
Apenas
leo novela histórica, aunque ha pasado por mis manos lo mejor del género. En
este campo prefiero el ensayo o la monografía hecha por “profesionales” y a lo
largo del tiempo varios temas han copado mi curiosidad y contribuido a mi
formación, que sigue, como no puede ser de otra manera. La II República y la
guerra civil (bien denominada por Unamuno como “incivil”) tuvieron su momento,
como una vía para desentrañar la memoria familiar y leí mucho, comprobando que aquel
periodo ha sido (y es) un campo de batalla donde algunos historiadores, testigos de los
hechos y sus herederos políticos han tratado de crear un discurso adaptado a
sus intereses o la defensa de lo que consideran “su bando”. Me harté, aunque he tratado de seguir, a través de reseñas especializadas, el flujo editorial de los últimos años. Algunos trabajos han añadido
polémica y frentismo. Otros, sentido común y luz sobre aspectos oscuros de un
periodo del que se sabe mucho, probablemente más que ningún otro en España, aunque no
todo. Por eso al toparme con la figura de Melchor
Rodríguez, me sorprendió que apenas me sonara el nombre.
Miles de páginas leída sobre la guerra y no recordaba una sola mención (que la pudo haber, pero tuvo que ser muy escueta o sesgada para que no dejara ni una brizna). En casos así, suelo ponerme el casco de minero y tras picar durante días, extraje con mi vagoneta un
ensayo, un documental y dos novelas, junto a una clase magistral de humanidad.
En
2017, Joaquín Leguina y Rubén Buren
ganaron el Premio de Novela Histórica
Alfonso X el Sabio con Os salvaré la vida.
La novela reivindica la figura de Melchor Rodríguez, un anarquista sevillano
militante de la CNT y FAI. Es una novela histórica, otra más sobre la guerra
civil (no importa, ¿cuántas hay de romanos o ambientadas en la II Guerra
Mundial y nadie se queja?) y aunque no faltan los clichés habituales del género,
los pasajes didácticos, la documentación mal disimulada y los gazapillos,
aporta algo que la pone en valor: la personalidad de su protagonista y el lazo
que le une con uno de sus autores.
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Melchor Rodríguez en el centro, a la izquierda, el coronel Casado. Foto: La Vanguardia. |
Vamos a explicar quién es este anarquista con nombre de rey mago. Su historia merecía la pena ser contada, sin duda. Nació en Sevilla, en el seno de una familia obrera y de niño se quedó huérfano de padre. Trató de ser torero para sacar a su familia de la miseria, pero dos graves cogidas le quitaron la vocación. Familiarizado con la “idea” por un maestro avanzado, comenzó su militancia y al mismo tiempo, sus entradas y salidas de la cárcel. Más de treinta veces pasó por los muros de la Modelo, entre otros lugares de confinamiento. Tanto que los funcionarios le trataban con familiaridad. Melchor Rodríguez fue preso con la monarquía, la dictadura de Primo de Rivera y la República, la mayoría de las veces por delitos de prensa. Al estallar la guerra, se puso al servicio de la revolución. Pero Melchor era una persona con unos principios humanistas inamovibles. El anarquismo de antes, su defensa a ultranza de la libertad individual, producía seres así. Hubo otros ejemplos, como Ángel Pestaña, Fermín Salvochea o Salvador Seguí. La épica de la bomba y el atraco a lo Robin Hood han eclipsado a estas figuras del mesianismo libertario. Cuando en el Madrid sitiado se generalizan las “sacas” y los “paseos”, Melchor no puede tolerarlo: el ha pasado entre rejas gran parte de su vida y cree que los derechos de los presos son inalienables: “se puede morir por una idea, pero no matar por ella”. Y puesto al mando de las prisiones de Madrid por su compañero y ministro García Oliver, trata de frenar la barbarie. Y lo logra.
Parece difícil de creer, pero llegó a
enfrentarse a una turba armada, a pecho descubierto, que se proponía asaltar la
cárcel de Alcalá de Henares. ¿Cómo? Aquí entra la épica, pero personajes
señalados del régimen que vendrá como, agárrense, Serrano Suñer y Muñoz Grandes, desde ese día, le debieron la vida a un anarquista. ¿A qué dan
ganas de saber más? Pues la novela nos lo cuenta, bordeando la hagiografía pero
sin caer en ella. Porque Melchor Rodríguez fue un idealista, pero también tuvo familia, una mujer, una
hija, un hijo no nato conservado en formol y esas personas, que él quería,
padecieron y sufrieron con él y por él, por, digámoslo, su egoísmo ideológico. Su
hija Amapola y su mujer Paca, que en los ochenta tenía un puesto ambulante en
la plaza de Tirso de Molina, son también protagonistas. Los
autores les dan, con acierto, voz propia y así completan un retrato matizado y
poliédrico del “ángel rojo”.
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Melchor Rodríguez y su hija Amapola, protagonistas de "Os salvaré la vida". Foto: El País. |
La
novela de Leguina-Buren se divide en tres partes. En la primera, “La derrota”,
se viven los últimos momentos del Madrid sitiado, cuando una conjura encabezada
por el coronel Casado y a la que se unen los anarquistas de Melchor y Cipriano
Mera, entre otros, arrebata el poder al Partido Comunista y trata de negociar,
sin éxito, con Franco. Mucho ha criticado la historiografía aquel inútil baño de
sangre. No es el caso de la novela, donde sí que hay un poso de amargura por
este cruel epílogo. Y situaciones difíciles, porque las personas que Melchor
mantuvo a salvo de los “paseos” en el palacio de Viana ven llegar a los suyos y
de algún modo tendrán que traicionar al hombre que les ha ayudado. Las ideas no
admiten vacilaciones. Melchor Rodríguez, junto a Besteiro, recibirá a Franco
para hacer el traspaso de poderes. Será el último alcalde (accidental) del
Madrid republicano, pero según he leído (dato sin contrastar), su retrato es el
único que falta en el consistorio.
En
la segunda, “Por la senda de la rebeldía”, se novelan los primeros pasos de
Melchor, su infancia y acceso a la militancia política, también los primeros
compases del alzamiento en el cuartel de la Montaña.
En
la tercera, el título es “Cautivos y desarmados”. Sobran palabras. Melchor
Rodríguez recibió como premio por salvar miles de vidas, el confinamiento en una de las peores cárceles de España (el fiscal llegó incluso a pedir para él la máxima pena).
Así aplicó Franco la paz, esto es incontestable, guste o no. Pero si cuento lo
que pasó después, creo que destripo demasiado.
La
novela está bien escrita, aunque no es una obra tan literaria como las que
suelo leer. Hay una nota emocional evidente, por ejemplo
al describir la acción heroica de Melchor en Alcalá de Henares. Este matiz resulta
inevitable, porque Buren es el bisnieto
de nuestro héroe, “el ángel rojo”, como le apodó su amigo Javier Martín
Artajo. El epílogo donde cuenta su relación con ese pasado traumático y la
manera de confrontar memoria con presente disfrutando de su abuela (Amapola,
la hija de Melchor), merece mucho la
pena.
Para
completar la lectura de Os salvaré la
vida, es interesante hacerse con el ensayo de Alfonso Domingo, El ángel rojo,
que ha servido como base documental a Leguina y Buren. Lo tengo en casa y por
lo que voy leyendo, está escrito con admiración y reverencia hacia Melchor, combinando
el buen periodismo con el rigor histórico: el primer capítulo ya te deja
temblando.

Parece
que revive la figura de Melchor, en Madrid le dedicaron hace poco una calle y el anciano
escritor (nada ácrata, por cierto) José Luis Olaizola también ha lanzado una novela sobre el “ángel
rojo”: El anarquista indómito, libro que desaconseja la Fundación
Franco (por si algún opus-deísta se confunde y lo compra). El propio Olaizola
se ocupó de otra figura de atípica dignidad en esta guerra vergonzante: el general Antonio Escobar, guardia civil
que respetó la legalidad republicana a pesar de su militancia católica y fue
ejecutado por los vencedores al acabar la guerra, acusado de “adhesión a la
rebelión”.

El olvido de Melchor hasta fecha reciente (¿deliberado?) dice mucho de una figura incómoda para los dos bandos,
que corre el riesgo de ser instrumentalizada.
Para mí, es un ejemplo de concordia, pero humano y por tanto, con
aristas. Personas así, por desgracia, no son solo excepcionales: son
excepciones. Y ese es el regusto agridulce que saco de lecturas como esta.