarlos, como si tuvieran sarna y Adrián le ha sonreído, pero apenas ha recibido un imperceptible movimiento ascendente de barbilla como respuesta.
Mientras la puerta del ascensor se cerraba, todavía ha podido contemplarla un poco más. A Adrián le cuesta reconocerlo, pero le atraen las mujeres jóvenes. Considera que, como las rosas, que florecen en todo su esplendor por un instante, a la mujer le sucede lo mismo. Se relame pensando en la muchacha y cuando llega a la habitación, se olvida de mandar a sus hijos a dormir la siesta y se asoma al balcón. Recorre la piscina escaneándola, hasta dar con la princesa, que se sumerge en ese momento en el agua, lentamente, sin bajar la barbilla, como hacen los hipopótamos.

***
Soledad juguetea con la nota manuscrita que le ha dejado su camarero habitual, con el que iba cogiendo cierta confianza: Acabo mi turno a las seis. Subiré a tu habitación, deja el cartón de “por favor, arregle la habitación” si te interesa pasar un buen rato. Así, qué desfachatez. Qué atrevido. Soledad acaba de pintarse las uñas y sopla sobre el esmalte. Luego busca con la mirada el cartón y le da vueltas: Por favor no molestar, en color rojo. Por favor, arregle la habitación, en color verde. ¿Por qué no habrá en ámbar, como los semáforos? ¿Dejas que me lo piense? Una aventurilla le vendría bien, pero no sabe qué hacer. Aunque se considera una mujer liberada, su educación puritana revive y la atosiga, como un insoportable Pepito Grillo. En cualquier caso, una vez con el camarero dentro de la habitación, ¿cómo será? Si el camarero es de los que ha descubierto y mimetizado su sexualidad con buenas dosis de cine para adultos, probablemente esperará que se ponga de rodillas, así sin más. Pero ella preferiría algo de música, poner la habitación en penumbra, ¿dónde habrá unas velas?
Las cinco y cuarto. No, las cinco y veinte. Soledad pasea nerviosa, se recorta el vello del pubis con unas tijerillas y vuelve a ducharse. Luego se pone una camiseta amplia y se quita las bragas. No, demasiado. Se las vuelve a poner. Se dice que no es un objeto, que ella es la que elige. Tiene la sartén por el mango. Le dará largas. Pero tan solo tiene una semana, ya ha consumido casi tres días de sus vacaciones. Y es guapo; bueno, no está mal. Moreno, con esa rúbrica árabe que todos los españoles niegan, porque se creen celtíberos o visigodos. Podría hacer como Sherezade y dejarlo con la miel en los labios, recibirlo desnuda y decirle que tiene la regla, pero que puede subir mañana y darle un beso de tornillo o agarrarle la mano, seguro que se pondría nervioso en este punto y morder uno de sus dedos, mejor chuparlo, eso les pone, los hombres casi disfrutan más mirando que haciendo.
Seis menos diez. Todavía juguetea con el cartón de la habitación, pero de tanto manosearlo acaba rompiendo el asa. ¿Ahora qué hago? Se dice. Sale a la puerta, mira a ambos lados. Trata de poner el cartón sobre el picaporte, pero se cae. Apresuradamente, sale de la habitación. Recorre el pasillo buscando otro cartón. Nada. Baja a la siguiente planta y encuentra uno, pero cuando vuelve a subir, divisa a su camarero, que está delante de la puerta. No se ve con fuerzas de llamarle desde el fondo del pasillo, agitar el cartón en verde: espérame, que voy. El muchacho golpea con los nudillos, visiblemente azorado. Soledad se ha escondido en el hueco de la puerta de otra habitación y le contempla. Le castañetean los dientes. Por fin el camarero pierde la paciencia, suelta un exabrupto y se aleja con paso marcial. Soledad se da la vuelta y simula estar abriendo la puerta de la habitación, hasta que escucha alejarse el eco de los pasos del camarero. Respira con alivio y entonces se abre la puerta. Uno de los hijos de Adrián contempla a la mujer, medio desnuda, en el umbral.
—Papá, hay una señora en la puerta.
— ¿Y qué quiere?
—No lo sé, se ha ido.
Adrián frunce el ceño y de tres zancadas se planta en el pasillo. Apenas si vislumbra las piernas de Soledad regresando a su habitación. Decide seguirla y llama a la puerta. Soledad da un respingo y abre, nerviosa. Le sorprende encontrarse cara a cara con Adrián. Éste repara en los pechos puntiagudos bajo la camiseta y las uñas recién pintadas, se siente cohibido y no sabe qué decir. Así se quedan un rato mirándose, como chimpancés delante de un espejo.
—Antes me he equivocado—consigue articular Soledad—lo siento.
—No hay que sentirlo, responde Adrián.
Y entonces cambia el modus operandi. Comienza el flirteo entre los dos, que se devuelven las puyas como si jugaran al bádminton. Sin darse cuenta, al menos de manera consciente, Adrián avanza hacia delante y Soledad retrocede. Es un baile sencillo y ancestral. Los dos se mueven en direcciones opuestas, pero a diferente velocidad, con lo cual están destinados a encontrarse. Y lo hacen.

***
La princesa de extrarradio contempla el cuerpo tatuado del vikingo, que de pie en el borde la piscina, con el pantalón mojado y adherido al cuerpo, se deja morder por el sol del Mediterráneo. Su silueta destaca como un coloso. La princesa, adquiriendo una pose insinuante de Lolita, traga saliva y se siente atraída por el nórdico. Su hombre, apurando un mojito, vigilante, se percata de la escena. Calibra el siguiente movimiento y finalmente se incorpora y sacando pecho se coloca al lado del vikingo. Los dos hombres se miran. El nórdico, bonachón, le sonríe y masculla una palabra amable en español. El macho alfa se siente provocado y blande el índice amenazante: cómo la vuelvas a mirar… y choca su puño contra la palma de la mano, mordiéndose la lengua. La princesa, que presencia la escena, se incorpora como un resorte y le aparta de un empellón. Sigue una escena de gritos, que el vikingo contempla impertérrito. Por fin la mujer del árbol tatuado interviene, silenciosa, coge del brazo a su marido y los dos se tiran al agua.

***

En la penumbra de la habitación, Adrián se afana detrás de Soledad, agarrándole un pecho por debajo en acrobática postura y culeando con ritmo pausado, tratando de retardar la hemorragia. Tiene mucho calor, y tantea entre las sábanas, pero no encuentra el mando del aire acondicionado. Se pregunta a qué vendrá tanto alboroto en la piscina… 

21 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena, Gerardo! no me extraña que haya sido premiado. Es buenísimo.
    Haces una introspección en cada personaje con unas descripciones que son casi gráficas y, desde luego, las 'atracción' que siente cada uno casi se palpa en tus letras.
    La manera en que transcribes los pensamientos de ellos da mucha frescura al texto.
    Y vamos, el toque cómico de la tarjeta que acaba rota, me ha parecido divertidísimo, al igual que ese "¿Dejas que me lo piense?".
    Prepara la temporada lectora, pero también la escritora ;-)
    ¡Besos!

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    1. Gracias, Chelo. Es sobre todo una caricatura, en clave humorística. De momento seguimos con los preparativos, de lo que se pueda, leer o escribir. Mejor ambas cosas, con un poquito más de lo primero. Besos.

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  2. Muy bueno el relato. Transmite de maravilla el agobio y la insulsez que me inspiran esas vacaciones de todo incluido en un hotel enorme lleno de gente, achicharrado por el sol, con personas que no saben en qué o cómo matar el tiempo que parece que les sobra, después de tanto esperarlo durante todo el año, ahora que por fin están de vacaciones...
    Un abrazo.

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    1. Diría que es un modelo de turismo casi, casi, "made in Spain". Estoy de acuerdo con tu comentario, pero como observador que soy también lo encuentro fascinante. Da mucho que pensar, en nuestro modelo económico, nuestra sociedad-cultura y en la propia naturaleza humana. En este caso he querido sacar la parte más humorística, pero también se podría enfocar en otros muchos sentidos.
      Un abrazo.

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  3. Lo he leido por encima, pero me gusta.
    Sigue escribiendo...

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    1. Gracias, Pura. Cuando puedas echarle un vistazo ya me cuentas. Estamos en ello...

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  4. Muy buen relato, Gerardo. No me extraña que te lo premiaran. Transmites mucho en él y creas una atmósfera propia.
    Abrazos.

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    1. Gracias, Isabel. Lo del premio, como sabes, tiene su parte de azar. Lo importante es el buen rato que pasé escribiéndolo y sobre todo, observado para extraer la materia prima necesaria. Ah, y compartirlo con vosotros, claro está.
      Un abrazo.

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  5. Hola, Gerardo. Me ha gustado muchísimo; tiene buen ritmo, describes estupendamente a los personajes y la acción se desarrolla cómo debe ser. Fue un premio muy merecido el que te dieron. Felicidades.
    Contigo despido los comentarios en los blogs hasta septiembre. Feliz verano.

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    1. He puesto el detalle del premio por el tema de que se debe mencionar, nada más. Te agradezco el comentario y que te haya agradado su lectura.
      Yo también me tomaré un descanso bloguero en breve, que todo es necesario.
      Feliz verano.

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  6. Me uno a los dos comentaristas anteriores, el relato está muy bien, no puedes dejar de leerlo y de reconocer personajes y situaciones de un hotel de verano con mucho tiempo libre por delante y muchas pulsiones erótico festivas por la escasez de ropa y el exceso de alcohol.

    Felicidades por el premio!!

    Un abrazo!!

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    1. Si, es bastante realista. Reconozco que soy un mirón, me encanta observar el comportamiento humano. Somos una especie fascinante, jaja.
      Un abrazo.

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  7. Qué buen relato, Gerardo. Las descripciones de los personajes son estupendas. Me he sentido una habitante más del hotel observando a los protagonistas de tu relato, he asistido como espectador de primera fila a las relaciones entre personas tan distintas en condición y origen, pero obligadas a compartir un mismo espacio a todas horas cuando el régimen de hospedaje es un "todo incluido" (siempre he pensado que es una aberración, no sé qué aliciente puede tener pasar las vacaciones confinado en un hotel).
    Enhorabuena, Gerardo, por tan merecido premio.
    Un abrazo.

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    1. Se crea un microcosmos interesante. Como dices, aunque sea un tipo de oferta turística muy concreta, hay gente de todo tipo. Esa heterogeneidad es cuanto menos chocante. Es un modelo que tiene sus sombras, pero en el relato, como decía, me he centrado en la parte cómica.
      Un abrazo.

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  8. Felicidades Gerardo. Es muy bueno, consigues plasmar y transmitir la realidad como si la presenciáramos. Y la historia es genial. Espero con impaciencia que nos regales otro pronto, o después de las merecidas vacaciones.
    Un abrazo.

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    1. Gracias, Susana. Poco a poco, de momento toca descansar y darle un buen bocado a mi pila de libros pendientes.
      Un abrazo.

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  9. Siempre he pensado que el verano tiene algo de deprimente, como si hubiese una obligación no escrita de pasárselo bien y el que no lo consiguiese tuviese que esconderse tras una careta para ocultar su soledad y aislamiento y mimetizarse con los demás. Has conseguido quitarles las caretas a los veraneantes de tu hotel y mostrarlos tal cual. Por eso me ha gustado tu relato.
    Un abrazo

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    1. A mí me ocurre sobre todo en Navidad. En verano dicen que baja el número de depresiones por el calor, las horas de luz, etc. Aunque esa obsesión por el cuerpo "perfecto" de nuestros días, entre otras cosas, está haciendo mucho daño. Ahora bien, no hay como ir a una playa para darse cuenta de lo falsa que es la tostada que nos intenta vender la publicidad. Por esa parte valoro más el verano que otras épocas del año. Aunque los cuarenta grados a la sombra de media en esta llanura...Qué envidia os tengo a los que vivís en el norte.
      Un abrazo.

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  10. Hola Gerardo.

    Me ha gustado como planteas el componente sexual del relato, éste juguetea con el texto, lo atraviesa de principio a fin pero muy bien calibrado, no canibaliza al resto de la historia, sino que se funde en ella dándole esa carga erótica que has dosificado con maestría… El verano y la playa avivan nuestras pulsiones primarias que el frío mantiene enclaustras, y tú lo has reflejado sin abusar del recurso, de forma totalmente creíble.

    Te felicito por el premio, amigo. Eso sí, no me verás en una de esas playas abarrotadas, eso me perturba...

    Pásalo bien, lee y disfruta de la familia, que el tiempo pasa muy rápido!

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    1. La masificación de nuestras playas en verano es cuanto menos un fenómeno digno de estudio. Por mi parte también prefiero la tranquilidad, pero es difícil escapar de ciertos compromisos. Gracias por tu comentario, Paco. Un placer, como siempre.

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  11. JAJAJAJA, divertido y perspicaz, Enhorabuena por el premio. Un placer leer tus relatos amigo.

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